22 MAR. 2014 Entrevue JOSEBA MERINO ÚNICO SUPERVIVIENTE DEL COMANDO «Escuché `vais a morir' y abrieron fuego a menos de un metro» Se cumplen treinta años de la muerte a manos de la Policía española de cuatro militantes de los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Tres décadas de un hecho que en la memoria colectiva vasca ha quedado grabado como «la emboscada de Pasaia». NAIZ ha rememorado la matanza con Joseba Merino, el único de los activistas que viajaba en la lancha que sobrevivió a los disparos. Ofrece su relato en el lugar exacto donde ocurrió la tragedia. Las rocas de Pasai Donibane se convierten en el escenario que nos lleva atrás en el tiempo, hasta aquella trágica noche del 22 de marzo de 1984. Ariane KAMIO PASAIA 22.30 de la noche del 22 de marzo de 1984. Cuatro miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CAA) fallecen en una emboscada de la Policía española en la bahía de Pasaia. José María Izura Pelu y Pedro María Isart Pelitxo mueren durante la operación policial. Rafael Delas Txapas y Dionisio Aizpuru Kurro caen tiroteados pocos minutos más tarde. Joseba Merino, único superviviente -junto con Rosa Jimeno-, rememora lo sucedido cuando se cumplen treinta años de aquellos hechos. Accede a citarse con NAIZ en Pasai Donibane, en el lugar exacto donde cayeron muertos sus cuatro compañeros. Joseba Merino observa las rocas sobre las que aún siguen dibujadas las siluetas que recuerdan a las cuatro víctimas mortales. Y comienza su relato como si hubiese ocurrido ayer. Pelu, Pelitxo, Txapas, Kurro y el propio Merino, junto con su perra Beltza, salieron del puerto de Ziburu en una zodiac rumbo a Pasaia. Permanecían en Ipar Euskal Herria, en un ambiente muy marcado por la guerra sucia y la actividad de los grupos parapoliciales. «Hacía mala mar, había niebla, y a la altura de Hondarribia estuvimos a punto de darnos contra las rocas. Decidimos que si en diez minutos no veíamos el faro, nos daríamos la vuelta. Entonces vimos luces de dos mercantes que estaban atracados fuera de Pasaia. Justo a la entrada de la bocana nos quedamos sin combustible, rellenamos la zodiac, y cuando entramos vimos a Rosa con una linterna que nos hizo unas señales que nos indicaban que todo estaba bien». En Pasaia les esperaba Rosa Jimeno, compañera de lucha que días antes fue secuestrada por la Policía española y obligada bajo torturas y amenazas a establecer una cita con ellos. Fue el cebo de la emboscada. Ellos jamás sospecharon de nada. «Llegamos con la embarcación; la llevaba yo. Vimos las señales de la linterna y pusimos aquí la proa (junto a las rocas). No veíamos nada. Le eché un cabo a Rosa para que sujetara la embarcación». «Primero desembarcaron Kurro y Pelitxo. Yo le pasé después una bolsa con material a Pelitxo y le dije a Kurro que cogiera a Beltza. Cuando me encontraba agachado cogiendo a la perra y la segunda vez que me dirigí a Kurro, se escuchó un `¡Alto! ¡Policía!' y un disparo suelto. Y de seguido, cientos de disparos». «Nos pilló totalmente de sorpresa», relata Merino. Jimeno tenía los pies atados con una cuerda, y cuando comenzó la ráfaga, tiraron de la misma, por lo que cayó al suelo y no resultó herida. Pelu y Pelitxo murieron a consecuencia de esos disparos, mientras el resto de compañeros intentó ponerse a salvo. «Yo me encontraba agachado cogiendo a la perra y actué por instinto. La solté y me eché por la borda al agua. Di unas brazadas por debajo del agua; notaba cómo pasaban las balas muy cerca de mí, incluso una me rozó la nariz», rememora. «No tardaron más de minuto y medio en encontrarme», sigue Merino. «Me obligaron a subir a las rocas. Estaba todo lleno de policías y la situación era muy tensa, con insultos y amenazas por parte de ellos. `¡No te muevas que te mato!'... Los policías estaban histéricos». Merino fue colocado junto a Aizpuru, ya detenido por los policías, ambos con las manos en la cabeza, mientras seguían buscando al resto de compañeros. Hallaron a Delas y «le obligaron a subir junto con nosotros. Txapas, Kurro y yo, los tres estábamos desarmados y con las manos en la cabeza». Sus otros dos compañeros ya habían muerto. La Policía española les pidió que se identificaran. Merino fue apartado de sus compañeros a una corta distancia. «Con insultos y amenazas me indicaron que me alejara un poco. Tres policías se acercaron -armados con una Ingram 10 y una UZI- y bajaron hasta donde nosotros. Preguntaron a mis compañeros los nombres y estos se los dijeron». Entonces se escuchó: «Vais a morir». «Abrieron fuego a una distancia muy corta, a menos de un metro», continúa. Txapas y Kurro yacían ya sobre las rocas de la bahía de Pasaia. «Cuando ves que les fusilan, no reaccionas. ¿Es verdad, es real lo que estás viendo?», se pregunta todavía. Merino incide en relacionar aquello con la muerte de Casas. Sobre cómo llegaron hasta ellos, recuerda que él era el responsable de «infraestructuras» dentro de los CAA. Afirma que pocas horas antes dos compañeros huyeron de un piso de Eibar, donde la Policía española acudió a detenerlos: «Hubo incluso disparos, pero consiguieron escapar». Merino cree que, a través de él, la Policía también tenía oportunidad de lograr información sobre los pisos. «Se lo pusimos en bandeja» Merino explica que la emboscada de Pasaia «fue fruto de nuestros excesos de confianza y equivocaciones». Los CAA, asegura, robaban coches para sus acciones, «con un riesgo muy alto» de terminar en «un desastre». Asegura que decidieron cambiar de modus operandi. «Íbamos a los concesionarios y los `comprábamos'. Nos comprometíamos a hacer la transferencia para el pago, pero luego no la hacíamos. Así teníamos un coche que ante la Policía no constaba como robado», dice. La captura de Rosa Jimeno llegó a través de uno de esos automóviles. «Había un coche que no utilizábamos y le dimos las llaves a Rosa para que lo moviera. Para la Policía era una tarea fácil. Apuntar todos los coches que se habían vendido en los últimos meses, llamar a Tráfico, y enseguida sabían qué coche estaba sin pagar. Localizaron el coche enseguida». El 18 de marzo, cuatro días antes, Jimeno acudió a moverlo y fue capturada por la Policía. «Le cogen un número de teléfono y unas llaves. La torturan y descubren que el teléfono era de un contacto de Iparralde y las llaves también. Y eso acabó en tragedia. Fue fallo nuestro, se lo pusimos en bandeja», lamenta.