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Entrevue
KōJI FUKADA
Cineasta

«Estar condenados a la soledad no nos exime del deber de convivir»

Nacido en Tokio en 1980, su filme de debut, “Isu”, lo realizó con tan solo 22 años bajo el padrinazgo del también director Kiyoshi Kurosawa. Desde entonces, once largometrajes, otros tantos cortos y una cantidad ingente de películas para televisión jalonan su filmografía. Su último trabajo, “Love life”, acaba de llegar a las salas.

(GARA)

A pesar de estar considerado uno de los directores más singulares del actual cine japonés y de haber cosechado reconocimientos en los principales festivales internacionales, han tenido que pasar dos décadas para que la obra de Kōji Fukada asome por nuestras pantallas. El estreno de “Love life”, largometraje que cosechó un extraordinario éxito a su paso por certámenes como Venecia o Toronto, nos permite acercarnos a la obra de este cineasta cuyo sentido trágico de la existencia no le impide facturar películas muy luminosas. En esta ocasión, Fukada narra la historia de una joven pareja casada en segundas nupcias que desafía el modelo tradicional de familia japonesa. Su felicidad, sin embargo, se ve empañada por la muerte del hijo de ella, fruto de una relación anterior, en un accidente doméstico. El modo en que cada uno de los personajes de la película afronta el duelo que genera esta pérdida evidencia una idea que está en todos los largometrajes de Kōji Fukada: por mucho que nos esforcemos en crear vínculos afectivos con aquellas personas que nos rodean, estamos condenados a gestionar nuestro dolor y nuestra angustia en soledad.

 ¿De dónde surge la historia de «Love Life»? Tengo entendido que su primer punto de inspiración fue una canción popular japonesa, ¿es así?

Sí, se trata de un tema de Akiko Yano que es una cantante pop muy conocida en Japón. Ella grabó hace treinta años una canción titulada precisamente “Love Life”, que me ha acompañado de manera permanente en distintos momentos de mi vida. Hace unos años, por circunstancias personales, empecé a escucharla en bucle y fue entonces cuando sentí la motivación necesaria para ponerme a escribir esta película, inspirado por la canción de Yano.

Se trata de un proceso poco habitual. ¿Qué fue realmente lo que le inspiró del tema, su letra, su melodía?

Su melodía tiene una cadencia triste pero el modo en que Akiko Yano la canta despierta una esperanza en quien escucha el tema y ese es un poco el tono que yo quería para la película. Pero lo que me inspiró realmente fue la letra de la canción, sobre todo sus primeras estrofas donde ella dice: “Por muy lejos que estemos eso no es un obstáculo para seguir queriéndonos”. Las primeras veces que escuché el tema asumí que estaba hablando de una relación amorosa entre un hombre y una mujer, pero con el paso de los años me di cuenta de que esa frase vale para dimensionar cualquier tipo de amor, también aquel que se da entre padres e hijos, estén unidos, o no, por vínculos de sangre. Realmente mi película surge de esa reflexión.

De hecho, su película participa, en cierto modo, de esa tendencia que se percibe en el reciente cine japonés por deconstruir el modelo tradicional de familia. ¿Qué le interesa de dicho argumento?

Bueno, no es algo que esté presente únicamente en el cine japonés de hoy, sino que tenemos una larga tradición de películas que retratan las tensiones y los afectos que se dan dentro de la familia y estoy pensando, por ejemplo, en el cine de Yasujiro Ozu. Pero cuando rodé “Love life” no tenía muy presentes estas referencias, porque no creo que se trate de una película sobre la familia.

Pero, sin embargo, sí que incide en una idea que está presente en la obra de otros cineastas japoneses como es el hecho de que lo que une realmente a las personas son los afectos y no los vínculos de sangre.¿Eso no nos lleva ante un nuevo modelo de familia?

Puede ser, pero lo que define a las familias hoy en día, y diría que ese es el gran tema sobre el que gira mi película, es la soledad. Podemos estar unidos por afectos o por vínculos de sangre, pero eso no nos hace ser objeto de comprensión a la hora de expresar nuestros sentimientos. Eso es algo que terminamos por hacer en soledad.

Según usted, entonces, ¿la soledad es el estado natural del ser humano?

Yo pienso que sí, y tampoco hay por qué renegar de ello. Hay quienes contemplan la soledad como un castigo, como una consecuencia de nuestra incapacidad para hacer el bien al prójimo, pero creo que esa es una visión un tanto superficial de la condición humana y está contaminada por un sentimiento religioso del que yo carezco.

Pero, en todo caso, la soledad hay que saber gestionarla para no verse abocado a la melancolía, ¿no cree?

Sí, claro, y de eso es de lo que hablo en “Love life”. No podemos obviar que la soledad conlleva una gran dosis de sufrimiento. Para saber estar solo hay que saber sufrir, tal y como le ocurre a la protagonista de mi película. Cuando uno no está en disposición de sufrir se agarra a lo que sea para paliar su soledad, a la familia, a los amigos, a su trabajo, a la religión, al amor. De ese modo nos olvidamos que nuestro destino es estar solos pero en el fondo son maneras de autoengañarnos, porque siempre llega un momento en el que tenemos que confrontarnos con nosotros mismos y es ahí cuando evidenciamos lo solos que estamos.

Junto a la soledad, quizá el otro gran tema de su película sea el de la incomunicación. De hecho, en el personaje del exmarido de la protagonista, que es sordomudo, hay una voluntad por comunicarse mayor que en el resto de personajes, que parecen vivir replegados sobre sí mismos.

Es verdad, y muchos podrán pensar que eso se debe a la situación de duelo que están viviendo tras la muerte de su hijo. Siendo esto cierto, a mí sobre todo me interesaba mostrar esa incomunicación como evidencia de la soledad en la que se encuentran todos los personajes de la película. Pero por mucho que la soledad les aisle, se trata de personas que están condenadas a establecer vínculos de convivencia entre sí, es decir, a comunicarse. Honoré de Balzac dijo algo así como “Los seres humanos estamos solos, siempre es un placer tener amigos con los que poder habla de ello”. Y yo creo que esa idea vale para definir mi película. De hecho, es el mensaje que me gustaría trasladar al público. El hecho de estar condenados a la soledad no nos exime del deber de convivir, de interactuar, de relacionarnos con los demás. La soledad no debería llevar a replegarnos sobre nosotros mismos.

Justamente le iba a comentar eso, que a pesar de ser una película profundamente melancólica, «Love life» es una obra muy luminosa. Sus personajes no se mueven en ambientes opresivos, sino en espacios abiertos, y los planos están llenos de aire, de color. ¿Ese contraste entre el fondo de la historia y su puesta en escena vendría a redundar en esa idea de restarle carga trágica al concepto de soledad?

Puede que mi intención, efectivamente, fuera esa, pero tampoco me gusta mostrarme categórico al respecto porque soy de los que piensa que una película termina de montarse en la mente del espectador. Es lo maravilloso de hacer cine. Tu película se muestra simultáneamente, en una sala, a cien personas y es poco probable que esas cien personas la perciban de la misma manera. Depende mucho del estado de ánimo, de la predisposición que tenga cada espectador. Unos podrán decir que, en el fondo, es una historia luminosa, otros que es una película tristísima. Y a mí como director no me corresponde discutir esas percepciones, me basta con despertar emociones en el público.