18 JAN. 2015 EDITORIALA Recoger lo mejor de cada tradición y construir una nueva épica EDITORIALA Por enésima vez, la sociedad vasca ha demostrado que tiene nervio y capacidad para reaccionar ante los ataques del Estado. La manifestación de ayer en Donostia, a una semana de la movilización de Bilbo, es una demostración de fortaleza y de perseverancia que, en cierta medida, anula o mitiga uno de los objetivos de la operación policial: generar frustración en la sociedad, intentar que desistan quienes luchan por los derechos humanos y civiles. Si quieren imponer un relato en el que ellos salgan vencedores, necesitan a otros vencidos. Frente a ese relato, esta movilización es una muestra de apoyo a los represaliados, una defensa pública de los derechos humanos y un llamamiento claro a no cejar en el empeño por abrir un escenario de paz, justicia y democracia para Euskal Herria. Históricamente la izquierda abertzale ha tenido la capacidad de hacer este tipo de demostraciones, y así se lo reconocen incluso sus adversarios. Pero durante los últimos años, más y nueva gente ha comenzado a participar en estas marchas. Las excusas tradicionales no tienen recorrido, chocan con la realidad y dejan en ridículo a quienes han hecho de ellas un mantra. Muchas personas honestas y coherentes se suman de manera abierta y pública a estas demandas democráticas. Tanta importancia tiene la gente que asiste como la que no las apoya. Entre ellos cada vez más gente tiene que admitir públicamente que estas demandas le parecen razonables y lógicas, que no entiende este tipo de operaciones, que si no asiste o apoya más firmemente es por razones, digamos, personales, pero que no está con quienes las critican y menosprecian, por mucho que comparta con ellos bando en otros muchos temas, empezando por el voto. Las posiciones ultras y cínicas pierden terreno, pero sobre todo pierden fuerza. A menudo, solo la torpeza del que hace de la interpelación impertinente su mayor actividad política logra que sus filas se aprieten y se contenga la sangría de apologetas de la venganza e indignados a tiempo parcial. Que evidentemente existen y se manifiestan, pero que, vista su renovada beligerancia, está claro que son conscientes de cómo sus posiciones se resquebrajan ante la opinión pública vasca. A este lado de la barricada, la que marca el principio «todos los derechos para todas las personas», viejos lemas revolucionarios como el que reza que todos den algo para que unos pocos no lo tengan que dar todo o el principio de pedir a cada cual según sus capacidades y dar en base a las necesidades retoman sentido, lentamente y en formas distintas a las tradicionales, pero inexorablemente. Porque son signos de la nueva fase política. En adelante en Euskal Herria seguirá siendo necesario el sacrificio, pero debería desterrarse, dentro de lo humanamente posible, el sufrimiento. La nostalgia no es un arma de futuro Los sucesos de esta última semana retrotraen a épocas pasadas. No solo la operación policial contra los abogados y contra la solidaridad con los presos, también la postura del PNV y PSOE respecto a las manifestaciones y la operación, la muerte de Iosu Uribetxebarria y las reacciones posteriores o la manifestación de ayer para denunciar esa operación policial y defender una resolución basada en los derechos y que consolide la paz. En este escenario vintage, que huele a nuevo pero está repleto de elementos antiguos, la nostalgia se convierte en un tic peligroso. La nostalgia no es buena consejera política. Lo vivido se suele idealizar, ni qué decir lo no vivido. Por eso la nostalgia sobre lo no vivido, por ejemplo respecto a épocas pasadas que fueron realmente duras y trágicas para este pueblo y sus gentes, resulta aún más extraña. Lo revolucionario no está asociado a una estética, es una práctica política destinada al cambio estructural de las cosas, del sistema. La nostalgia, por el contrario, tiene un potente componente conservador. Una nueva épica para esta fase política El Estado no puede dar jaque mate a la voluntad de los vascos de decidir su futuro y de construir un país mejor para toda su ciudadanía. No lo ha logrado antes y no lo va a lograr en adelante. Pero por el momento ha demostrado que puede mantener el empate, un escenario en el que él marca las reglas, las cambia, las rompe y sufre poco más coste que su deslegitimación paulatina pero lenta en nuestra sociedad. Mientras tanto, el sufrimiento perdura. El cambio político tiene valores difícilmente rebatibles, potentes y generadores de ilusión. Quienes lo defendemos debemos ser capaces de generar con ellos un relato y una nueva épica que proyecte toda su fuerza, que desde diferentes vértices vincule a más y más gente, que sea capaz de aglutinar fuerzas, que cambie las estructuras profundas sobre las que ha pivotado la política vasca durante las últimas décadas. Las diferentes tradiciones que promueven ese cambio político y social en Euskal Herria tienen un importante legado, que debe enriquecerse aún más. El contexto general, de descomposición del sistema y de florecimiento de alternativas, desde Grecia hasta Catalunya, desde Escocia hasta Madrid, ofrece nuevas referencias y experiencias. También un marco más general en el que situarse. Unilateralidad, hablarle a la gente y no a los dirigentes, buscar complicidades en el terreno internacional. Esta fórmula, este contenido, requiere de otros continentes.