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La Ertzaintza que se les fue de las manos


Qué está sucediendo con el llamado movimiento «asindical» en la Ertzaintza? En opinión de ELA, este fenómeno es la consecuencia de un proceso de corporativización que el propio Gobierno ha impulsado desde hace décadas.

Hasta hace dos décadas, ELA era el sindicato mayoritario. Su propósito era y sigue siendo luchar por unas condiciones de trabajo dignas y defender un modelo policial civil, democrático y de servicio público respetuoso con los derechos humanos. Sin embargo, para eludir lo que ELA reivindicaba, los sucesivos departamentos de Seguridad dieron alas al sindicalismo corporativo. Esas organizaciones han implantado un modelo clientelar, más preocupado por cuestiones accesorias para sus afiliados que por las condiciones de vida y de trabajo. Y han hecho lo que convenía al Gobierno, sin exigir nunca los mecanismos de rendición de cuentas para velar por los derechos humanos. Han sido funcionales al poder político.

El fortalecimiento de este sindicalismo corporativo -que ha condenado con los años a la minoría a ELA-, ha sido celebrado y ha implicado la pérdida de referencias sobre el modelo sindical, además de exacerbar una odiosa subcultura policial. El sindicalismo de clase de ELA es molesto para el poder político. Pero ELA piensa en país y tiene líneas rojas, algo que los gobiernos de Gasteiz han relativizado u obviado. Llegados a este punto, el llamado movimiento «asindical» solo se puede entender como la expresión más radicalizada del corporativismo que los responsables del PNV y el PSE han alimentado durante décadas. Y lo han acabado reconociendo: «Lo de la Ertzaintza se nos ha ido de las manos».

En este contexto, ¿cómo no van a hacerse fuertes las referencias movilizadoras anónimas y no representativas dentro de la propia policía, si no hay el más mínimo pulso político y democrático por parte de los gobernantes? Hace unos días en Arkaute, Urkullu se lamentaba de que en la Ertzaintza hay «injerencias organizadas para condicionar la convivencia y la vida democrática». La función de Urkullu no debería ser preocuparse por supuestas injerencias, ni sermonear a los agentes, sino identificar cuál es la responsabilidad de su Gobierno.

Hace cuatro décadas, recién recuperado el autogobierno, una generación de jóvenes asumió la responsabilidad de dar cuerpo a un instrumento clave Del sistema institucional, como es la policía. Muchas de aquellas personas lo hicieron muy conscientes de cuál era la reivindicación popular: «Que se vayan la Policía Nacional y la Guardia Civil», instrumentos de la represión del Estado. 40 años después, la Ertzaintza ha envejecido. Su relación con el resto de Fuerzas de Seguridad del Estado no solo está normalizada, sino que la Ertzaintza ha sido perfectamente asimilada. La peor subcultura policial se ha instalado como en cualquier otra policía del mundo. Y el debate sobre el modelo brilla por su ausencia, empezando por el Parlamento. Las referencias de clase que, como ELA, claman en su interior por otro modelo policial han sido minorizadas.

Y todo eso no es culpa de los agentes, ni de ETA ni de la marea «asindical». El problema es político y viene de largo, pero el Gobierno Vasco se victimiza en vez de hacerse responsable y tomar medidas. Se limitan a lamentarse porque un movimiento que denominan «clandestino» no les quiere.