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ALL DIRT ROADS TASTE OF SALT

Un prometedor caleidoscopio vital


Raven Jackson, poeta y fotógrafa, dirige su ópera prima con la claridad de quien sabe que toda selección y ordenación de una imagen constituye una idea que cultivar. Por ello, no nos sorprende el arranque poético de ‘‘All Dirt Roads Taste Like Salt’’, un compendio de viñetas relacionadas significativamente alrededor de los detalles que marcaron los hechos más importantes en la vida de dos hermanas, en el Mississippi rural de los 70. La muerte de la madre, la elección de un nombre de bebé, el primer amor… La cineasta, amparada por el magnífico montaje de Lee Chatametikool, juega a las posibilidades del corte y el plano para elevar una vida cualquiera, convertida en un caleidoscopio precioso de tiempos y escalas.

Jackson pone el cine a trabajar para continuar con el interés que en la literatura ha demostrado por lo maleable de la experiencia. Por un lado, se atreve a extender la duración de aquellas esquinas de realidad que así lo piden (largos abrazos, rostros que rompen a llorar) y, por el otro, rescata sin apuros el carácter onírico de sus escenas, adornadas por una suntuosa voz en off. La película podría ser un cruce entre ‘‘Verano 1993’’ y ‘‘El espejo’’ de Tarkovski, si no fuera porque la espiritualidad holística de la voz narradora raya el parecido razonable con el Terrence Malick más vistoso y cinematográficamente menos interesante.