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LOS COLORES DEL INCENDIO

París no era una fiesta


El director y actor Clovis Cornillac, en su esfuerzo por recrear con detalle el contexto de los estragos causados por la crisis económica global de 1928 y el ascenso de Hitler al poder en la Alemania de 1934, falla al dotar de la debida profundidad humana y sensibilidad a los personajes que pueblan la trama de esta adaptación de la novela homónima de Pierre Lamaitre.

En su afán de eliminar cualquier atisbo de tragedia, situaciones tan impactantes como el intento de suicidio del hijo de la protagonista quedan en puntos suspensivos poco esclarecedores. Esto se refleja también en el épico momento en el que la soprano encarnada por Fanny Ardant canta el “Va Pensiero” de Verdi frente al alto mando alemán, liderado por el propio Hitler.

Estas acciones, destinadas a resaltar los elementos traumáticos del relato, transforman la película en un producto audiovisual carente de profundidad humana, a pesar de su tono agradable y conciliador.

Bajo este enfoque de corte caricaturesco, los personajes experimentan una continua degradación en su respuesta a la adversidad, ocultándose detrás de máscaras sociales que eliminan cualquier vínculo necesario con la aterradora realidad que deberían enfrentar.

En este entorno teatralizado intencionalmente, el guion elaborado por el propio autor de la novela, se presenta como un texto convenientemente distorsionado, diseñado para crear la atmosfera enrarecida de riqueza y ostentación con toques modernistas que rodea a los personajes.

“Los colores del incendio” adopta una actitud de surrealismo un tanto artificioso, en la que se entreteje la implacable venganza que realiza la protagonista, encarnada Léa Drucker.

Llegados a este punto, asoman referencias muy claras al gran clásico de Alexandre Dumas, “El conde de Montecristo”.