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A medio año de las presidenciales de EEUU, muchas incógnitas aún

¿Quién ganará las elecciones de noviembre, Joe Biden o Donald Trump? ¿Quién estará en la Casa Blanca durante la segunda mitad de esta década? ¿Quién será presidente cuando el país celebre su 250 aniversario de independencia en 2026? ¿Tiene realmente Donald Trump -y la extrema derecha que representa- posibilidades de volver a gobernar el país más poderoso del mundo?

Sobre estas líneas, Joe Biden habla en la Conferencia Legislativa 2024 de los Sindicatos de la Construcción, en Washington el 24 de abril. (Jim WATSON | POOL)

Sí, Donald Trump puede ganar las elecciones de noviembre y volver a la Casa Blanca para ejecutar medidas aún más extremistas y autoritarias que en su primer mandato. Y sí, también es posible que Joe Biden sea vencedor y cumpla un segundo y último mandato como presidente. Ambas cosas son posibles y ninguna es segura. Nadie puede, a día de hoy, asegurar que la victoria de Trump (o Biden) está cantada. Por supuesto, tiene un 50% de posibilidades de acertar; pero eso es todo, hacer una quiniela. Ahora y aquí, cuando falta medio año para la votación, la incertidumbre es mayor que nunca.

Hay datos, hay sondeos, cómo no, este es el país de las encuestas y los datos sociológicos hasta el ámbito más diminuto. Desde el inquilino de la Casa Blanca hasta el último representante de distrito, existen miles de encuestas y datos en todo el país sobre candidatos, perfiles de ciudadanos, actitudes sobre un tema concreto o cualquier otro asunto.

SIETE ESTADOS

Luego está el sistema político de Estados Unidos. Si miramos a un sistema presidencialista cercano, tenemos el Estado francés: la persona con más votos se convierte en presidente. Quizás no en la primera vuelta, pero para la segunda, el sistema es claro: si un candidato tiene 18,5 millones de votos y el segundo 18,49, el primero llegará al Elíseo. En Estados Unidos no es así, como bien saben Hillary Clinton o Al Gore; ambos tuvieron más votos que Trump o George Bush, y no pudieron llegar a la Casa Blanca. Aunque en las papeletas electorales aparezcan los nombres de los candidatos a presidente y vicepresidente (lo que se conoce como el ticket), en cada estado se eligen un número de compromisarios. En total son 538, el que tenga más de la mitad (270 es el número mágico) se convierte en presidente. Pero el sistema de winner-takes-all significa que el ganador de un estado se lleva a todos los compromisarios, aunque sólo haya obtenido el 51% de los votos. Ya se sabe quién ganará en más de 40 estados: numéricamente, los republicanos ganarán más estados, pero los más poblados como California y Nueva York son azules (demócratas).

Así, la competencia se limita a seis o siete estados: Carolina del Norte y Georgia en el sur, Nevada y Arizona en el oeste, y Pensilvania, Michigan y Wisconsin en el Rust Belt o cinturón industrial. Puede haber alguna variación en los meses que vienen. Florida, por ejemplo, ha pasado de ser un estado bisagra a considerarse rojo seguro (republicano). Pero tras las medidas extremas contra el aborto del gobernador Ron DeSantis (que el propio Trump ha criticado), se ha convocado un referéndum para el día de las elecciones presidenciales (gracias a una movilización que obtuvo un millón de firmas), lo que podría dar lugar a una nueva activación del voto progresista.

En estos momentos, el juego está en los siete estados mencionados. Los líderes y analistas de cada partido saben muy bien cómo cambia la sociología en cada rincón de esos estados, dónde y con qué temas deben hacer campaña para alcanzar un objetivo específico y animar a la gente a votar.

La Casa Blanca se juega entre Pensilvania y Arizona, entre Georgia y Michigan. Trump y Biden visitarán esos siete estados más que cualquier otro lugar en los próximos meses. No será exactamente una campaña en la que el Gobierno se limite a defender sus logros y la oposición los critique. Está claro que Biden y los demócratas destacarán las medidas adoptadas tras la pandemia y la recuperación económica; tienen datos muy buenos para ello. Pero la percepción general no es tan positiva, a pesar de las campañas Bidenomics que se han lanzado en los últimos meses desde la Casa Blanca. Aunque la inflación inicial se haya reducido de manera notable y el desempleo esté en números casi anecdóticos, los tipos de interés castigan duramente a los ciudadanos con hipotecas o cualquier otro préstamo. Y éste es el país por excelencia del crédito al consumo.

