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El atentado más horrendo es la ocupación y colonización


Sorprenden a menudo la reacción de los grandes medios de comunicación y las dos varas de medir cuando se trata de la violencia de uno u otro lado en el denominado conflicto palestino israelí.

Las agresiones sionistas se silencian y los ataques de la parte palestina se magnifican. Las primeras se cometen en defensa propia y los segundos son terroristas y se procede a descalificarlos de la manera más enérgica posible. Los primeros son víctimas y sus agresiones son una reacción a lo que hacen los segundos. Además, generalmente los medios de información cuya línea editorial es favorable al sionismo utilizan en su portada una foto impactante y un titular no menos asombroso. El hecho es que traslada a todo el colectivo palestino la responsabilidad del atentado y la reacción al mismo.

Es necesario mencionar que Mahmud Abbas, en calidad de presidente de la Autoridad Palestina, ya ha condenado el atentado, pero no todos los palestinos muestran la misma postura. La reacción de algunos en la franja de Gaza elogiando el atentado y responsabilizando a los israelíes no es muy de extrañar, dado que todavía tienen muy presentes las consecuencias de la masacre israelí con más de 2.200 personas asesinadas, 11.000 heridos y 17.000 viviendas destruidas o dañadas, sin vislumbrarse los medios para la reconstrucción

La reacción del Estado sionista, como siempre, ha sido el castigo colectivo y desproporcionado, a pesar de que los autores parecen haber actuado por su cuenta. La primera reacción fue destruir las casas de sus parientes y detener a sus familiares y allegados. Pero lo peor parece que está por llegar, ya que el Gobierno israelí promete responder con toda crueldad utilizando nuevamente la expresión «puño de hierro».

El ataque de Jerusalén es una reacción a una larga serie de agresiones brutales israelíes y de sus colonos. Solo a título de recordatorio podemos citar el atropello en Ramala del anciano Saleh Mileihat (70 años) por los colonos pasado mes de marzo; el secuestro del niño palestino Mohammed Abu Khudair delante de la puerta de su casa en Shuafat, que posteriormente fue quemado vivo; el atropello de un niño de la ciudad de Yatta, en Hebrón, en septiembre; el asesinato de un niño palestino (13 años) en octubre; el atropello de un niño palestino (cinco años) cerca de Belén en noviembre, y por último, el ahorcamiento en Jerusalén Este del joven conductor de autobús Yousef Ramuni este pasado fin de semana. Entre el primero y el último incidente Israel lanzó su guerra contra Gaza con las trágicas consecuencias de muerte y destrucción mencionadas.

Por otra parte, la destrucción de casas de los familiares de los autores refleja la clara distinción entre israelíes y palestinos ante la «justicia» israelí. Israel jamás ha demolido las casas de los judíos que mataron a palestinos. A los judíos se les aplican las leyes civiles, pero a los palestinos las militares, aunque sean ciudadanos de Jerusalén.

Las operaciones y protestas en Jerusalén se deben a un intento incesante por parte de Israel de desarabizar la ciudad a través de una política colonizadora, expulsando a la población nativa palestina. Es un claro ejercicio de hacer inviable un futuro estado palestino con capital en Jerusalén Este.

La planificación urbana está orientada a la judaización de Jerusalén. Los palestinos de Jerusalén tienen, según las leyes israelíes, la consideración de residentes permanentes, pero no son ciudadanos de Israel. Existe una clara discriminación y se les niegan los permisos para ampliar, reconstruir o mantener sus viviendas. El presupuesto municipal del Ayuntamiento de Jerusalén en servicios básicos a los barrios palestinos es muy deficiente, por lo que prácticamente se encuentran abandonados. Cabe también destacar el aumento de impuestos y carestía de las casas, y la ausencia física lleva a perder el derecho a la residencia. Una buena parte de los palestinos de Jerusalén se han visto obligados a mudarse a otras partes de Cisjordania.

La ciudad de Jerusalén, anexionada ilegalmente por Israel en 1980, está rodeada por numerosos asentamientos en constante crecimiento habitados por cientos de miles de colonos, y sometida a la acción gubernamental sistemática para separar la ciudad del resto de Cisjordania. Las protestas se refieren también a la represión de los palestinos y al peligro de su expulsión, así como a la voluntad palestina de hacer frente al creciente extremismo israelí y sus ataques a la explanada de las mezquitas y prohibiciones al rezo.

Cabe destacar que la política de judaización no acaba en Jerusalén, sino que se extiende al resto de Cisjordania. Hay cerca de 200 asentamientos esparcidos en zonas estratégicas para Israel, con tierras fértiles y acuíferos en el subsuelo. Una vez seleccionadas, se destruye con excavadoras todo lo que se encuentra sobre el terreno, se construye una nueva ciudad, normalmente en lo alto de las colinas, y se instala allí a judíos provenientes de cualquier parte del mundo sin ninguna vinculación con el lugar.

Todo lo hasta aquí descrito evidencia que el atentado más horrendo es la ocupación israelí de las tierras palestinas, incluida Jerusalén, y su crimen continuado es la colonización y el intento de judaización de Palestina.

Cabe saludar la votación del Parlamento español, casi unánime, a favor del establecimiento de un estado palestino, un reflejo del apoyo y la simpatía por la causa palestina. No obstante, la proliferación de asentamientos israelíes hace más que dudosa la viabilidad de dicho estado.

Sin embargo, es necesario exponer que la reacción más efectiva a la impunidad israelí es la respuesta dada por la sociedad civil vasca e internacional sumándose a la campaña de boicot a Israel mientras no respete los derechos humanos. Apelamos al cumplimiento de la legalidad internacional como única respuesta posible, dadas las circunstancias, como única esperanza para la consecución de los derechos del pueblo palestino y, por tanto, de la paz.