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LOS TRES MOSQUETEROS: D’ARTAGNAN

Hacia los acantilados de Dover


La primera edición que leí en la niñez de la novela de Dumas venía ilustrada con fotos de la película de la Metro, y aunque la coreográfica adaptación de George Sidney protagonizada por Gene Kelly en el año 48 era en technicolor, esas reproducciones venían en blanco y negro. Por tal motivo siempre lo percibí como algo trasnochado y las posteriores versiones no me liberaron de esa sensación, salvo en parte la parodia de Richard Lester del 73. Hasta la actualidad, en que por fin llega la adaptación definitiva, la que reaviva unas figuras eternas nacidas para una producción tan brillante y espectacular como la de Pathé. Todo encaja, todo fluye en la película de Martin Bourboulon, que después de levantar la monumental “Eiffel” (2021) se ve capaz de todo en nombre de “la grandeur”. Y le han hecho un traje a medida los guionistas Alexander de la Patellière y Matthieu Delaporte, junto con la editora Célia Lafitedupont, para que la narración mantega un dinamismo constante, con todos y cada uno de los episodios perfectamente engarzados, menos en un corte final un tanto abrupto por el imperativo de dejar un espacio abierto a la continuidad de una segunda parte titulada “Milady” (2024).

El relato avanza con pulso firme y cada duelo, cada intriga, son como un salvoconducto para llegar a la secuencia culminante de la persecución a caballo en los acantilados de Dover, donde convergen el protagonismo de D’Artagnan y el de Milady De Winter como si de una carrera de relevos se tratara.

A menudo los árboles del cine de acción no dejan ver el bosque de la dramaturgia, pero en “D’Artagnan” (2023) las secuencias de capa y espada están resueltas siempre en función del contacto físico, sin que los barridos de cámara desdibujen a los personajes del antológico reparto coral, dentro del cual destacaría a Vincent Cassel, por la forma en que expresa el cansacio y el desgaste del tiempo, amén de la mucha suciedad acumulada.