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Biblia, Sharia y Estados nación


Siempre que estalla el sempiterno conflicto palestino-israelí, surgen voces que remontan la lucha de ambos pueblos a hace 4.000 años.

Unos lo hacen de mala fe, para abonar la tesis de que el conflicto no tiene solución. Otros bienintencionados, destacan la paradoja de que el David de ayer (Israel) se ha convertido hoy en el gigante Goliat.

Filisteos (hoy árabes palestinos) contra judíos y samaritanos. ¿Era Jesús de Galilea (Jesucristo para los cristianos, el profeta o mesías Isa para los musulmanes) judío o no?

Tanto Netanyahu y sus gobiernos con sus referencias a los profetas bíblicos como los islamistas palestinos (Hamas, Yihad) y libaneses (Hizbulah) con sus apelaciones a Palestina como la cuna del islam (casi más que Meca y Medina) coadyuvan sin duda a esta lectura histórica y resignada.

Pocos, pero insignes novelistas y analistas han destacado el desastre que para la civilización humana han supuesto las llamadas «religiones del libro» (judaísmo, cristianismo e islam por orden cronológico) con su tendencia al exclusivismo y a la intolerancia. No es quizás este el momento para ajustar cuentas con una pulsión que, como se ve en la política y en prácticamente todos los órdenes de la vida, forma parte de la cara oculta del ser humano.

Pero convendría, quizás, afinar y atinar, más cerca en el calendario, sobre, quizás no el origen, pero sí el impulso principal para explicar que Oriente Próximo esté así, asomado al abismo, desde hace un siglo.

Y se llama nacionalismo exclusivista.

Forzado sin duda por una campaña de siglos de persecución de los judíos en Europa (expulsión de Inglaterra en el siglo XXIII, de la Península Ibérica en el XV, y por los pogromos (término eslavo) en Europa central y del este, el sionismo busca un refugio, en Uganda, Madagascar, EEUU, Argentina... y apuesta por «volver» a Sion, el monte sobre el que se edificó Jerusalén (Al Quds).

El complejo de culpabilidad de Europa por la Shoah hace el resto y el sionismo llama a ir a la «tierra prometida» a todos los judíos del mundo, cuyos ancestros nunca vivieron ni provenían de allí.

Ello supone expulsar a los árabes, que pasan a reivindicar su identidad palestina por contraposición. Y refuerza un nacionalismo excluyente árabe que considera que los judíos árabes que seguían viviendo en Oriente Próximo y en los países árabes no son sino una quinta columna de los sionistas.

Con esos mimbres, la apuesta de EEUU, de la URSS de Stalin y de la recién creada ONU de crear la solución de los dos estados es simplemente una quimera.

Si a ello unimos, como sostiene el historiador paquistaní Tarik Ali, que fue la entonces metrópoli británica la que, para seguir controlando la región, promovió en los años 30 un Israel lleno de europeos y segregador contra los árabes, una fórmula que hizo suya EEUU, tenemos el cocktail perfecto para el desastre.

Un desastre bíblico, sí, pero que tiene raíces mucho más recientes y prosaicas.