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EDITORIALA

La alternancia es positiva y los retos de país demandan cooperación y alternativas


Históricamente, diferentes líderes jeltzales han planteado que antes o después la izquierda soberanista se impondría en elecciones y gobernaría en las diferentes instituciones del país, igual que lo hace desde siempre en cientos de ayuntamientos. Dirigentes como Joseba Egibar o Xabier Barandiaran han defendido que había que tomar ese escenario con naturalidad, sin traumas. Especialmente tras el cambio de estrategia de la izquierda abertzale.

Por supuesto que ellos harían todo lo posible para que ese día se retrasara, pero consideraban que la alternancia era síntoma de normalidad y, en ese sentido, positiva. Esa normalidad democrática se entiende como el gobierno de las mayorías y el respeto de las minorías, como la adaptación de los representantes políticos, de sus programas y estructuras de gobierno a los mandatos democráticos emanados de las urnas.

Es cierto que esas declaraciones han sido más explícitas entre los alineados con las tesis de Juan José Ibarretxe que con las de Iñigo Urkullu, pero todos asumían, al menos en privado, este horizonte.

Por ahora, no es fácil situar en claves ideológicas a Imanol Pradales. Tampoco se sabe quién sustituirá a Andoni Ortuzar, ni qué resaca dejará haber apartado a Urkullu o cómo evolucionarán las tensiones internas entre familias, generaciones y territorios, ni cómo afectarán los resultados a la red clientelar.

MUY MAL PERDER, INCLUSO ANTES DE EMPEZAR

Cuando las tendencias de comicios previos y las encuestas sobre el 21A señalan que quizás ha llegado ese momento de relevo, ahora parece que ese escenario no es políticamente aceptable. Los dirigentes del PNV plantean que la alternancia no es positiva y que si los soberanistas de izquierda quieren gobernar deben ser alternativa, no alternancia.

No es que sean dos modelos -que lo son es evidente-, sino que se presentan como innegociables. Y si no se puede negociar, la OPA debe ser hostil, con mayoría absoluta y vetos. Parecen sostener que lo peor que le puede pasar al país es que gobierne EH Bildu, y que harán lo que haga falta para evitar ese escenario. Incluso menospreciar los pactos en Nafarroa.

Solo así se entiende la beligerancia grosera contra Pello Otxandiano, con todos sus medios. En vez de defender a su candidato, se dedican a difamar al del adversario, lo mismo manipulando sus palabras que metiéndose con sus gafas o su vestimenta. Nada indica que esta sea una postura electoral transitoria.

En este sentido, es sorprendente que los jeltzales saquen a colación la legislatura en la que Bildu gobernó Gipuzkoa, entre 2011 y 2015. Tras dos decadentes legislaturas del pacto PNV-PSE, el año pasado los soberanistas de izquierda fueron de nuevo la primera fuerza en ese territorio con un apoyo del 36%, superando en 15.000 votos y cinco escaños al PNV. EH Bildu obtuvo más votos en 2023 que en 2011. Para evitar que Maddalen Iriarte fuera diputada general, el PNV gobierna en minoría con el PSE y gracias al PP.

Las encuestas indican que esa maniobra no ha sido bien digerida por los y las votantes guipuzcoanas, que si se cumplen los pronósticos votarán masivamente a EH Bildu. Gipuzkoa no es el ejemplo que un buen asesor destacaría para mostrar la fortaleza del PNV o la debilidad de EH Bildu. Siendo precisos, tampoco Gasteiz ni Iruñea; ni siquiera territorios cada vez más amplios de Bizkaia. Plantear que votar a PSE y a PNV es indistinto tampoco parece muy acertado.

La decadencia que ha sufrido la política vasca en la última década exige una regeneración, y para ello es necesario elegir a los y las mejores, definir prioridades, hacer balance, tener espíritu cooperativo, evaluar las alternativas, experimentación, método, perseverancia y liderazgos. No hay que elegir entre alternancia o alternativa, ambas van a hacer falta.