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«EL PEQUEÑO NICOLÁS»

Una película sobre la niñez de la gente adulta


Para la cultura francófona “Le Petit Nicolas” es un icono venerado por todas las generaciones, pero en la traducción a otros idiomas se pierde el peso y la influencia de ese legado. En la versión doblada se ha cambiado hasta el subtítulo, que del original “Qu’est-ce qu’on attend pour être heureux?” pasa a “Las aventuras se viven con amigos”, como si fuera una cosa de chicotes, olvidándose del personaje de la pequeña Marie-Edwige. Eran otros tiempos, y son las aventuras de quienes vivieron su infancia entre los años 50 y 60, como quien esto escribe. Y por eso mismo reconozco que por muy fascinante que me resulte este homenaje animado a René Goscinny y Jean-Jacques Sempé, al público infantil actual no le va a interesar, ni lo va a entender tampoco, puesto que es un canto a los juegos analógicos del pasado, hoy día en vías de extinción.

Así que para comentar “Le Petit Nicolas” (2022) no hay más remedio que ponerse en modo adulto, ya que da igual el contenido lúdico tanto en cuanto es observado a través de su concepción artística. Se sigue el proceso creativo del personaje desde sus orígenes hasta su consagración como imagen de una gran obra atemporal, pasando por su desarrollo y diseño paulatino.

Para significar el grado de identificación entre la criatura y sus autores se les convierte a los tres en seres animados que manejan un mismo lenguaje, de tal forma que Nicolás interactúa con Goscinny y Sempé, cuando el uno escribe y el otro dibuja sus aventuras, en una comunión como pocas veces se habrá dado en la historia del arte.

Pero por encima de la valoración intelectual de la importancia de la simbiosis entre escritura y dibujo, “Le Petit Nicolas” (2022) sitúa el cariño hacia un mundo irrepetible, y que se puede apreciar en las estampas de un París vivo y humano, en el que “la joie de vivre” se conjuga con la inocencia del patio de colegio y el bullicio de menores que corren alocadamente.