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Mohamed VI, comendador de los creyentes, y las represas de Gadafi


Resulta que el rey Mohamed VI, quien, como heredero de la monarquía alauí, se arroga el título de «comendador de los creyentes», veraneaba plácidamente en una de sus mansiones en Francia, probablemente en París, mientras sus protegidos eran sepultados por el terremoto más devastador que ha sufrido Marruecos en el último siglo.

Nada nuevo bajo el -inclemente- sol del Atlas, cuyos habitantes, bereberes (amazighs), sufrieron a finales del siglo XIII la invasión de sus ancestros, los alauítas, llegados de Arabia y que se reclamaban descendientes de Mahoma.

Podría haber sido, eso sí, posible que la desgracia de sus súbditos hubiera pillado al rey en su mansión de Gabón. A no ser por el golpe de Estado militar que asoló a este país africano unos días antes.

Desde su breve comparecencia el sábado tras un regreso relámpago a Rabat, Mohamed VI ha estado tres días desaparecido. Y la labor de su Gobierno se limita a rechazar ayuda, de la antigua metrópoli francesa y de su rival regional, Argelia.

Mientras, los vecinos del olvidado sur de Marraquech sacan a sus familiares, ya cadáveres, de entre los escombros, a mano y olfateando el hedor a muerte.

El régimen, que ha visto cómo EEUU e Israel avalan su ocupación del Sáhara, no quiere deber nada a quien no trague a pies juntillas su «plan de autonomía», como España (¡Viva Sánchez!). Y menos a una Francia de Macron que coquetea con su antigua y desastrada colonia argelina.

Herencias... Como la de una Libia que al desembarazarse, con ayuda franco-estadounidense, de Gadafi, vio cómo los equilibrios entre tribus y clanes armado durante décadas por el «Coronel» para seguir en el poder saltaban por los aires.

El país se convirtió en un caos dominado por una miríada de milicias que se declaran periódicamente la guerra y está dividido en dos Gobiernos, el de Trípoli al oeste y el de Tobruk en la parte oriental.

La naturaleza ha decidido que la tormenta Daniel arrasara el este del país provocando el colapso de dos represas que han anegado la ciudad de Derna, con sus 120.000 habitantes.

Toda una metáfora del destino de Libia. Y donde, como en Marruecos, ya no hay a quién encomendarse...