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ELECCIONES EN TAIWÁN

«Pekín, tenemos un problema...»

Los resultados de las elecciones en Taiwán confirman que su sociedad pasó página hace tiempo y que las amenazas, incluidas las militares, de China, no hacen mella en su convicción, identitario-democrática, de que le separa un mundo de Pekín. Un movimiento transversal que debería obligar a la China Continental a sustituir su atávica reivindicación unionista por la seducción. ¿Tarde? Nunca.

(Pedro PARDO | AFP)

Vaya por delante que no es objetivo de este análisis elucubrar sobre el derecho o no a la autodeterminación e independencia de Taiwán. Lo que no obsta para destacar la paradoja de que parte de la izquierda mundial, teóricamente defensora de ese tipo de opciones para resolver disputas soberanistas, se alinee acríticamente con la posición oficial de Pekín de que Taiwán forma parte «inalienable» de China.

No es momento de hacer un listado de las invasiones de la isla por parte de los sucesivos imperios chinos desde que, en el siglo III de nuestra era, la dinastía Wu la atacara con su recién creada Marina. Una tierra inicialmente poblada por tribus austronesias y que comenzó a ser colonizada por pescadores de la etnia han (mayoritaria en China) en el siglo XIII hasta la migración masiva han durante el siglo XVII de la mano de la dinastía manchú.

Es evidente asimismo la codicia geoestratégica que la isla ha despertado entre potencias vecinas y lejanas, comenzando por la portuguesa, que la bautizó como Ilha Formosa (Isla Hermosa), siguiendo por la española, expulsada pronto por la Compañía Holandesa de las Islas Orientales, y acabando con la ocupación del imperio japonés.

ESCARBAR EN LA HISTORIA ES SIEMPRE INTERESANTE

aunque lo que importa es el aquí y el ahora, más teniendo en cuenta las recientes elecciones presidenciales y parlamentarias en Taiwán.

Unas elecciones en las que lo más destacable, más allá de matices y lecturas partidistas, es la tercera victoria consecutiva de los soberanistas del PDP. Y todo ello pese al desgaste de su gestión en plena crisis socio-económica.

Y pese, sobre todo, a las presiones, maniobras militares cuasipermanentes y amenazas de guerra por parte de Pekín para que la población taiwanesa cediera a las presiones y retirara su apoyo al PDP.

La derrota de la formación soberanista en las municipales de 2022 había abrigado grandes esperanzas de que la oposición prochina del Kuomintang (KMT) volviera al poder poniendo fin a ocho años de interregno del PDP.

Todo apunta, por contra, a que China tendrá que afrontar cuatro años más de Gobierno de una formación desafiante que asegura que Taiwán ya es de hecho independiente. Pese a que lo tendrá que hacer con minoría parlamentaria.

Pekín ha tratado de ocultar su decepción insistiendo en que «solo» ha votado un 40% del electorado al PDP.

Esperando el día en que al PCCh le vote el 40% del electorado chino continental en unas elecciones abiertas y multipartidistas, no hay peor política, incluso para una superpotencia como la asiática, que hacerse trampas en el solitario.

Taiwán, o Formosa, no es la de 1949, cuando el Kuomintang la convirtió en su refugio tras perder la guerra civil contra los comunistas.

Las encuestas señalan que la proporción de los que se consideran taiwaneses se ha disparado desde 1992, cuando ganadores y perdedores de aquella contienda firmaron el consenso en torno a «un sola china», como se ha desplomado la de los isleños que se consideran solo chinos.

Y este sentimiento es transversal. No solo afecta a los votantes del PDP sino a los jóvenes del opositor PPT e incluso a los hijos de los votantes del Kuomintang.

MÁS ALLÁ INCLUSO DE IDENTIDADES,

es la reivindicación de la conquista democrática la que sirve de basamento de la sociedad taiwanesa frente a China.

Los taiwaneses soportaron decenios de ley marcial bajo el régimen de Chang Kai Chek y lucharon por la democracia y contra la restauración (Movimiento de los Girasoles de 2014), como para que accedan ahora a perder sus derechos.

Más cuando han visto lo que ha depara el modelo «un país, dos sistemas» a la oposición hongkonesa, laminada totalmente en los últimos años, o cuando escuchan desde Pekín llamamientos a la reeducación patriótica (que se lo digan al millón largo de uigures internados por defender su cultura y sus derechos).

Taiwán pasó hace tiempo página y exige, como mínimo mantener un statu quo que China no quiere prorrogar al haber convertido su anexión en casus belli.

Expertos tan poco sospechosos de sinofobia como Xulio Ríos apuntan que es hora de que China seduzca, no amenace. El propio presidente, Xi Jinping, lo ha reconocido.

En su larga historia, China ha dado muestras sobradas de capacidad para seducir, e incluso de asimilar y hacer suyo lo mejor de las potencias rivales. ¿Será capaz de hacerlo Xi antes del centenario, en 2049, de la fundación de la República Popular China acogiendo a Taiwán en su seno?

Su modo de imponerse en la cúspide del poder en Pekín sugiere lo contrario y apunta a una crisis que podría tener su momento de guerra en 2026.

Fiémoslo todo a la proverbial templanza china.