GARA Euskal Herriko egunkaria
XXV ANIVERSARIO DEL ACUERDO DE VIERNES SANTO

En euskara, Viernes Santo se dice Lizarra-Garazi

El Acuerdo de Viernes Santo sirvió de inspiración para que se constituyera, a iniciativa de HB, el Foro de Irlanda, que devino en el Acuerdo de Lizarra-Garazi. Así dicho, tan lineal, queda perfecto, pero había mucha más trastienda. Irlanda sirvió de percha para ordenar una situación compleja. Contribuyó a gestar un periodo ilusionante en la política vasca.

Gerry Adams, junto con Joseba Egibar, Pernando Barrena, Arnaldo Otegi y Xabier Arzalluz, en una visita que realizó a Euskal Herria precisamente en 1998, poco después de la firma de Lizarra-Garazi. (GARA)

El Acuerdo de Lizarra fue suscrito el 12 de septiembre de 1998 en la localidad navarra, en la Casa de Fray Diego, durante la tercera reunión del Foro de Irlanda, después de las celebradas también en Lizarra el 20 de junio y el 4 de julio. Posteriormente, tras un encuentro en Donibane Garazi en octubre, el acuerdo adoptó el nombre de Lizarra-Garazi, como algo más que un guiño al concepto de territorialidad. Terminaron avalándolo cerca de 40 agentes políticos, sociales y sindicales.

La explícita referencia al proceso irlandés quedó absolutamente patente en el texto suscrito, cuyo prolegómeno está titulado con un elocuente «factores propiciadores del Acuerdo de Paz en Irlanda del Norte», para abordar después su «potencial aplicación para Euskal Herria».

Lizarra-Garazi, por un lado, situaba con precisión el meollo de la cuestión vasca: «Siendo distintas las concepciones que existen sobre la raíz y permanencia del conflicto, expresadas en la territorialidad, el sujeto de decisión y la soberanía política, estos se constituyen en el núcleo de cuestiones fundamentales a resolver». Y por otra parte, junto con la referencia al diálogo y acuerdo, colocaba la clave de bóveda para la resolución: «Euskal Herria debe tener la palabra y la decisión».

El texto del acuerdo se confeccionó en primera instancia en los encuentros que ya estaban realizando de forma regular representaciones del PNV y de Herri Batasuna desde comienzo de año. Los representantes del PNV en aquellas reuniones en un caserío de Igeldo, en Donostia, fueron Joseba Egibar, Juan María Ollora y Gorka Agirre. Por parte de HB acudieron Arnaldo Otegi y Joseba Permarch, recién llegados a la dirección después del encarcelamiento de la Mesa Nacional, acompañados de Iñigo Iruin.

relación HB-PNV

Muchos quisieron ver en esa relación entre ambos partidos otro paralelismo respecto a Irlanda, en concreto respecto al diálogo previo entre el Sinn Féin y el SDLP o, si se quiere personalizar, entre Gerry Adams y John Hume, como punto de partida similar para un cambio de rumbo también en Euskal Herria.

Pero no faltó quien lo interpretó en clave electoral. En el caso irlandés, la capitalización cayó del lado de la formación más radicalmente independentista y próxima al IRA. El partido de Hume era la formación nacionalista irlandesa mayoritaria en 1998, con su techo del 22% de los votos. Hoy en día solo ronda el 9%.

La posibilidad de que algo así sucediera por estos lares infundió temor en los sectores menos abertzales del PNV, los conocidos como «michelines», según el término acuñado por Xabier Arzalluz.

En los mentideros de la época se llegó a utilizar la metáfora de un camello en cuya primera joroba, bien sujeto a las riendas, iba Arnaldo Otegi, mientras que en la segunda, brincando, le acompañaba Joseba Egibar. Las alarmas de los «michelines» saltaron en las elecciones municipales del 99, con unos resultados discretos de la coalición PNV-EA y un espectacular ascenso de Euskal Herritarrok. Por eso, la ruptura de la tregua ese mismo año por parte de ETA se interpretó en términos electorales como un tiro en el pie, en el pie de Euskal Herritarrok, según todos aquellos que comenzaron a alejarse entonces de la coalición liderada por HB.

