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UN LIBRO RECOGE SU IMPRONTA EN EL HERRIALDE

Toponimia y leyenda negra: la huella del lobo en Nafarroa

Más de 300 topónimos y de cien escudos heráldicos, y una nutrida leyenda negra integran la huella cultural que ha dejado el lobo en Nafarroa, según se recoge en el libro que el experto Ignacio Etxeberria ha dedicado a la impronta que este animal tan temido como admirado ha dejado en el herrialde.

José Luis Garmendia posa junto al último lobo abatido en la zona de Urbasa, en junio de 1981 (EL LOBO EN NAVARRA)

A través de la toponimia, la heráldica y, sobre todo, una nutrida leyenda negra, el lobo ha dejado una profunda huella cultural en Nafarroa que ha sido recopilada en un libro por el experto Ignacio Etxeberria.

El título de su obra es “El lobo en Navarra. Otsoa Nafarroan”, publicada por Lamiñarra y en la que ofrece parte de la información que ha ido recopilando en su blog del mismo nombre.

En el libro recoge la gran animadversión que generaba el cánido a causa de la merma que provocaba en la cabaña ganadera y por el miedo que producía entre la misma población. Por ese motivo, durante siglos se ha cazado al lobo recurriendo a las más variadas trampas, con redes, cepos, lazos, batidas de cazadores o venenos.

Incluso se empleaban perros grandes para hacer frente a los lobos, los mastines, que llevaban al cuello un collar con muchos clavos y puntas hacia fuera que se llamaban karranklak. O se recurría a instrumentos que hacían ruido para espantar al lobo, como cuernos.

De hecho, el cánido, junto al oso, los conejos y otras alimañas, eran los únicos animales que podían cazar los labradores y villanos, según establecía el Fuero navarro. Es más, para combatirlo, en 1652, la Cortes aprobaron una ley que fijaba recompensas por el exterminio de lobos. Así, se establecía un pago de seis ducados por lobo grande y de dos por cada cría. Los fondos eran aportados por las localidades de la zona, que, de esa manera, premiaban a quien había contribuido a proteger a su ganado.

Diez años más tarde se prorrogó esa norma variando la cuantía de la «recompensa»: tres ducados por cada lobo grande y un ducado por cada cría. En 1817, las Cortes aprobaron una nueva ley para poner al día esos abonos, fijando una gratificación de 120 reales fuertes por lobo adulto y de 60 por lobezno. Esta última cantidad se redujo a 20 reales fuertes en 1828, tras las protestas de algunas instituciones locales, que eran las que abonaban ese dinero.

El siglo XIX fue un época de especial protagonismo del lobo, sobre todo en Erribera, con las Bardenas como uno de sus últimos reductos en Nafarroa. Por ejemplo, entre los años 1855 y 1859, se mataron 320 lobos en el herrialde.

Las pérdidas que los ataques de los lobos generaban en los rebaños no recaían en sus pastores, porque se consideraba que, hasta cierto punto, eran inevitables. Sin embargo, las negligencias a veces se pagaban, como cuando no se había recogido el rebaño cuando «se apercibía ataque de lobos», medida que en ese caso era obligatoria.

ATAQUES A HUMANOS

Lo más habitual era que el lobo atacase al ganado, pero no faltaron los casos en los que seres humanos terminaron sucumbiendo ante este animal, como las dos hilanderas a las que habría dado muerte un cánido en la calle Traxanatea, de Otsagabia, según sostiene una tradición de la localidad.

En Tutera, el 23 de junio de 1851, un lobo rabioso entró en la ciudad y atacó a varias personas antes de ser abatido por un guardia y un sereno. El primero de ellos, Pedro Reas “El Roso”, terminó muriendo por el ataque y, en reconocimiento, una calle de la capital ribera está dedicada a él.

Por tratarse de un animal tan peligroso, su muerte se celebraba por todo lo alto con pan, vino, queso e incluso tamboriles. Y si era capturado vivo «podía llegar a ser exhibido, juzgado y ejecutado en una fiesta pantomima y, a veces, por los menores del pueblo», explica Etxeberria.

Algunos, especialmente conocidos por sus constantes ataques, una vez abatidos, llegaron a ser exhibidos en el Palacio de Diputación. Así ocurrió con el lobo “Aldabidia”, muy activo en la zona de Urbasa, y que fue cazado en diciembre de 1922. A sus cazadores, los hermanos León y Raimundo Aramburu, les llegaron a componer hasta una copla. La recompensa por su muerte fue de 5.000 pesetas.

Aunque muchos lobos terminaron siendo abatidos con armas de fuego, el método que resultó definitivo en esta lucha contra el cánido fue el de los venenos. Según explica Etxeberria, a inicios del siglo XIX se empezó a usar la nuez vómica y su extracto, la estricnina, que «se pueden considerar como la verdadera causa de la casi desaparición del lobo en Europa».

Así se llegó a mediados del siglo XX, con la presencia del lobo haciéndose más esporádica, hasta llegar a los últimos ejemplares abatidos. En Urbasa, ese momento se produjo en 1981, tras unos años en los que se atribuía a los lobos la muerte de 600 ovejas, por un valor de cuatro millones de pesetas de entonces. Lo abatió José Luis Garmendia, que recibió una recompensa de 246.000 pesetas.

El último lobo muerto en Nafarroa fue un ejemplar capturado en Petilla de Aragón en abril de 1990. El rastro de esta especie se perdió hacia 1995.

300 LUGARES VINCULADOS AL LOBO

El lobo ya no se encuentra en tierras navarras, pero su presencia durante siglos ha quedado reflejada especialmente en la toponimia, hasta el punto de que «hay más de 300 lugares que mentan al cánido», de los que la mitad «podrían definir lugares donde fue cazado».

Los topónimos referidos al lobo que salpican la geografía navarra son principalmente en euskara, como otsondo, otsoportillo, otsartea, otxobi u otsozulo, aunque también hay términos en lengua romance, como lobera.

Su influencia llegó incluso a los nombres de las personas, con Otsanda como uno de mujer común en la Edad Media y con Otsando como su masculino, lo que ha derivado en una gran cantidad de apellidos, como Otsandorena u Otxotorena.

Esa presencia tuvo también su traslado a la heráldica, donde el lobo tiene un papel relevante, ya que de los 774 blasones que aparecen recogidos en el Libro de Armería del reino de Nafarroa, en 122 está presente este animal. En este caso, se le asocia a la valentía, el coraje y el desprecio a los riesgos.

Además, su imagen aparece en los capiteles de la iglesias como representación del diablo, al que quedó asociado en la Edad Media. Y tiene su espacio en la mitología vasca a través de la figura del gizotso, un monstruo mitad hombre y mitad lobo.

A pesar de su leyenda negra y del empeño en acabar con él, Etxeberria recuerda que su presencia en la naturaleza «reporta muchos beneficios, mayoritariamente el control de algunas especies», como en el caso de los jabalíes, tan abundantes en la actualidad. Sin embargo, este dato es uno de los pocos puntos a favor de una especie a la que tanto se ha llegado a temer y a la que se ha perseguido hasta prácticamente exterminarla.