VOTO DE LAS MUJERES

Los demócratas también tendrán que jugar a la ofensiva; algo que hasta ahora les ha dado resultados positivos. No está claro por cuánto tiempo más el Ejecutivo de Joe Biden podrá seguir azuzando lo de «que viene el lobo» para que el ciudadano con un mínimo de sensibilidad social vuelva a votar, no tanto por él, sino en contra de Trump. La movilización feminista ha logrado excelentes resultados en los últimos dos años, tanto en los estados progresistas como en los conservadores. Dondequiera que se ha consultado a la ciudadanía, ha prevalecido la opción impulsada por los partidarios del derecho al aborto: principalmente, a favor de ampliar y apuntalar constitucionalmente los derechos reproductivos, pero también votando en contra en los casos en los que la derecha ha intentado restringir éstos.

Trump es muy consciente de que las medidas propuestas por la ultraderecha integrista cristiana están lejos de la postura del estadounidense medio (y, sobre todo, de las estadounidenses). Los jueces designados por el expresidente se han llevado por delante a Roe, el derecho constitucional al aborto que existía desde 1973. Trump ha alardeado frente a los sectores cristianos fundamentalistas, fanfarroneándose de que Roe fue derogado gracias a él. Las grabaciones están ahí y los demócratas se lo recordarán a la ciudadanía una y otra vez durante los próximos meses, para que quede claro el peligro que se cierne una vez, en especial ahora que, en campaña, Trump busca una imagen más moderada. El objetivo republicano: que el voto de esos millones de mujeres de clase media suburbana no se vuelva a activar en su contra, como ya ocurrió en las midterms de 2022.

Frente a otros ámbitos en los que sus planteamientos autoritarios están cada vez más desbocados, Trump y los republicanos han tenido que distanciarse en los últimos meses en el tema del aborto y los derechos reproductivos. En Alabama, han votado para proteger la fecundación in vitro cuando el Supremo de ese estado puso en riesgo las clínicas en las que se lleva a cabo esta práctica. Y en Arizona, han echado atrás la ley antiaborto de 1864 que los tribunales habían reinstaurado. Ahora, en junio, la misma Corte Suprema que derogó el derecho constitucional al aborto dará su veredicto sobre la mifepristona. Es la medicina más usada para interrumpir el embarazo, y se puede enviar a casa, pero los lobbies antiabortistas están empeñados en su prohibición. Parece que esta vez los jueces no les darán la razón, lo que será un alivio para Trump. Prohibir la mifepristona sería terrible para miles de mujeres, en especial las que viven en zonas rurales conservadoras, y desataría una nueva ola de protestas antirrepublicanas.

JUICIOS Y GAZA

Los jueces también deberán decidir sobre la inmunidad presidencial de Trump. El expresidente ya ha logrado su objetivo principal, que era retrasar lo más posible los juicios agendados para esta primavera contra él. Aún si la Corte Suprema diera luz verde al juicio contra Trump por su responsabilidad en el asalto al Congreso en 2020, éste empezaría después del verano y no habría veredicto antes de las elecciones. Los casos por los documentos que se llevó de la Casa Blanca y por la interferencia en los resultados de Georgia en 200 también están paralizados, con lo que el único juicio en marcha es el del posible pago ilegal a la actriz porno Stormy Daniels para comprar su silencio.

Aunque en un principio parecía el caso más endeble de los cuatro -se refiere a la campaña de 2016, mientras que los otros tres están relacionados con Trump como presidente y con las últimas elecciones - las sesiones del juicio en el tribunal de Manhattan han mostrado la gravedad del caso, y cómo pudo influir en su victoria en 2016. Además, si fuera declarado culpable significaría que el Partido Republicano presenta a un convicto condenado como candidato presidencial. Seguramente eso no influirá en millones de republicanos absolutamente fieles a Trump, pero para una parte, pequeña o grande, del electorado conservador, amante de las normas y las leyes, le puede resultar muy difícil votar por un candidato declarado culpable.

La apuesta demócrata pasa por subrayar el peligro que representa Trump y advertir del caos que puede traer para el país. Una estrategia que ya han usado los republicanos con el tema de la inmigración, con bastante éxito, gracias a que más de un demócrata ha comprado el marco discursivo del coladero en la frontera sur.

La política internacional suele importar poco en las elecciones, pero la guerra de Gaza también preocupa a los demócratas. El curso termina y puede que las acampadas en los campus universitarios vengan a menos, pero mientras Israel continúe con las masacres en la Franja, habrá protestas e inestabilidad. Biden no puede permitirse una convención demócrata en agosto en Chicago con miles de manifestantes denunciando un genocidio y la complicidad de Washington.

Esta semana ha paralizado el envío de armas a Israel, después de que Netanyahu rechazara el alto el fuego y atacara Rafah. Pero no sólo no ha enviado bombas, también se ha preocupado de que el país lo supiera. Sin guerra, Benjamin Netanyahu no podrá sobrevivir políticamente. Lo necesita, de la misma manera que Biden necesita un alto el fuego a toda costa, si no por razones humanitarias o de simple decencia, sí al menos, por motivos meramente tácticos.