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AZKEN PUNTUA

Odio


La derecha española se ha lanzado a las calles al grito de «Sánchez traidor» y «Sánchez hijo de puta», argumentos que dejan el listón democrático de los ufanos convocantes a la altura del odio de aquellos que se alzaron contra la república en 1936. Un año en el que al norte del Pirineo la izquierda del Frente Popular llegaba al poder instaurando la jornada laboral de 40 horas, las vacaciones pagadas y la seguridad social, medidas sociales por las que el gobierno de León Blum, de origen judío, fue atacado por los conservadores desde un antisemitismo descarnado y generalizado que volvió a supurar con fuerza tras siglos de envidias hacia un pueblo que logró prosperar gracias a los préstamos con usura, prohibidos a los fieles católicos. Tras la Segunda Guerra Mundial y el holocausto, la Francia colaboradora y antisemita se transfiguró milagrosamente hasta el punto de que en la marcha de ayer en París participó incluso la extrema derecha de Marine Le Pen y se señaló a la izquierda heredera de aquel Frente Popular acusándola de traidora y de filoterrorista por su posicionamiento crítico con la masacre de Gaza. El nacionalcatolicismo venció sin convencer, como dijera Unamuno, y al poco tiempo cayó París. Su rendición le evitó una destrucción como la del gueto de Varsovia y ahora, como entonces, vuelve a rendirse ante el odio.