GARA Euskal Herriko egunkaria

LA SEGURIDAD DE LOS MENORES EN EL DEPORTE, UN PROBLEMA DE TODOS

La violencia contra niños y adolescentes arroja datos tremendos en el deporte. Las administraciones plantean soluciones que ahora deben implementar clubes, sociedades o federaciones, con la implicación de las familias y con los menores en el centro. El objetivo es que el deporte sea un entorno seguro para ellos.

Niños y adolescentes deben sentirse seguros y protegidos de cualquier expresión de violencia durante la práctica deportiva. (Saeed KHAN | AFP)

El 70% de los menores de edad que realizan algún deporte sufre violencia psicológica durante la práctica del mismo, el 43% violencia física, el 36% violencia sexual sin contacto, el 34% situaciones de negligencia y el 20% violencia sexual con contacto. Son los datos que revela el informe CASES (Child Abuse in Sport-European Statistics), elaborado en base a 10.000 encuestas realizadas en seis países europeos, incluyendo el Estado español.

Es un problema de dimensiones enormes, a la vista está, y de una gravedad igualmente mayúscula, al que las administraciones públicas y las entidades implicadas intentan dar solución. El Parlamento español aprobó en 2021 la Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia, a la que se han unido, a nivel de la CAV, la Ley de Infancia y Adolescencia y, en el caso concreto del deporte, la Ley del Deporte. Entre otras cuestiones, establecen que, en cualquier ámbito en el que se trabaje con menores debe existir un análisis de riesgos, un protocolo de protección y un delegado de protección y todos los integrantes de la entidad deben estar formados. El objetivo es que los menores se encuentren en todo momento en un entorno seguro.

ZAIN es una cooperativa de iniciativa social dedicada a la protección de la infancia y la adolescencia. Creada en 2021 por Aitziber Juaristi, Eukene Arana y Beatriz Ramos -todas ellas con amplia formación académica sobre la materia, además de experiencia deportiva, sobre todo en el caso de Juaristi, o institucional-, trabaja con administraciones y entidades, mayoritariamente deportivas, en tareas de asesoría, formación e investigación. Su testimonio es doblemente revelador porque a la formación que han adquirido se le une la experiencia acumulada en el contacto directo con clubes, familias y menores, que se traduce en una casuística inmensa y conclusiones que no siempre coinciden con lo que la lógica invita a pensar.

Por ejemplo, la predisposición de las familias, que se supone las más interesadas en proteger a sus menores. Y sin embargo, hay que idear «estrategias para que vengan a la formación -asegura Juaristi-. Una vez que vienen, se les abre la mente, seguro que luego vienen más».

El problema, más allá de que en ocasiones la violencia se dé en el propio seno familiar, es que, por un lado, no se identifican las violencias o las situaciones de riesgo. «Si alguien viene con moratones, todos lo vamos a ver. Pero la violencia psicológica, que es la mayoritaria, es más difícil de ver y de probar. Y luego está el ‘siempre se ha hecho así’, cuestiones que tenemos normalizadas en el deporte y que no admitiríamos en otros ámbitos, por ejemplo en la educación. Si siempre me he duchado a la vez que los chavales y nunca ha pasado nada, el mecagüen la tal que me teneis hasta los tal, le acerco a éste al entrenamiento en mi coche los dos solos, los insultos a los árbitros que en muchos casos son también menores...», enumera Ramos. Por otro, que en muchos se prefiere no saber. Arana propone una prueba. «Hace poco estuve en el CSD con la Fundación LaLiga para hacer una formación a federaciones, delegados de protección... Preguntas ¿cuántas personas conocen a alguien que sufra una alergia alimentaria? El 80% levantó la mano. Ahora ¿cuántas conocen a un menor que ha sufrido un abuso sexual? La levantaron cuatro o cinco pero resulta que la probabilidad de sufrir un abuso sexual con contacto en la infancia y una alergia respiratoria es exactamente la misma, uno de cada cinco. Fíjate en el caso de Pepe Godoy. Cuando él decidió denunciar, resulta que todo el mundo sabía algo. Bueno, se rumoreaba, no me extraña, igual sí... Si hay un ‘igual sí’ o ‘no me extraña’, ¿por qué nadie ha hecho nada?».

