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La receta de UPN para la calle Sangüesa


El alcalde Maya se despidió del cargo con su enésima tropelía, esta vez en forma de adjudicación del aparcamiento de la calle Sangüesa; adjudicación apresurada, objetable en el fondo y revistiendo la forma de una sonora bofetada al vecindario del Segundo Ensanche. Recuerda a esa otra gran hazaña de su antecesora Barcina (y con él de arquitecto municipal) en la plaza del Castillo, tremendo y costoso disparate, con sus lucros cesantes e incesantes, ahora reconocido como error por la propia planificación de Maya.

El aparcamiento de marras supone la destrucción del arbolado de una de las dos calles del Ensanche con árboles de algún porte y afecciones no concretadas al de la propia plaza de la Cruz, la única arbolada del barrio. Todo esto cuando medio mundo se afana por renaturalizar y reforestar las ciudades, como la gran herramienta urbana (junto a la reducción del tráfico y las emisiones) para protegerse del calentamiento. Y no es ni por estética ni por ahorrar en aire acondicionado: es una cuestión de salud pública. Y no sirve la excusa de su sustitución, porque no es lo mismo un árbol de dos o tres años que uno de veinte o treinta. Cuando en la calle Sangüesa deberíamos estar ampliando alcornoques y mejorando las condiciones de los árboles actuales, talamos y ponemos arbolitos en macetas.

Y todo esto, ¿para qué? El Ayuntamiento ha dejado deslizar por ahí unas cifras de listas de espera y solicitantes de plazas de aparcamiento que avalarían su necesidad. Con datos del documento de planificación urbana (PEAU) del Segundo Ensanche, sin embargo, no se desprende tal necesidad. Teniendo en cuenta el aumento de edificabilidad previsto, tendremos en el barrio en torno a 10.500 viviendas. Actualmente hay unas 10.000 plazas bajo rasante (el 30% de rotación). En superficie, con las supresiones previstas (unas 1.250), quedarían aproximadamente 1.900 plazas. El número de tarjetas de la zona azul es de 4.325. Con esas cifras es posible encarar la cuestión del aparcamiento (que va mucho más allá del problema para aparcar) de acuerdo con criterios sociales, ambientales y distributivos rigurosos (a pesar de estos datos, el PEAU propone nada menos que 4.400 nuevas plazas, 350 de ellas en la calle Sangüesa). No hay, por tanto, tal necesidad cuando, además, se cuenta desde hace muchos años con propuestas de ubicaciones alternativas mucho más razonables desde el punto de vista del tráfico, las afecciones y el coste.

Otra justificación del aparcamiento es la retirada de coches de las calles. Pero el aparcamiento no solo no elimina coches, sino que genera tráficos adicionales, particularmente si se trata de ubicaciones en el mismo corazón de la ciudad y de rotación. El PEAU lo predica de los de la plaza del Castillo y plaza de Toros; si sirve para esos casos, con tanta o más razón, para la calle Sangüesa. Dado su impacto en la generación de incentivos a la movilidad en vehículo privado, con todas sus externalidades negativas, soportadas por la sociedad, muchas ciudades han pasado de la exigencia de un mínimo de plazas de aparcamiento en nuevos edificios residenciales a imponer máximos. Un trabajo publicado por la OCDE en 2019 menciona los casos de Chicago, Londres, Nueva York, París, Seul, Sydney, Toronto y Ciudad de México. La evidencia es tan abrumadora como la insensibilidad de algunos gestores públicos para entenderla, ya sea por desconexión de la realidad de la movilidad urbana, negacionismo, indiferencia a la salud pública o defensa de intereses espurios (marquen lo que proceda). Más tráfico y menos árboles, en una zona particularmente castigada por la contaminación y la subida de temperaturas. Y es que se suele asociar el tráfico a las emisiones de CO2 y el cambio climático. Pero los automóviles generan también emisiones de contaminantes altamente perjudiciales para la salud humana (la UE calcula varios cientos de miles de muertes prematuras al año por esa causa), particularmente en áreas urbanas.

El problema no se resuelve creando más aparcamientos -no digamos si además se hacen hipotecando patrimonio público-, sino convirtiendo el transporte público, la bicicleta y el desplazamiento peatonal en sustitutivos cercanos del automóvil. Los aparcamientos no son una buena herramienta si lo que se quiere es fomentar la accesibilidad (y, por tanto, democratizar la ciudad).

A todo ello hay que añadir la cuestión del coste. Se dice que cada plaza tendría un coste final por encima de los 36.000 euros, un precio a todas luces muy elevado y fuera del alcance de gran parte de residentes, lo cual abunda en la falsa necesidad del aparcamiento y en su carácter generador de tráficos. Una vez más, por lo que parece, el sector público generando rentas privadas o, cuando menos, derechos indemnizatorios.

En el ámbito urbano no hay nada espontáneo ni inocente. Es el paraíso del no mercado, de la especulación y, muy a menudo, del mangoneo. Por eso la corrupción política está estrechamente ligada a lo urbano. Y es que muchas de las decisiones tomadas por el sector público, a menudo a costa de recursos públicos, involucran la generación de rentas. La cuestión a dilucidar es quién se apropia de ellas.

Es hora de plantearse seriamente nuevos modelos de ciudad, olvidarnos de la urbanización difusa, pero también de la calle como yuxtaposición de calzada y aceras, de su misma denominación como «viario». ¿Queremos una ciudad, un barrio en nuestro caso, para vivir o para enseñar? La plaza de la Cruz y la calle Sangüesa son espacios para vivir y para convivir. A estas alturas, entre preservar el techo vegetal urbano o crear vistas diáfanas al gusto de especuladores y depredadores de lo público o arquitectos endiosados, no tengo ninguna duda.