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EDITORIALA

El drama silencioso de la muerte de personas presas


Un preso, otro más, el cuarto desde que el Gobierno de Lakua asumió la transferencia de prisiones hace apenas dos años, ha fallecido en la cárcel de Zaballa. El Departamento de Justicia se ha apresurado a indicar que se ha debido a causas naturales, aunque reconoce que están a la espera de los resultados de la autopsia. Visto en retrospectiva, los datos son aún más preocupantes: en los años 2019 y 2020 murieron once presos en las cárceles de la CAV. Entonces no había competencia transferida, lo que resalta una primera conclusión: esté la gestión en manos de Madrid o de Gasteiz, las cárceles siguen matando. El debate de fondo, por lo tanto, no es sobre competencias, sino sobre la institución, el propio sistema penitenciario y las prisiones en sí mismas.

Desgraciadamente, una vez más, la política penitenciaria ha vuelto a fallar. Continuar con la actual inercia cuesta vidas y tiene un importante coste para las personas presas. Por ello es, si cabe, más urgente abandonar del todo modelos caducos y aplicar un cambio drástico de paradigma, ir avanzando hacia otro modelo con la aplicación, por ejemplo, de penas alternativas. La transferencia de la competencia de prisiones a la CAV tiene que traducirse en un modelo diferente, más humano. Lakua tiene los resortes para poner a prueba políticas novedosas en este ámbito.

La sociedad vasca conoce de primera mano el sufrimiento que generan las cárceles, las políticas de castigo que se aplican en ellas y que tantas vidas han destrozado. Hay memoria condensada y condiciones sociales para ir dando pasos hacia una justicia restaurativa que sustituya al modelo actual. Hay suficiente madurez en el país para ir probando otras vías que no prioricen el castigo, para promocionar procesos de reconciliación y políticas sociales, para ir sacando a los presos de las cárceles. De hecho, humanizar la política penitenciaria es el camino para que no sigan muriendo personas, para que ningún preso sea víctima de la desatención o la desidia, para acabar con el silencioso drama de las muertes de las personas privadas de libertad en cárceles vascas.