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Entrevue
XABIER GOROSTIAGA,
HIJO DE Judith Uriarte Y PABLO GOROSTIAGA

«Cuando ‘ama’ se apagó del todo, ni sabíamos dónde estaba ‘aita’»

La decisión de impedir a Pablo Gorostiaga despedirse de su esposa Judith Uriarte se ha convertido en el ejemplo más reciente y lacerante de la política carcelaria. Su hijo Xabier ha narrado a GARA en nombre de la familia cómo fue esa lucha de cinco días por que su «aita» pudiera al menos dar un beso de despedida a la compañera de su vida.

Xabier Gorostiaga, a la derecha, junto a sus hermanos Zigor y Esti. (Luis JAUREGIALTZO / ARGAZKI PRESS)

Comenzando por el principio, su padre pidió su traslado el 28 de agosto para poder ver a su madre, gravemente enferma, consciente de que podía ser una despedida. ¿Cómo fueron aquellos momentos?

Han sido días muy duros. Ama estaba gravemente enferma, pero a principios de agosto no éramos conscientes de que la evolución podía ser tan rápida. De hecho, en julio nos habíamos animado a pedir para mediados de agosto un vis a vis con la intención de ir con ella hasta Herrera, pensábamos que podíamos intentarlo. Pero según se acercaba la fecha veíamos que la cosa se estaba complicando. Así, justo después de la fecha del pregón, vimos que ama empezaba a estar cada vez más débil, y se lo comentamos a aita, que hacia el día 20 nos comunicó que si ella ya no podría ir nunca más a Herrera, él pediría el traslado para visitarla en casa. Solicitó entonces un vis a vis especial con los hijos para el día 29 con la intención de enfocar el tema. Pero nosotros ya el día 22 le dijimos que la salud de ama empeoraba cada día y que no esperase a reunirse con nosotros y pidiese ya el traslado. Claro, todo esto con llamadas de teléfono de cinco minutos cada día, que justo dan para ofrecer un «parte médico» abreviado.

Empezó a hacer trámites y le comunicaron que debía presentar un informe médico. El viernes 23 la médico de ama emite el informe, que se lo pasamos a aita en la visita habitual del sábado, con los amigos que van a visitarle. El lunes 26 presentó su solicitud y el miércoles 28 a la noche ama empeoró. Así que mi hermana Esti se quedó con ama en casa, y fuimos a Herrera Zigor y yo. En el vis a vis del día 29 le explicamos que la situación era ya terminal, y que no sabíamos cuánto podía durar. Sabíamos que la enfermedad no tenía curación y por tanto era un desenlace esperado, pero es cierto que la rapidez con la que se habían sucedido los acontecimientos en las últimas dos semanas no entraba en nuestros cálculos.

Aunque de cinco en cinco minutos ya habíamos ido explicándoselo, fue un momento duro cuando le dijimos que si no se conseguía una conducción directa lo más probable era que no llegase a verla con vida. También cuando le explicamos que en todo caso el viaje sería solo para poder darle un beso y abrazarla, porque ella ya estaba en estado inconsciente. Aita, a pesar de todo, y sabiendo lo difícil que le podía resultar, dijo con convicción que quería intentarlo. Que le gustaría darle un último beso.

Al salir de la cárcel, justo diez minutos después, apenas sin abandonar el aparcamiento, nos llamó para notificarnos que la Junta de Tratamiento de Herrera había denegado el permiso para verla, debido a la peligrosidad de las actividades delictivas desarrolladas por aita (a quien mantienen en primer grado) y a la alarma social. Lo cierto es que él era el más consciente de la situación en que se encuentra, así que le dimos todo el ánimo que pudimos y le dijimos que en cuanto hubiese un desenlace le enviaríamos toda la documentación para que pudiese pedir el traslado al acto de despedida que se celebrase.

Pero la sorpresa saltó al día siguiente, viernes, pues nos pusimos en contacto con la abogada Ane Ituño, y esta envió rápidamente toda la información al Juzgado de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional, incluyendo un último informe médico que ya detallaba la situación final en que se encontraba ama. El juzgado emitió un auto admitiendo el recurso presentado por aita y exigiendo su traslado inmediato, explicando que se trataba de un desenlace de horas o días. Al mediodía llamó aita, y le comunicamos la noticia.

