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Muerte de Néstor Basterretxea

Intenso, comprometido e innovador, Basterretxea, un grande del arte vasco

Néstor Basterretxea, artista multifacético y autor de una obra extensa y exitosa que ha marcado el devenir de la cultura vasca, fallecía en la madrugada de ayer en el caserío de Idurmendieta, en Hondarribia, donde residía. Murió a sus 90 años de edad, «cercana a la de las grandes tortugas y de algunos paquidermos que han pérdido la brújula de sus caminos», con la salud deteriorada. Pero siguió creando con pasión hasta el final «porque un artista no se jubila nunca».


Le vida y la obra de Néstor Basterretxea no pueden separarse. La primera se ha apagado en Idurmendieta, la misma casa que buscó a otro grande -para Basterretxea, el más grande de todos- del arte vasco, Jorge Oteiza, para que se quedara en Gipuzkoa aunque este prefirió irse a Iruñea. La segunda, su obra, que abarca las diferentes disciplinas expresivas propias de la creación artística, -dibujo, pintura, grabado, escultura, fotografía, cine, diseño gráfico y diseño industrial, y volumetrías arquitectónicas- y a la que se ha dedicado con una intensidad inusitada hasta el final, seguirá viva, emocionando y proyectando voluntades hacia un futuro de libertad en el imaginario de Euskal Herria.

La vida de Néstor Basterretxea puede considerarse «de película». Vivió y fue testigo de un tiempo de grandes sufrimientos, en Euskal Herria y en Europa, de guerra y éxodo, de persecución y miseria.

«El bando de los perdedores»

Nació el 6 de mayo de 1924 en Bermeo y residió allí hasta 1936, año en el que tuvo que exiliarse con su familia, primero en Donibane Lohitzun y luego en París. Su padre fue diputado por el PNV, su madre responsable del Euzko Emakumeen Batza de Bermeo y el propio Basterretxea recordaba cómo en su niñez el lehendakari Agirre solía tenerlo en su regazo. Perseguidos, despojados de su casa -convertida luego en el cuartel de la Guardia Civil de Bermeo durante 37 años- el exilio marcó la vida y el carácter de aquella familia. Sentirse siempre alineado con el «bando de los perdedores» y, a pesar de las distancias o de perder el euskara, sentirse abertzale siempre y en todo momento han sido una constante en la vida y obra del artista.

En París les cogió la Segunda Guerra Mundial y se vieron obligados a tomar el camino de la libertad que en aquellas circunstancias se llamaba América. Embarcados en el puerto de Marsella en el buque «Alsina», lo que en un principio debía ser un viaje programado para 15 días se convirtió en un dramático éxodo entre bombardeos, batallas navales, denegación de pasajes y cambios de buques, que duró 465 días y que les llevó de Marsella a Dakar, Casablanca, México, La Habana para llegar finalmente a Buenos Aires donde tenía familia.

Ser un gran dibujante le sirvió para trabajar como publicista para Nestlé en Argentina, donde además de consiguir el «Premio Único de Extranjeros» de pintura, colaboraba con los actos culturales del Centro Laurak Bat de Buenos Aires.

Es en esa ciudad donde Basterretxea conoció a un Oteiza que malvivía haciendo mascarillas de muertos acaudalados encargadas por sus familiares herederos. Este encuentro será clave en la vida del artista bermeotarra que consideraba al artista de Orio «un hombre contradictorio y desconcertante a menudo» aunque «le tengo por un genio». Remarca la importancia que tuvo Oteiza con su escrito «Quosque Tandem» y su asombrosa idea del «Espacio como Materia Prima del Arte».

Tras casarse en 1952 con María Isabel Irurzun Urkia, que ha compartido la vida del artista hasta sus últimos días, regresa a Euskal Herria de viaje de bodas y contacta con Oteiza que lo convence para que pinte la cripta de la Basílica de Arantzazu. Un proyecto que comenzó pero que el Vaticano ordenó parar porque su arte era «brutalista».

Liberarse del costumbrismo

Basterretxea, tras presentarse y ganar el concurso de Arantzazu, fue llevado a Àfrica a hacer el servicio militar. A su vuelta, tras una evolución de la pintura hacia la escultura «gracias a una investigación de la conducta de la línea en el plano» mientras vivía con Oteiza, fue implicándose y trabajando con una generación de artistas que contribuyó a liberar el arte vasco del costumbrismo mediante las corrientes de vanguardia.

Perteneció al grupo Gaur, impulsado por Oteiza y creado en 1966, que perseguía la búsqueda de la identidad estética vasca; formó tándem con Fernando Larruquet y nos dejó perlas como «Ama Lur» o el cortometraje «Pelotari»; sus diseños se usaron en la campaña del «Bai Euskarari», sus esculturas son trofeos de los campeonatos de danzas... su legado es extenso y variado. El de uno de los grandes del arte vasco, innovador y siempre comprometido con su pueblo.