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EDITORIALA

Si la economía trata del reparto de recursos para garantizar una vida digna, la economía va mal


Aunque la política se lleva los titulares, el inicio del curso político es un buen momento para hacer balance socioeconómico y calibrar con qué mimbres se afronta lo que viene. La situación, quede claro, no es buena, aunque la comparación con los augurios del año pasado sugiera lo contrario.

Los problemas en las cadenas de suministro a la salida de la pandemia, junto a la guerra de Ucrania, dispararon la inflación e hicieron temer por el abastecimiento energético en invierno. Unos meses menos fríos de lo habitual y el efecto positivo de algunas de las medidas paliativas tomadas por el Gobierno de Pedro Sánchez -empujado por los partidos soberanistas y de izquierda que le dieron apoyo- permitieron salvar los muebles en el sur del país. La prueba es que la inflación está por debajo de la media europea.

De hecho, los números macroeconómicos, con excepciones, sonríen. La inflación parece controlada, el crecimiento del PIB, aunque bajo, está por encima de lo esperado, y la recaudación marcha viento en popa. Este diagnóstico tiene sus aristas -la industria alemana, por ejemplo, sufre, lo que acabará repercutiendo en Euskal Herria-, pero además, tiene poco que ver con la experiencia diaria de la gente. Si se entiende la economía como ese conglomerado de elementos a través de los cuales se asignan los recursos necesarios para vivir, no puede decirse que vaya bien.

LO MÁS BÁSICO: TECHO Y COMIDA

Los grandes números a veces confunden y hacen olvidar lo más básico. Los seres humanos necesitan cobijo y comida para vivir. Parece obvio, pero tanto la vivienda como la cesta de la compra se han encarecido de forma desproporcionada durante el último año, ajenas al optimismo circundante. Todo en un contexto general -de nuevo, con sus excepciones- de estancamiento de los salarios.

La subida de los tipos de interés del BCE apenas ha limitado la inflación en la eurozona, pero ha encarecido notablemente las hipotecas, obligando a muchas familias a dedicar a la vivienda mucho más de un tercio de su renta. El alquiler, a la espera de políticas públicas más valientes al abrigo de la nueva Ley estatal -recurrida por el PNV vía Lakua-, sigue siendo pasto de la especulación y escala a cotas desconocidas.

Sobre la cesta de la compra, los 10 euros que vale ya el aceite de oliva virgen permite simplificar en cierta medida el problema: nadie va a morir de hambre, pero la calidad de la alimentación de mucha gente está menguando, lo cual repercute evidentemente sobre su capacidad de desarrollar vidas plenas.

Una mirada al medio plazo

A corto plazo, frenar a la derecha allí donde sea posible y usar todos los instrumentos institucionales al alcance de la mano en Euskal Herria resulta fundamental para amortiguar la situación. Tanto como engrasar y reforzar las redes solidarias que ya operan. El caso de la vivienda en el norte del país es ejemplar.

Por supuesto, hace falta mucho más. Las estructuras europeas que regulan las decisiones que pueden tomarse necesitan un repaso profundo. Prohibir las ayudas contra la inflación a partir del 2024 en favor del pago de la deuda es una estupidez peligrosa.

La crisis climática, por otro lado, ya está aquí, pero las reflexiones y las acciones a las que obliga siguen pendientes. No hay tema contemporáneo que no esté atravesado por esta realidad. Un efecto perverso de las citadas ayudas ha sido subvencionar los combustibles fósiles. La sequía, asimismo, compromete la producción alimentaria. El reto es doble y requiere activar toda la inteligencia colectiva: la acción inmediata contra el deterioro de las condiciones de vida es crucial, pero no debería comprometer el derecho de las generaciones futuras a una vida digna.