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EDITORIALA

Si la guerra es un desastre casi para todo el mundo, lo lógico es centrarse en que acabe


La guerra de Ucrania, en su versión más reciente, ha cumplido esta semana un año con el aniversario de la invasión rusa sobre su vecino. Por desgracia, no hay ahora mismo ningún indicio de que el conflicto bélico no se vaya a prolongar durante largo tiempo. El ridículo ardor guerrero con el que los principales mandatarios han conmemorado la cita merece una actualización del denostado argumentario contra la guerra.

El principal punto es que el conflicto está siendo un auténtico desastre para casi todo el mundo. En primer lugar, obviamente, para los ucranianos, tanto en términos humanos y materiales -el país está quedando arrasado- como en políticos.

Para Rusia también está siendo un fracaso. Lanzó un ataque relámpago que pretendía cambiar el régimen de Kiev rápidamente, alejar a su vecino de la órbita europea y mantener a la OTAN lejos de sus fronteras. Un año más tarde, está enfangado en la guerra, Ucrania ha logrado el estatus de país candidato al ingreso en la UE y Finlandia y Suecia han dado el paso que ni en la Guerra Fría osaron dar, solicitando su ingreso en una Alianza Atlántica lamentablemente reforzada. El saldo es decepcionante para un Putin que en los últimos meses ha hecho alarde de su carácter autoritario y profundamente retrógrado.

Un balance catastrófico para Europa

Pero el balance no solo es negativo para Moscú y Kiev. También lo es para el resto de Europa. La política exterior continental ha vuelto a quedar a merced de los designios de Washington. El alto precio de la energía, debido en gran medida a las sanciones impuestas, empuja los precios de todos los bienes hacia arriba, manteniendo en cifras preocupantes una inflación que lastra la economía, por mucho que la tramposa contabilidad del PIB lo disimule. Aunque menos, los hidrocarburos rusos siguen llegando a Europa, solo que ahora a través de la India y Turquía, pero a precios mucho mayores.

Basta fijarse en las importaciones energéticas de la CAV para entender la salvajada. En 2021, Bizkaia, Gipuzkoa y Araba pagaron 4.500 millones de euros por productos energéticos. En 2022, la factura se elevó a 8.500 millones. Esto ha provocado la deslocalización de algunas fábricas en busca de países con energía más barata, como los EEUU, principales beneficiarios de esta situación junto a la siempre bien dispuesta industria armamentística y a las grandes empresas energéticas, que están logrando beneficios récord.

No ha faltado energía en Europa, pero ha sido gracias a un invierno en general benigno, a la quema de carbón -con sus consecuencias climáticas- y a que la capacidad de compra logra acaparar suministros de países más pobres, donde las consecuencias de la guerra se dejan notar con mayor dramatismo, en forma de crisis energética y crisis alimentaria. La guerra es un desastre prácticamente para todo el mundo.

Frente al empate, escalada o negociación

Es difícil saber qué ocurre sobre el terreno. La sorpresiva retirada parcial rusa infló el ánimo ucraniano, pero ahora es Moscú quien recupera terreno. En materia económica, ni Europa ha logrado dejar sin ingresos a Rusia, ni Moscú ha logrado congelar el continente. Las tablas, en cierto modo, parecen servidas.

De este relativo estancamiento se sale de dos formas. O una de las partes, ya sea Europa suministrando aviones, por ejemplo, o Rusia echando mano de armamento más pesado, escala el conflicto -el peligro nuclear sigue siendo minusvalorado-, o se opta por la negociación, como han defendido estos días, con matices, la ONU y China. La experiencia sugiere que ambas opciones son compatibles durante un tiempo, pero las negociaciones necesitan de un caldo de cultivo que no surge de la noche a la mañana.