El de los presos no es problema que pueda arreglar el tiempo
La muerte de Xabier López Peña pone al Gobierno español, al de París y al de Lakua ante una realidad que se resisten a asumir: la estrategia confesa de no hacer nada ante la cuestión de los presos, en la confianza de que el tiempo la vaya resolviendo, no sirve. Otros temas pueden resolverse así, pero este solo se pudrirá.
Un gran grupo mediático con fuentes directas en La Moncloa define la política de Mariano Rajoy ante el tema de los presos con una frase: no hacer absolutamente nada, salvo esperar que el tema se vaya solucionado por sí solo mediante el factor tiempo.
Rajoy aparece así en este terreno como lo suele representar una famosa viñeta de la prensa española: fumándose un puro tumbado a la bartola. Pero se trata, conviene recalcarlo, de una decisión consciente. Es obvio que sabe que hay otra posibilidad, mayoritaria en los procesos resolutivos que han tenido éxito: ser proactivo con los presos. Es obvio que conoce que a los gobiernos que estaban en su lado de la trinchera en los procesos de Irlanda o Sudáfrica les salió bien encarar esta cuestión desde el principio, liberando a los presos e implicándolos en el proceso para aprovechar su liderazgo en sus comunidades. Y es obvio que Rajoy recuerda que así lo hizo el hombre que le puso al frente del PP, José María Aznar, cuando le tocó gestionar su oportunidad en 1998: trasladó a presos -sin llegar al reagrupamiento, cierto-, liberó a otros, activó el Constitucional para excarcelar a la Mesa Nacional de HB, legitimó verbalmente al MLNV, fue a hablar con ETA...
Por contra, Rajoy ha optado por fumarse el puro y por acomodar en hamacas anexas a sus imprescindibles apoyos de París y Lakua, identificables ahora en Manuel Valls e Iñigo Urkullu. Y, una vez tomada tal decisión, la aplica a rajatabla. No acercamientos, no excarcelaciones, no cierre de procesos políticos, no diálogo. Pudo haber movido piezas sin apenas costes en el primer momento, dejando que Zapatero abriera camino o iniciándolo él mismo en las semanas en que la decisión de ETA facilitaba un fuerte viento de cola, pero no lo hizo. Tampoco cuando desde el Gobierno de Lakua un amigo como Patxi López le puso un colchón político. Tampoco cuando podía vender esos movimientos como la respuesta lógica a los líderes de Aiete o a los verificadores de la Comisión Internacional, grupos ambos muy representativos de la comunidad internacional. Tampoco en julio pasado, cuando Estrasburgo le dejó resuelta la patata caliente heredada de la doctrina 197/2006. Tampoco en setiembre, cuando el estallido del caso de Iosu Uribetxebarria invitaba a liberar al menos a ese puñado de presos enfermos. Lo más significativo y definitivo de todo esto es quizás la decisión de parar las excarcelaciones de la «vía Nanclares». Es ahí donde se refleja que el PP no quiere abrir ni la rendija más mínima.
En definitiva, ha decidido hacer una no-gestión del tema. Con ello Rajoy contradice a Irlanda y a Sudáfrica, a Aznar e incluso a sí mismo, que sí ha sido proactivo en el otro gran tema que tenía que afrontar para ir normalizando la situación tras octubre de 2011: la legalización (no resulta muy creíble que el Constitucional hubiera dado luz verde a Sortu sin el aval del jefe del Gobierno).
No hay respuesta para la pregunta de por qué Rajoy no actúa igual en el tema de los presos. Quizás sea por temor a una rebelión de sus sectores más ultras: en un momento del proceso de 1998-1999 los enviados de Aznar ya le dijeron a ETA, aunque entonces sonara increíble, que para el Estado podría ser más fácil tragar con la independencia que con la excarcelación de ciertos presos. Pero quizás la explicación sea otra: que Rajoy realmente crea de verdad que el tiempo puede ir arreglando esta cuestión, o mejorándola.
Craso error. El tiempo, la inacción, la inercia del proceso, sí resuelven problemas como la reconciliación social (homenajes conjuntos a víctimas, Glencree, Errenteria muestran que ese deshielo es más rápido de lo esperado). Normaliza la relación política (hace un año hubieran sido inviables los pactos Bildu-PSE de ahora en Gipuzkoa). Enfría las alarmas sociales de otros tiempos (el ministro de Interior ya debe incluir en su propaganda a violadores y asesinos en serie porque la excarcelación de presos vascos no altera a nadie). El tiempo puede igualmente rebajar tensiones, acercar posiciones, civilizar comportamientos, abrir horizontes inesperados, y mil cosas más. Pero no resuelve ni resolverá por sí solo el tema de los presos, que es peculiar por definición en la medida en que cada día nuevo no es mejor que el anterior sino peor, porque amanece en prisión. Por tanto, es un problema que si no se afronta, no mejora; se pudre.
La muerte fulminante de Xabier López Peña lo constata. Aunque sea duro decirlo, en términos puramente estadísticos empezaba a ser un milagro que en año y medio no hubiera ocurrido ninguna desgracia irreparable en prisión o de camino (estremece aún recordar cómo quedó el vehículo en que viajaba la familia de Mikel Egibar). Si Rajoy, Valls y Urkullu, o alguno de los tres, lo aprende, dentro de su dramatismo ya irreparable habrá servido para algo. Si no, tocará multiplicar el esfuerzo en Euskal Herria para lograr una gestión efectiva de este problema común que venza a la insoportable no-gestión de Rajoy.