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JOPUNTUA

Alevines de caudillos


Con más frecuencia de la deseable solemos encontrarnos en los medios o en la calle con personas ansiosas de convertir en ley sus opiniones, incluso sobre cualquier irrelevante asunto y, lo que es peor, personas dispuestas a sancionar como delito cualquier criterio ajeno que no sea de su gusto. Es como si todos los días se levantaran por la mañana con la patológica necesidad de prohibir algo, lo que sea. Y ese algo, generalmente, suele ser lo primero que les propongan los medios siempre a la caza de anónimos testigos que avalen sus inquietudes.

Desgraciadamente, cuanto más democrática se cree una sociedad, más tiende a hacer banales sus preguntas y absolutas sus respuestas. Basta que aparezca un micrófono para que nos parezca inadmisible el baño sin gorro en las piscinas o intolerable cubrirse la cabeza.

Una reportera animaba a la gente a dar su parecer sobre el hecho de que haya quien vende los regalos recibidos de no ser de su agrado. Al margen de una joven que contestó que cada quien podía hacer con sus regalos lo que quisiera, que para eso eran suyos, varios de los entrevistados optaron por sanciones legales, y hasta hubo quien propuso fuertes multas para evitar lo que llamaba comercio ilegal. Curiosamente, la mayoría de las personas no solo se conformó con hacer juicios de valor, a los que derecho tiene, sino que exigió la prohibición de la reventa de regalos.

Es habitual encontrar en los medios a personas sin más criterio que uno ante el intrépido periodista que ha planteado el tema, dispuestas a prohibir por violentos los dibujos japoneses, vetar la presencia de perros en los parques, ilegalizar la osteopatía, exigir la incondicional para las palomas y la perpetua para los grafiteros...

A fin de cuentas, la mejor forma de que no respondamos a lo que nos interesa es que se nos pregunte sobre lo que no nos importa.

(Preso politikoak aske)