Pero lo que estaba en juego era mucho más que la disputa electoral, y tenía que ver con movimientos de fondo en la política vasca, en la que estaban apareciendo nuevos factores y nuevos protagonistas. Por ejemplo, Juan José Ibarretxe fue proclamado lehendakari a los pocos meses del Acuerdo de Lizarra. Desde su puesto de vicelehendakari, fue presentado como un candidato con un perfil más técnico que político, lo que se encargaría de desmentir él mismo en los años siguientes con la presentación de su plan para un nuevo estatus.

Porque realmente todo aquel periodo supuso un momento de aceleración que dejaba muchas cosas atrás. Con antelación a Lizarra-Garazi ya tocaban las campanas a muerto por el Pacto de Ajuria Enea e importantes sectores autonomistas, como hizo ELA en un histórico acto en Gernika, decretaban la defunción del Estatuto como vía hacia la soberanía. La colaboración entre ELA y LAB se había convertido en un uno de los puntales de la nueva apuesta.

En aquel contexto, el “espíritu de Ermua”, presentado inicialmente como respuesta por el secuestro y ejecución del edil del PP Miguel Ángel por parte de ETA en julio de 1997, se convirtió en pretexto para un unionismo cada vez más agresivo, que asustó hasta al entonces colaborador nacionalismo vasco tradicional.

La división entre «demócratas y violentos» que había definido la política del todos los partidos frente al MLNV se iba así al garete definitivamente, y fijó otro eje entre unionismo y soberanismo.

Simultáneamente a la gestación del pacto de Lizarra-Garazi se produjo el acuerdo entre ETA, PNV y EA. Al calor de la sintonía recientemente estrenada entre el entonces denominado «nacionalismo democrático» y la izquierda abertzale, la organización armada se reunió aquel verano con sendas representaciones del PNV y EA. Aquel acuerdo tenía un corte marcadamente soberanista y una de sus consecuencias directas fue la constitución de Udalbiltza.

A consecuencia también de aquel acuerdo, ETA decretó un alto el fuego el 18 de septiembre, seis días después del acto de Lizarra. Fue presentado como indefinido, aunque realmente en las citadas conversaciones se había explicitado que tendría un primer periodo de cuatro meses, que fue prolongado posteriormente, hasta su ruptura a finales del 99. Fue entonces cuando se conoció el compromiso alcanzado entre ETA y los dos partidos, lo que dio paso a reproches mutuos. ETA acusaba a los partidos de incumplimiento, y estos le reprochaban maximalismo.

Gobierno de aznar

Una de las grandes diferencias entre el caso irlandés y el vasco era la diametralmente opuesta posición de Madrid respecto a la que había mantenido Londres. La llegada del Gobierno del PP en 1996 tuvo dos consecuencias concretas respecto a la denominada «política antiterrorista»: por un lado, deshizo toda vía de comunicación que, de una u otra forma, el Gobierno español mantuvo con ETA desde las conversaciones de Argel de 1989 y, por otro, comenzó a pergeñar el “todo es ETA”. El cierre de “Egin” se produjo, precisamente, en julio de 1998.

Sin embargo, el escenario surgido con la tregua de ETA abrió un paréntesis en el que, aun sin abandonar las embestidas represivas, un desconocido José María Aznar autorizó públicamente contactos con el «Movimiento Vasco de Liberación» (sic). Se llegó a celebrar una reunión en Zurich entre representantes del Gobierno español y la organización ETA, con el obispo Juan María Uriarte como mediador. No tuvo mayor recorrido, porque el escenario de los acuerdos de Lizarra y de ETA-PNV-EA iba entrando en crisis.

Con dudas entre si se trababa de un proceso de paz o un proceso soberanista, o sin saber combinar ambos planos, los principales actores de Lizarra-Garazi se disgregaron sin poder encontrar el modo de darle continuidad. Como dice el refrán, entre todos la mataron, y ella sola se murió.