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Cavernas mediáticas y «máquinas del fango»


La alegoría de la caverna de Platón, entre otros aspectos, diserta sobre la ignorancia y el conocimiento de la verdad, diferencia lo real de lo supuesto, y su alcance en el ser humano a través de la educación y el aprendizaje. En las sociedades actuales, por ejemplo, es casi imposible diferenciar entre la realidad y la percepción. Es más, la percepción que se inocula a los y las ciudadanas es lo que finalmente se convierte en realidad, más allá de la fuerza de la razón o comprobación de lo que verdaderamente es real. Aquí, en Euskal Herria, tampoco es diferente.

Poca importancia se le otorga a la capacidad que tienen los medios de comunicación en la articulación de las sociedades, la política, los gobiernos y el poder. El presidente del Gobierno español ha situado en la agenda pública −pero sin adoptar medidas al respecto− esa realidad que como pueblo llevamos padeciendo decenas de años. La caverna mediática de Madrid, como extensión de la derecha extrema, es la que fuera de toda deontología actúa contra el actual Gobierno español, siendo la misma paradoja la que padecemos los y las vascas. Porque el control del flujo de la información y los datos es una cuestión de Estado. Y es que es sabido que a algunos les interesa utilizar la defensa de la libertad de expresión como escudo hipócrita para ocultar y/o mantener su máquina de manipulación de masas y su monopolio como instrumento fáctico de núcleos políticos concretos, legitimados bajo el mantra de «intereses de Estado»... español, claro.

Los bulos y las fake news son como virus que infectan la esfera pública, socavando la confianza en la información veraz y alimentando la desinformación y la polarización. Combatir esta plaga digital −la mentira es una producción barata− requiere no solo de la vigilancia y responsabilidad por parte de los consumidores, sino también un compromiso inquebrantable con la ética periodística por parte de los profesionales de los medios y, llegado el caso, de la participación activa de los gobiernos y administraciones públicas, adoptando medidas legales, fiscales y normativas concretas para ello.

Porque los gobiernos también tienen la responsabilidad de promover y proteger un entorno mediático como mínimo saludable. Esto implica, entre otras medidas, legislar para garantizar la transparencia en la propiedad de los medios, promover la alfabetización mediática en la educación y apoyar económicamente a medios independientes que se adhieren a estándares éticos rigurosos. Aquí, en Euskal Herria, donde el marco comunicativo vasco es casi una mera extensión del español, ello se emplea como una herramienta más para la domesticación e uniformización. En consecuencia, es indispensable articular una estrategia de país que permita y genere condiciones para el desarrollo de proyectos comunicativos propios que respondan a esos objetivos. Y todo esto también tiene que ver con las políticas públicas sobre las líneas de financiación de medios que deben abordar, y no lo hacen, el Gobierno español, y sobre todo los ejecutivos de Lakua e Iruñea.

Y es que resulta gracioso ver a todo un consejero de Seguridad del Gobierno Vasco como alumno aventajado del ayusismo político. «Un bulo no es solamente una mentira objetiva, sino también poner en marcha un sirimiri que crea un estado de opinión que es falso, aunque pueda descansar sobre hechos que objetivamente pueden ser comprobables, pero que puestos en relación unos con otros no arrojan un resultado coherente, aunque puede dar la impresión de que sí»; Josu Erkoreka dijo esto para, acto seguido, volver a sugerir y situar a EH Bildu como el autor de esa «máquina de fango» y ejercer él como víctima de esos bulos. Ello demuestra una clara debilidad política por su parte y querer ocultar el debate necesario a abordar: ni los medios, ni su línea informativa ni sus vías de financiación deben construir un servilismo total para con el partido en el gobierno y su línea ideológica. Este es, aquí y ahora, uno de los principales déficits que se debe abordar y pondría, también, coto a los bulos y medias verdades que tan acostumbrados nos tienen algunos amanuenses serviles y pesebreros. Y, en todo ello, será fundamental volver a las lógicas y objetivos fundacionales de una entidad pública como EiTB, que debiera no solo vertebrar el país, sino ser uno de los ejes por los que debiéramos afrontar también nuestra propia y específica «regeneración política» y, en consecuencia, impulsar un marco mediático sano, objetivo e imparcial; algo que dejó de ser así hace tiempo, atendiendo a su línea informativa. Estamos a tiempo de revertir esta situación, y abrir un debate sereno sobre la financiación pública de los medios de comunicación. Y, sobre todo, aunque sea en nombre de la transparencia, es hora ya de crear un consejo que regule y garantice un flujo de información y periodístico de calidad, objetivo e imparcial, en el que las políticas públicas acoten el margen de empleo para los bulos, las fake news y el uso adulterado y partidista de medios públicos como EiTB.

Porque en última instancia requerimos de un compromiso continuo y colaborativo entre los medios, la clase política y la sociedad en su conjunto para también poder construir un espacio comunicativo vasco propio, saludable y objetivo, que ejerza como elemento tractor para tejer nuestro país en su conjunto. Y eso pasa, de entrada, por elaborar y construir una agenda política e informativa propia que no esté ni al albur de intereses partidistas de algunos ni tampoco a la estela de la agenda española y francesa que, en sí mismo, niegan nuestro futuro y existencia como país.