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Sargento de hierro al rojo vivo


Antes no lo entendía muy bien, pero ahora pienso que las productoras y distribuidoras hacen lo correcto al incluir en las películas la advertencia “basada en hechos reales”. La perspectiva sobre “Eismayer” (2022) cambiaría radicalmente de no saber que se trata de un personaje real, bastante conocido en su país. Y el cineasta debutante David Wagner oyó hablar de él cuando sirvió en el ejército austriaco, así que no paró hasta poder conocerle personalmente. Con todo esto pretendo significar que esta historia está documentada a fondo, por lo que no se puede dudar de las anécdotas que cuenta, todas ellas verídicas.

La extrañeza del público que está viendo el largometraje es la misma que Wagner refleja en la tropa de su ficción, y por eso incluye conversaciones dentro del cuartel en las que los reclutas se cuentan unos a otros las hazañas del famoso y temido sargento, muchas de ellas lindando con el abuso, el maltrato y las órdenes contrarias al reglamento militar.

Pero, y si toda esa dureza de carácter fuera solo una fachada, una máscara violenta tras la cual se oculta un ser humano, con sus claros y oscuros. El único que está al alcance de descubrir el secreto mejor guardado del sargento Eismayer es el recluta Falak, que como homosexual e inmigrante tiene todas las papeletas para ser la víctima propicia del iracundo instructor. En lugar de victimizarse, el joven se esfuerza por vencer a la disciplina y demostrar a su superior que es merecedor de su confianza y aprobación.

Y vaya si lo consigue, hasta el punto de que el en teoría insensible Eismayer cae rendido a sus pies. Tanto se enamora del subordinado que no le importa perder los papeles y que la oficialidad sepa que es gay, algo que deberá confesar primero a su esposa e hijo. Su vida da un vuelco tan grande que también reconoce la enfermedad que padece, convencido de que junto a su chico tendrá un final feliz.