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DE REOJO

De penalti


Los grandes glosadores, los del adverbio encendido, la poética del esfuerzo identitario por la consecución de manera agónica la copa de un Rey que se vuelve ambivalente, sobre todo eso y sobre muchas más conjeturas que van del valor de lo simbólico a la mezcla entre aurresku y sevillanas, ya se han escrito miles de admirativos artículos, crónicas y memes, porque cuarenta años no es nada si la gabarra flota. Lo que cruzando esas imágenes con la boda esperpéntica y borbónica (quizás sean seudónimos) del sujeto más ridículo que nunca ha ocupado la alcaldía de la capital del reino de España, nos coloca ante una disyuntiva emocional que inunda lo poco de racional que se puede usar en situaciones de oprobio generacional. Lo suelto: ¿a quién beneficia más el paseo de la gabarra por la ría en términos estrictamente electorales? Me vale cualquier contestación, aunque sea de parte, porque las demoscópicas van lastradas por la intención y no por la sabiduría de los hechos. Las hordas de seguidores de un equipo de fútbol ¿tienen algún sesgo ideológico o son, como decían los clásicos de la sociología de entretenimiento, interclasistas? Sigo rumiando.

Las comparaciones son ejercicios de cinismo alternativo, porque viendo imágenes del bodorrio incalificable, detrás de las vallas, allí donde debe colocarse eso tan ambiguo que se llama pueblo de Madrid, los vítores y alabanzas esculpían un diseño de la realidad más atroz. Existen personas que se identifican con esos individuos, los apoyan, aplauden y votan. ¿Existen hojas de reclamaciones para estos asuntos? Cuando la vida es de penalti.