Tras varias llamadas telefónicas a la cárcel (que inicialmente decía que no le había llegado aún el fax, a pesar de que en el juzgado tenía hora de envío a las 11.50 de la mañana), conseguimos que el subdirector nos indicase que a las 15.00 horas ellos ya habían hecho los trámites necesarios ante lo que llamaron el Centro Directivo y que ahora la decisión sobre el traslado era competencia exclusiva de este centro. Y a las 18:00 horas llamó aita, para decir que le habían comunicado que estaban a la espera de que acudiese la Guardia Civil a buscarle. De hecho esta hora no es habitual para llamar, por lo que los funcionarios debieron facilitarle el acceso al teléfono de manera extradordinaria.

Ama continuaba sedada, pero con respiración regular y aspecto muy tranquilo, lo que nos daba esperanzas de que aita pudiese llegar a tiempo para un último abrazo.

Llamamos a la abogada para contarle la noticia y darle las gracias por todo el esfuerzo realizado, llamamos a los amigos que tenían que estar saliendo para hacer la visita del día siguiente... y empezamos a pensar en cómo sería la visita de aita a casa, si se pondrían en contacto con nosotros para avisarnos previamente, etcétera.

Pero hora y media después todo se desvaneció.

Aita volvió a llamar, esta vez ya a su hora habitual, para decirnos que continuaba en Herrera, y que mucho se temía que de allí no le iban a mover. Rabia, impotencia... y la sensación de que por mucho esfuerzo que ama hiciese por seguir respirando, aita ya no la iba a volver a ver con vida.

Llamadas a la abogada, extrañeza, despiste... Y a la mañana siguiente, intentos por enviar e-mails a Instituciones Penitenciarias para explicar la urgencia de la situación, llamadas a los juzgados que permanecían cerrados, y llamadas a la cárcel, muchas llamadas, cada cuatro horas, para cerciorarnos al menos de que aita estaba allí. Tras los movimientos de las últimas horas, había consumido ya todas las llamadas a las que tiene derecho, por lo que no podía llamarnos más. Solo sabía que si había un desenlace fatal, recibiría el aviso para ponerse en contacto con su familia.

¿Qué trato recibieron en ese contacto telefónico con diferentes responsables de Instituciones Penitenciarias? Llama la atención ese ir y venir de gente al teléfono que no sabe nada ni mueve un dedo...

Como él no podía llamar, todas las personas que entraban y salían ese sábado a las visitas de sus compañeros presos políticos vascos preguntaban a quienes visitaban si sabían si Pablo estaba aún dentro, y nos llamaban inmediatamente para decírnoslo. Desgraciadamente uno tras otro fueron diciendonos que sí, que aita seguía allí. En la cárcel no nos decían nada. Solo que ellos ya lo tenían todo preparado para el traslado. Les pedimos en numerosas ocasiones que nos facilitasen un teléfono del famoso Centro Directivo, pero no hubo manera. Ni en internet ni de ningún modo pudimos contactar con ellos.

Si ama hubiese fallecido el viernes a la tarde, el famoso Centro Directivo o la propia dirección de la cárcel de Herrera hubiese tenido que organizar un traslado directo para el funeral. Pero como estaba agonizando, y no había muerto aún, nadie movió un dedo. No se trataba, pues, de falta de medios o de un problema de plazos (en caso de fallecimiento hubiesen estado obligados a trasladar a aita hasta el funeral) sino de falta de voluntad. Sabían perfectamente el estado exacto de ella, pues el mismo día 30 por la mañana el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria ya lo había incluido en su auto, y constaba en la documentación remitida a la cárcel. Incluso nos indicaron que el sábado a la mañana había habido una conducción ordinaria y que en ella no había salido, pero que dadas las circunstancias lo lógico sería que saliese en una conducción directa extraordinaria...

Pero, horas tras horas, aita seguía en Herrera. Ama continuaba sedada, pero ya con la respiración cada vez más corta y con mayor esfuerzo, lo que nos prevenía de que el desenlace no tardaría demasiado en llegar.

El domingo por la noche, tras certificar una vez más que él sigue en Herrera, llamamos de nuevo a la abogada, que nos indica que el lunes a primerísima hora se pondrá en contacto de nuevo con el juzgado. Como no consiguen que responda a las llamadas, hacia las 10 de la mañana un abogado que estaba en Madrid se persona físicamente en el juzgado y allí no dan crédito a lo que les cuenta. Vuelven a emitir un nuevo auto exigiendo el traslado e insisitiendo en la urgencia. La propia jueza llama por teléfono a la cárcel y a Instituciones Penitenciarias desde su despacho ante el abogado para expresar su estupor.

