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La ola


Es difícil abandonar por voluntad propia una buena ola profesional en el mundo de las Artes Escénicas. Es una maldición que en ocasiones lleva a estrellarse contra una realidad acumulativa o una omisión descorazonadora. Se necesita mucho temple, capacidad de discernimiento, consejos adecuados y modulación de la ambición para saber decir ‘‘no’’ cuando la alarma pide decir ‘‘sí’’. Las decisiones se deben tomar a una velocidad que no permite en ocasiones ese momento crucial de pesar bien pros y contras, y siempre puede la angustia de lo contrario, del que si dices que no puede nunca más te vuelvan a llamar.

Existe un despecho administrativo, una suerte de celos en diferido, de orgullo herido y, si alguien por cuestiones muy argumentadas dice no a una propuesta que el que la ofrece considera es irrechazable, puede llevar al ostracismo a esa persona, artista en el rango que sea, que decide rechazarla porque necesita respirar o tiene otra opción o no acaba de ver clara su capacidad para realizar en perfectas condiciones lo que se le ofrece o no desea hacerlo por mil y otras razones, todas objetivas y/o subjetivas.

El silencio, la falta de ofertas, es más doloroso, pero el mal que se puede producir al acumular en un espacio de tiempo muy concreto demasiadas propuestas aceptadas puede llevar una devaluación y bajada de nivel artístico que tiene efectos profesionales posteriores nocivos. Saltar de la ola o seguirla, esa es la cuestión.