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EDITORIALA

Los peligros de ir a rebufo de intereses comerciales


Los responsables de varios centros educativos de Donostia han alertado a las familias de que un elevado número de alumnos de ESO estaban recibiendo invitaciones para participar en grupos de WhatsApp cuyo contenido era «inapropiado y desagradable». Al parecer esos chat no habían sido organizados por los propios estudiantes, sino por personas ajenas al centro y la Ertzaintza está investigando si el objetivo final de los mismos era delictivo, y estaba relacionado con la obtención de material pornográfico y pedófilo.

Este tipo de hechos se están volviendo cada vez más habitual y para algunos jóvenes no es la primera vez que se ven involucrados en un conflicto de este tipo, incluso sin haber tenido una participación activa en el chat. En este sentido, sorprende la facilidad con la que personas ajenas a los centros educativos acceden a los números de teléfono del alumnado. La protección de datos, la persecución del material delictivo e incluso la censura de contenido que se considera peligroso para la «seguridad nacional» funciona en internet desde hace mucho tiempo, sin embargo, para determinadas cuestiones no parece que sea posible el control. Por otro lado, conviene señalar que la sociedad actual se mueve por detrás de los adelantos técnicos: se inventa artefactos que se comercializan inmediatamente y solo después llegan las preguntas sobre su pertinencia, sobre su utilidad y sobre el uso que se les debería dar. De este modo, hasta que no se detecta un problema nadie se pregunta si un adolescente necesita realmente un smartphone. Si lo que necesita es un teléfono, tal vez sea suficiente con que lleve un móvil y que utilice un ordenador doméstico para sus interacciones en redes sociales.

Internet puede ser una potente herramienta, pero su carácter libre y el uso comercial han logrado que se haya convertido en un repositorio de bodrios, violencia, pornografía, odio y mal gusto al que los adolescentes tienen acceso directo y total gracias a un smartphone que tienen que tener porque todos los demás tienen uno. Y ahora son los padres y madres, la sociedad en general, la que debe buscar el modo de acotar el uso. Siempre por detrás de los intereses comerciales.