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EDITORIALA

Unas fiestas populares con un profundo sentido político y vinculadas a luchas históricas


El txupinazo del día 6 de julio supone, tras el preámbulo del solsticio de verano y los sanjuanes, el comienzo oficial del periodo de fiestas en Euskal Herria. Un fenómeno sociocultural que se vive con total normalidad en el país, pero que no es tan común. No solo en el caso de las fiestas de Iruñea, por su escala internacional y su impronta popular. Desde las del resto de capitales hasta las de barrios y pueblos pequeños, en estas fiestas se despliegan valores relevantes para la cultura política y el desarrollo social de las comunidades.

De la mano de las instituciones y de la sociedad organizada, a veces de forma coordinada y otras conflictiva, durante varios días las normas se hacen más laxas en los municipios vascos. El disfrute y la evasión imperan gracias al esfuerzo comunitario. Se da una concentración de expresiones culturales y una activación socioeconómica particular. El consumismo se dirige a la fiesta y las drogas, legales e ilegales, viven un repunte anómalo incluso para esta sociedad. El heteropatriarcado se impone y a su vez se resquebraja. Los problemas siguen ahí, pero se miran con un punto de inconsciencia. Las reivindicaciones políticas se adaptan en mensajes y tonos.

UNA CAMPAÑA EXÓTICA Y A LA VEZ CRUCIAL

Desde la perspectiva vasca, la coincidencia del inicio de la campaña electoral y de los sanfermines han acrecentado el tono surrealista de los comicios a las Cortes españolas del 23J.

Por supuesto, la amenaza de la ultraderecha se vive de forma distinta en un contexto festivo. Pero sobre todo se vive distinto si se lleva toda la vida siendo perseguido por portar una bandera, por disentir de los representantes públicos o por organizar conciertos; incluso en fiestas. Porque todo esto ha pasado ya en estos sanfermines, de nuevo, en 2023.

La derecha, con la alcaldesa Cristina Ibarrola a la cabeza, ha intentado tensionar, azuzar enfrentamientos y marcar así terreno. No hay que olvidar que es la alcaldesa de la minoría. Por eso no quiere disfrutar de su pírrica victoria, prefiere provocar. Están nerviosos, están en campaña. Son conscientes de que en tierras vascas la ultraderecha en sus diversos formatos es una fuerza a la defensiva y con escaso apoyo.

La respuesta popular a las provocaciones, sin embargo, ha sido serena e inteligente. La jugada era tan evidente que resultaba ridícula. Para confrontar hay que elegir, en la medida de lo posible, terrenos, temas y marcos. La gente que busca bronca sin ton ni son no puede marcar tiempos ni debates.

SIEMPRE DEL LADO DE LA LIBERTAD

En estas elecciones están en juego derechos y libertades. Precisamente, la lucha del pueblo vasco ha sido y es por la emancipación social y nacional. Y así se vincula con las luchas de todas las personas, comunidades y pueblos que persiguen la libertad.

Esa experiencia histórica de luchas, plagada de represión e injusticias pero también de solidaridad e imaginación, genera un andamiaje ideológico potente. Se desarrolla un sentido antiautoritario auténtico que no se queda en la iconografía y que, en escenarios complejos como el que hay abierto en el Estado español, ofrece unos instrumentos potentes. Por ejemplo, permite entender la importancia de participar políticamente, votando pero también en dinámicas populares. También enseña la importancia de la transmisión entre generaciones, como se pudo ver ayer en el acto de memoria por Germán Rodríguez.

La discriminación de las mujeres y la violencia sexista, la homofobia y la transfobia, el racismo y la inhumanidad con la que se trata a las personas migrantes… no se deben permitir. Testimonios como el de Mafati, un vendedor ambulante en Iruñea, deben hacer pensar sobre todo lo que está en juego en este momento histórico. En ningún caso se debe mirar para otro lado ante las injusticias. Ni en fiestas.