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EDITORIALA

Sin enfado, describir los hechos ya es confrontar


Este es un momento complicado para el cálculo político. No es fácil saber cuál es la presión justa para hacer ver a la sociedad la relevancia vital que tienen algunas tendencias políticas. Sucede, por ejemplo, con la emergencia climática. El equilibrio entre denunciar lo inviable de este sistema capitalista y no impulsar el fatalismo paralizante es delicado.

Algo similar sucede con la homologación de la ultraderecha. Una tendencia que se ha demostrado terrible en Hungría, Polonia e Italia, y que tiene atemorizados a Estados como el británico, el francés o el alemán. «Spain is different», por varias razones. En el contexto europeo, resulta chocante que el PP abra las puertas de las instituciones a un partido ultraderechista como Vox. Sin dejar de lado la fraternidad franquista, el falangismo ni la leyenda negra española, una explicación puede hallarse en la encuesta publicada por “El País”, que destaca que, entre las razones para no votar al PP, el 31,5% cree que este pone «demasiados impedimentos» a pactar con Vox, mientras que el 18,7% no asume sus pactos con la ultraderecha.

REALISTAS PERO NO POR ESO CÓMODOS

La «alerta antifascista» puede azuzar a las personas convencidas, pero dejar impasibles a quienes no lo ven tan claro. No es un debate sobre argumentos o razones, sino sobre estrategias para facilitar cambios positivos o frenar tendencias peligrosas. Es un debate sobre cómo lograr unas políticas eficaces y éticas, no cautivas de un moralismo fatuo.

En un contexto electoral, esa dificultad táctica se dispara. Si se le añaden las taras de la cultura política española, las resacas pospandémicas y el factor estival, es casi imposible medir qué discursos, posiciones y decisiones serán más efectivas para poner pie en pared ante los reaccionarios y la ultraderecha.

Están quienes creen que escenarios más crudos despertarán conciencias y activarán movimientos masivos. Es la famosa teoría del «cuanto peor, mejor». Es difícil que alguien que haya sufrido los rigores del Gobierno de José María Aznar sostenga esa tesis. Es imposible desdeñar la reacción de Mariano Rajoy a los procesos vasco y catalán. Tampoco será fácil convencer con ese argumento a quienes tengan en juego sus derechos o su libertad sexual, a las personas en riesgo de exclusión o a las familias con pacientes en fase terminal. Cuanto peor, será peor.

Por otro lado, están los que temen confrontar. Ahí parece situarse Pedro Sánchez que, tras convocar elecciones, no para de rendir frentes. Contrasta con José Luis Rodríguez Zapatero, que ha decidido no ceder a la presión y sostener posturas que para el PSOE suenan radicales, pero que no dejan de ser de sentido común. La preocupación compartida frente a la amenaza de la derecha para los derechos y las libertades debe articular alianzas para confrontar. Claro que el PSOE dice en Madrid que «PP y Vox son lo mismo» mientras PSE y PSN le ceden puestos a la derecha.

EL CORDÓN SANITARIO EQUIVOCADO

No es lo mismo la preocupación que el enfado. Lo primero señala una voluntad de responsabilizarse, mientras que lo segundo marca la convicción de que otros han hecho las cosas mal. A veces, el enfado es una forma de tapar miserias.

Varios analistas han señalado que los malos resultados del PNV en las últimas elecciones tienen que ver con la soberbia de sus líderes. Siguen estando intratables, iracundos y provocadores. Creen que expandiendo ese enfado salen ganando, y quizás tengan razón. No es fácil, pero hay que resistirse.

Cuando todo el mundo ve con temor los pactos de la derecha española, PNV y PSE conciertan con el PP para que EH Bildu no gobierne. Ese tripartito cuajó en Gasteiz, Bastida y Durango, y esta semana se ha confirmado en Juntas de Bizkaia y de Gipuzkoa. Para retener el poder y por miedo a perder la hegemonía, aplican incomprensibles cordones sanitarios hacia el soberanismo de izquierda. No hay que olvidar que los mencionados Aznar y Rajoy tuvieron el poder gracias a acuerdos con el PNV. Andoni Ortuzar los reivindica y no ve problema en pactar con Alberto Núñez Feijóo.

Es para enfadarse, y no hay que descartar que así le ocurra a la ciudadanía vasca cuando vote el 23J.