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EL SABOR DE LAS COSAS SIMPLES

¿Hay algo de espiritual en el hecho de alimentarse?


Nos han convencido de que la cocina es un arte, de que es pura poesía en el plato, y al final nos van a hacer creer que la gastronomía es una religión. Si te tomas al pie de la letra lo que cuenta Slony Sow en “Umami” (2022) el secreto de la existencia se esconde en un cuenco de ramen, pero sería más justo interpretarlo como una metáfora sobre el aprendizaje en la vejez, cuando tras toda una vida de trabajo nace la comprensión de que lo importante es lo más sencillo, aquello a lo que no le dimos su verdadero valor. Desde el punto de vista occidental parece lógico que si un chef europeo se interesa por la cocina asiática también se deje inspirar por su filosofía. En “Parisiennes” (2015), el anterior y primer largo de Sow (2015), la actriz japonesa Eriko Takeda hacía de escritora que viaja a un muy influyente París. De nuevo en “Umami” (2022) el choque cultural domina la narración, en un viaje en sentido inverso.

A Sow no le ha importado la mala prensa del actor Gérard Depardieu, porque lo ha escogido como protagonista con toda la intención del mundo, ya que siempre ha tenido negocios relacionados con la hostelería y es sobradamente conocida su tendencia a los excesos en la comida y la bebida. En la ficción se convierte en un chef ególatra, que se estrella, no cuando le conceden la trercera de la guía Michelin, sino al sufrir un accidente cardiovascular, que le hace replantearse seriamente su paso por este mundo. La religiosidad está presente en los fogones actuales, y no lo digo por las recetas de frailes y monjas, más bien por la construcción de templos gastronómicos, que así los llaman, en lugares desacralizados. El chef Carvin tiene su restaurante Monsieur Quelqu’n en un antiguo convento. Es imposible no ver una contradicción en el interés por rentabilizar tales amagos de trascendencia culinaria.