19 FéV. 2015 GAURKOA Los dirigentes y las bases Fermín Gongeta Soziologoa Según «Le Monde Diplomatique», en Francia, a partir de los años 70 -la llamada Crisis del petróleo se produjo en 1974- el Partido Comunista Francés sufrió un enorme golpe en medio de las transformaciones socio-económicas. Y el mundo obrero, confrontado más duramente a la precariedad y al desarrollo del paro, fue perdiendo cohesión social... ¡Fue hace cuarenta años! Los llamados, no hace tanto tiempo, partidos y sindicatos de clase, referidos a la clase obrera, parecen haberse esfumado. ¡Cuántos de entre sus dirigentes, manifiestan tan abiertamente como sin pudor, que el mundo obrero ha desaparecido! No tienen en cuenta que más del 25 por ciento de la población activa son obreros, y que otro tanto de este personal obrero se halla actualmente en el paro. Quienes afirman hoy que la clase obrera ha desaparecido no se equivocan, porque los poderes políticos la han convertido en clase desposeída, arruinada, despojada de trabajo, de vivienda y de vida. Es significativo el dato, referido al Congreso del PCF del año 2008, de que en su documento oficial la palabra obrero apareciera únicamente una vez. Entre políticos y sindicatos ha prevalecido la tendencia a una falsa «imparcialidad». Tendencia a juntar en el mismo plano y equipo a obreros, técnicos, empleados o cuadros, «asalariados» de todas las categorías, desde peones a presidentes de dirección de empresas, trabajadores del campo o profesores de universidad. Es cierto que en Occidente, entre los partidos denominados demócratas, los partidos comunistas han tenido mala fama, considerados como estalinistas y, por consiguiente, como autoritarios. Si es que los partidos denominados comunistas en los diferentes países del mundo se han limitado a copiar en lo que les era posible no solo el pensamiento soviético, sino también su acción, es también desgraciadamente cierto el hecho de que copiar las formas de actuar y pensar justificaciones posteriores no ha sido algo exclusivo de ellos, sino también de las supuestas democracias, de pretendidos liberales, de organizaciones de todo tipo, incluidos los sindicatos. La gran mayoría de dirigentes, sin analizar los problemas que tienen aquellos a quienes aparentemente representan, intentan aplicar las acciones que se ponen en marcha en otros países, sobre todo más poderosos y dominantes. Siempre me ha parecido que actúan en política como muchos profesionales lo hacen en medicina. Los médicos en las facultades llegan a conocer enfermedades, diagnósticos y tratamientos ofrecidos casi siempre por las multinacionales farmacéuticas como productos milagrosos. Pero son pocos los excelentes profesionales que aprenden a tratar a enfermos; pocos los que se dan cuenta de que cada enfermedad no puede ni debe ser estereotipada, pues es diferente en cada persona, y de que no hay fórmulas mágicas para curar enfermos como tampoco en el área social para resolver los problemas sociales y políticos debidos a la opresión. Cada dirigente, sea político o sindical, que es incapaz de resolver los problemas de sus representados, es que se aprendió de memoria un folleto teórico, y que lo único que le interesa es mantenerse en el puesto conseguido, tanto en la organización como en la sociedad. Yo conocí a Andrés. Nació en el seno de una familia obrera en uno de los barrios más marginados de la ría de Bilbo. Hoy está jubilado. Tanto para sus padres como para él fue un éxito, toda una victoria, conseguir entrar en una de las escuelas de aprendices que en aquella época implantaban algunas empresas para asegurarse trabajadores experimentados. Allí aprendió un oficio, y en su casa aprendió, digirió y asimiló perfectamente lo que suponía pertenecer a la clase obrera y las formas posibles de lucha para mejorar la situación de los más desposeídos. En aquella época fueron las Comisiones Obreras -sin olvidar en Euskal Herria el Frente Obrero- las que adquirieron auge y prestigio en la lucha de la clase obrera. Andrés se distinguió pronto en la empresa como responsable y dirigente sindical. Era el final de los años sesenta, momento en que en toda Europa los movimientos de liberación tanto nacional como social adquirieron mayor fuerza. Andrés, como buen médico social, conocía enfermedades, y enfermos, así como las formas de solucionar los problemas. Primero eran las reuniones sindicales, luego las reuniones con los directivos de las empresas. Llegaban los desacuerdos, con los consiguientes enfrentamientos y huelgas. Nuevas reuniones con los directivos, para finalizar al cabo del tiempo en acuerdos y celebraciones en ambos bandos. Fue hacia el año ochenta cuando, tomando juntos una cerveza, me lanzó como una confesión gratificante para él: -Me resulta más fácil hablar con cualquier miembro de la dirección que con un miembro del sindicato. Estos son mucho más cerrados e ignorantes. A Andrés le habían liberado en el sindicato. Ya no se juntaba con los obrerazos de antaño ni para tomarse unos potes. Su vida estaba repleta de reuniones con los dirigentes a nivel de empresas, con compañeros a escala provincial e incluso a nivel global de Euskal Herria. Sus contertulios eran también representantes, lo mismo sindicales que empresariales y políticos de altura. Ya no iba a las reuniones con el buzo de peto ni las botas de monte. Hasta los zapatos y corbata se los había suministrado el sindicato. -Mi salario no me llega para vestirme en condiciones correctas para dialogar con esa gente. Ese fue su argumento ante sus compañeros, y se benefició de él. Quisiera haber estado equivocado en mi pensamiento. Pero en una obra titulada «La Europa social no existirá», su autor, Robert Michels, señala, y en mi opinión con acierto: «El pueblo participa en la vida pública a través de las instituciones elegidas. Así, si la clase obrera quiere defender sus intereses, sus legítimos derechos, debe organizarse a través de partidos y sindicatos... La gran contradicción es que toda organización, siendo ella necesaria, lleva en sí misma una división: Todo partido o todo sindicato tiene una minoría dirigente y una mayoría dirigida». En otras palabras, quien dice organización dice tendencia a la oligarquía, tendencia a ser dirigidos y gobernados por una minoría todopoderosa y autoritaria. Vista la gravedad de la enfermedad que soportan las organizaciones, en el abandono de la lucha por las necesidades de la clase obrera, únicamente percibo como solución dos terapias de difícil aplicación. La primera. Todos los miembros del sindicato o del partido debemos, de manera permanente, dedicar mucho más tiempo de nuestra vida diaria a leer autores que nos han enseñado todas las formas posibles de lucha y de vida. Pero no solo leer, sino discutir y analizar la labor de nuestros representantes, suprimiendo todo tipo de pedestal en el que, absolutamente todos, tengamos la tentación de alzarnos. Elegir representantes no es entregarnos plenamente en sus manos y obedecerles como rebaño. De ahí que la segunda medicina a emplear será la del control permanente. Establecer sistemas de control constante sobre nuestros omnipotentes negociadores, para que no se conviertan en absolutos dirigentes, y nosotros en humildes corderos. Cuanto más empobrecidos estemos en esta sociedad, más tiempo necesitaremos para dedicarnos a la formación y el control de aquellos a quienes hayamos elegido precisamente para defender nuestros derechos e intereses. El problema es que cuando se vive en precario, no se tienen ni capacidad ni ganas de hacerlo. -¡Que lo hagan quienes aún ahora viven a costa nuestra!