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El tablero de una partida viviente de Othello


Por más películas que hayas visto el cine siempre te enseña cosas nuevas que desconocías, más aún si se trata de una producción procedente de otra cultura tan lejana como la japonesa. Tal vez a quienes estén puestos en los juegos de mesa todo esto no les resulte tan extraño, pero confieso que desconozco por completo las reglas del Othello. El niño que sirve de desencadenante dramático, y que se llama Keita (Tetta Shimada), es campeón de dicha modalidad, que se juega con unas fichas blancas y negras, circulares y planas, sobre un tablero con casillas. Para entendernos, la estrategia y movimientos de los personajes humanos se inspiran en una de esas partidas, en tanto que sus vidas son igual de cuadriculadas. Pero en el mundo real el azar interviene mucho más de lo que lo pueda hacer en cualquier juego, y nunca se está lo suficientemente preparado para ver venir los golpes del destino, por lo que el proceso para encajarlos y superarlos resulta doloroso, e incluso tortuoso.

Puede que por temática el drama familiar de Kôji Fukada se sitúe más cerca del de Hirokazu Kore-eda, pero por estilo invoca al clasicismo del maestro Yasuhiro Ozu. Claro que el contenido y la forma son tan inseparables en su cine, que acaba siendo una especie de observatorio de la evolución de la sociedad japonesa de puertas adentro. El Japón tradicional lo representan el padre (Tomorô Taguchi) y la madre (Misuzu Kanno) del marido (Kento Nagayama), mientras que la mujer (Fumino Kimura) simboliza ese presente que las antiguas generaciones rechazan, por ser divorciada y tener un hijo de una relación anterior.

La pérdida de ese niño trae consigo la reaparición del padre biológico (Atom Sunada), que se comunica con su ex-mujer mediante el lenguaje de signos y así recuperarán el entendimiento perdido en medio del silencio y el distanciamiento espacial que se ha instalado en la casa.