MIEDO A COMUNICAR

Tampoco hay que obviar el temor de menores y familias a sentirse señalados, a quedarse fuera de un equipo, a perder una oportunidad. Y, sobre todo, el miedo de niños y adolescentes a no ser escuchados e incluso a ser culpabilizados. De ahí que la probabilidad de que comuniquen una situación de violencia es mínima. Apenas un 10% cuando se trata de abusos sexuales «porque no se da de la noche a la mañana y es una sumatoria de diferentes violencias. Primero me gano tu confianza, te hago ser especial. De repente el entrenador te dice mira, vienes el sábado y te hago un entrenamiento especial porque tienes un futuro de la pera. Y el chaval va. Y lo siguiente es no se lo digas a nadie porque van a tener envidia. Ya ha dado otro paso, el silencio. Luego te voy a llevar a tal campo, es bueno que te vean conmigo... Y se gana también la confianza de los padres, que ven que el chaval tiene futuro... No eligen aleatoriamente y tienen una estrategia. Una vez que le ha comido el cerebro, que el chaval tiene confianza absoluta, pasa a esto mejor no se lo cuentes a tus padres, que van a pensar no sé qué y no te van a dejar venir... Otro paso. Y cuando ya pasa algo, ese menor se siente culpable porque “lo ha permitido”. Y cuando así y todo decide comunicarlo o el abusador sospecha que va a hacerlo, ya tiene información suficiente para amenazarle y hacerle callar. Y es muy difícil salir de ahí».

Por eso el objetivo, que en buena medida es ya obligatorio por ley, se sustenta en diferentes bases: el establecimiento de protocolos de prevención y, por si igualmente se producen situaciones de violencia, protocolos de actuación; la formación de todos los integrantes del club, las familias y los menores para que, por un lado, sepan identificar estas situaciones por muy nimias que parezcan, y por otro, conozcan cómo y a quién deben comunicárselo y sepan que pueden hacerlo con seguridad. En última instancia, esa comunicación llegará al delegado de protección, cuya formación será aún mayor y que sabrá cómo actuar en cada caso; si debe acudir al trabajador social, a la policía, si debe aplicar el reglamento interno del club... «Pero es importante que todos dentro del club tengan formación. Para no incurrir en situaciones de violencia y porque igual esta chavala en quien confía más es en la persona que abre la puerta de las instalaciones. Y esa persona tiene que saber cómo escucharle y a quién acudir dentro del club. O, sobre todo a partir de ciertas edades, son tus propios compañeros los que más confianza te dan y es con ellos con quienes vas a hablar».

Son muchos los clubes y entidades que ya se han puesto en marcha para aplicar cuestiones que, en muchos casos, son obligatorias desde el pasado otoño. Pero hablamos de miles de asociaciones con realidades y, sobre todo, con posibilidades muy diferentes. No se puede comparar un club de fútbol profesional con un equipo ciclista amateur o una asociación de actividades lúdicas de una localidad pequeña. El Gobierno de Gasteiz y las Diputaciones han elaborado una formación y un protocolo base para que las agrupaciones, que están obligadas ya a presentarlo junto al acta de designación de la persona delegada de protección, puedan adaptarlo a su realidad. La Diputación de Bizkaia, además, ha adelantado que los equipos deportivos y de actividades recreativas que no tengan el protocolo, el delegado de protección y la formación básica, no recibirán subvenciones.

Unas medidas que aplauden las responsables de ZAIN aunque encuentran dos grandes lagunas. Una, la imposibilidad de verificar si realmente los clubes, federaciones o asociaciones se comprometen con el proceso o simplemente se limitan al «papeleo» -aunque según su experiencia la concienciación aumenta de forma imparable y de ahí que, por ejemplo, sus servicios cuenten cada vez con una demanda mayor-, y otra, la necesidad de que se implique una tercera institución, los Ayuntamientos. Casi una obligación, teniendo en cuenta que muchísimas infraestructuras deportivas son municipales, por mucho que su gestión pueda estar subcontratada. «Pero es que además es una manera de ayudar a que los clubes y grupos más pequeños y con menos recursos puedan implementar todo esto y supervisar que lo hagan. Se puede crear una suerte de delegado de protección municipal que guíe, que supervise... Políticas municipales para la información y formación tambien de los menores y las familias... Ésta es una cuestión de la que todos nos tenemos que responsabilizar».