EDITORIALA

¿Reducir la siniestralidad laboral, o eliminarla?

Ayer se conoció el fallecimiento de un trabajador forestal el pasado miércoles en Iurreta. Este accidente, en su particularidad, se enmarca en la casuística habitual, normalmente ligada a la precariedad. El trabajador fallecido era autónomo, lo cual no le hacía inmune a la mencionada precariedad. No se puede obviar la presión a la que muchas y muchos de esos trabajadores se ven sometidos. El dicho en clave humorística de que los autónomos no enferman no es sino una forma sarcástica de expresar una trágica realidad, cual es la inviabilidad de coger la baja o someterse a un tratamiento médico.

En todas las muertes laborales salen a colación la precariedad y la necesidad de empleo de calidad, pero este no se refiere únicamente a salarios dignos, sino a condiciones dignas, que también, o sobre todo, conlleven seguridad en el trabajo y, por tanto, inversión en medidas de prevención, entre las que deben tenerse en cuenta la condiciones para que el operario pueda realizar su trabajo sin merma de su salud física o mental, sin preocupaciones y dificultades adicionales a las que pueda acarrear su tarea.

El sector forestal es uno de los que ofrecen una tasa de siniestralidad más alta. En él, los riesgos son grandes, dado el terreno abrupto donde se realiza el trabajo, en condiciones climatológicas adversas, y la maquinaria empleada también es peligrosa. Sin embargo, ello no debería ser motivo de tan elevada siniestralidad. No lo sería si se implementasen las medidas precisas para evitarla, si el modelo de producción priorizase la salud y la vida de los trabajadores y trabajadoras.

En menos de ocho meses se contabiliza ya la muerte de 36 trabajadores y trabajadoras, con lo que la siniestralidad anual va camino de cumplir su promedio anual. No obstante, el objetivo no debería ser llegar a fin de año con menos muertos. El objetivo no puede ser otro que la eliminación de la siniestralidad. Por supuesto, hay circunstancias imprevisibles, concurrencias de factores que pueden hacer inevitable el accidente; en cualquier caso, no se trata de un reto cuantitativo, sino cualitativo, que ha de redundar en lo cuantitativo.