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Una ley


Vengo de estar en Cádiz y tuve la ocasión de comprobar cómo ciertas acciones de los gobiernos no son otra cosa que un paripé, que una ley solicitada por los profesionales y aficionados del flamenco se puede convertir en un papel mojado, en un enunciado de buenas intenciones si no se le dota de partida presupuestaria y de todo un desarrollo legislativo que vaya acomodando las intenciones de esa ley a los hechos consuetudinarios. Si no hay reglamento para aplicarla ni dotación económica suficiente, eso se queda en un lavado de cara sin eficacia ninguna y una actividad de la magnitud cultural, social y patrimonial como es el flamenco se puede quedar con unos profesionales tocando palmas, cantando y bailando a las puertas del Parlamento Andaluz el día de su aprobación y el silencio político y administrativo a lo largo de muchos meses o años.

Se puede estar a favor o en contra de la existencia de una ley sobre asuntos como las artes escénicas u otro de carácter cultural e intangible en sus procesos productivos y de sustentación económica, pero si existe, al menos se puede reclamar que se aplique. En otros ámbitos existen leyes aprobadas que no han tenido un desarrollo adecuado a las intenciones del legislador. Se acaba de aprobar el estatuto del artistas que algo aclara y encarrila en la buena dirección el tratamiento que deben tener en términos fiscales y de seguridad social los trabajadores de la cultura.