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Mentiras arriesgadas a orillas del mar


Todo en “El origen del mal” rezuma olor a naftalina, algo intangible en la escenografía decrépita en la que se desarrolla este perturbador y guiñolesco juego de confusiones y mentiras.

El cineasta, escenógrafo y escritor Sébastien Marnier ha tomado como ejemplo a seguir películas como “La flor del mal”, de Claude Chabrol y “Celebración”, de Thomas Vinterberg, a la hora de desarrollar en esta su tercera película, un thriller escenificado en una lujosa villa junto al mar y en la que una joven de clase humilde topa con una extraña familia acaudalada que nunca conoció con anterioridad y que está integrada por un padre desconocido y muy rico, su caprichosa esposa, su hija, una ambiciosa empresaria, una adolescente rebelde y una inquietante sirvienta.

COMEDIA NEGRA

Un microcosmo humano altamente tóxico en el que el veterano Jacques Weber encarna el rol del patriarca de este clan que tras su fachada oculta múltiples mentiras.

Se agradece el tono juguetón que ha empleado Weber a la hora de plasmar en imágenes las situaciones y embrollos que asaltan al espectador en una mansión de la Costa Azul cuya decoración kitsch subraya las intenciones que encierra el filme.

A ello se suma un reparto excelente en el que, además de Weber, brillan las desaforadas presencias de Dominique Blanc haciéndonos rememorar la sobrecogedora y grotesca caracterización que realizó Bette Davis en “¿Qué fue de Baby Jane?”.

Siguiendo la pauta que dejó escrita en su fábula Tolstoi, esta sátira en torno a una familia burguesa logra momentos álgidos de comedia negra salpimentados con constantes giros que aportan nuevas direcciones a una historia que seduce gracias a su implacable tono.