Ahora ya aita dispone de llamadas y a mediodía volvemos a hablar con él; nos indica que le han dicho que saldrá a la tarde, en conducción directa extraordinaria. Pero cuando yo vuelvo a llamar a la cárcel, hacia las 15.00 horas, para saber si ha salido, me indican que la orden es para hacer una conducción directa solo hasta Madrid, y que de allí continuará el viaje en conducción ordinaria. Yo les insisto en que la situación de ama es de agonía, pero ellos me vuelven a repetir que es cuestión del dichoso Centro Directivo. Pensamos que pasará la noche en Valdemoro. Ama respira ya con mucha dificultad y sabemos que no aguantará mucho.

Esa tarde, los seis nietos de Pablo y Judith pasaron a darle un beso, y nosotros le susurrábamos que estuviese tranquila, que aita ya había salido, y que todo estaba bien. Imaginamos que no nos oía. Pero al final de ese día, hacia las 22.30, cuando ya todos los nietitos habían marchado, así como sus hermanos y familiares que como cada día nos han hecho compañía durante todo este tiempo, ama aminoró la respiración, y poco a poco, en unos minutos, se apagó del todo.

Al sufrimiento que supone ver morir a tu ama hubo que añadir el de saber que aita estaría en una celda de aislamiento, probablemente solo y en una cárcel desconocida, consciente de que ya no llegaba. Quizá al salir de Herrera pudo pensar que le llevaban directo hasta Araba, pero ahora ya era consciente de que estaba en Madrid.

Al día siguiente ni siquiera sabíamos dónde estaba para notificarle la defunción, hasta que hacia las 11.30 familiares de los presos de Ocaña se ponen en contacto con nosotros para decirnos que aita está allí, lo que ya supone la gota que colma el vaso. Tras los autos judiciales, las llamadas y el trabajo de médicos y abogados... solo le han movido 100 kilómetros al quinto día tras realizar la petición.

¿Cómo vive Pablo esa incertidumbre del traslado que no llega y la noticia del fallecimiento de su esposa?

Probablemente él haya sido el más consciente de que la situación podía acabar así. Conoce el día a día de la cárcel y sabe muy bien que su vida se encuentra en manos de otras personas, para quienes ellos no son más que un número más. Un «terrorista» contra el que todo vale. Quizás la peor parte nos la hayamos llevado quienes a su alrededor, y en el contexto político en el que nos encontramos, estábamos convencidos de que por algún lado aparecería un poco de humanidad en medio de este sistema de por sí inhumano. Pero, una vez más, nos equivocamos. Somos conscientes de que esto ha ocurrido antes muchas veces, pero pensábamos que la crueldad que siempre se ha relacionado con la dureza de cualquier conflicto, y la desafortunada lógica de la guerra, iban a ir quedando poco a poco aparcadas.

Por desgracia, el trasfondo político sigue siendo el mismo: haya o no violencia por parte de ETA, la crueldad es otra de las armas que el Estado utiliza para amedrentar a la sociedad vasca e intentar impedir que escoja su propio camino. Crueldad extrema, alejada de las más mínimas normas humanitarias.

Afortunadamente no estuvo solo, pues en el módulo de aislamiento de Ocaña estaban también otros cuatro presos políticos vascos. A pesar de que ellos ya sabían lo que había ocurrido, porque habían hablado con sus casas, y en Euskal Herria la noticia había saltado a las portadas de medios como NAIZ, con mucho tacto le animaron a llamar cuanto antes a casa para notificarnos que estaba ya en Ocaña, y así permitir que le pudiéramos dar nosotros la noticia del fallecimiento. Posteriormente le arroparon y dieron todo el cariño del mundo, algo que él agradece enormemente, así como las preocupaciones y llamadas de todos los compañeros de Herrera.

Aunque demasiado tarde, ¿qué supuso para Pablo el encuentro en la intimidad en el caserío?

Una vez que sucede el desenlace, yo busqué en internet el teléfono de Lehendakaritza y pedí que me pasaran con Derechos Humanos. Poco más tarde me llamó Jonan Fernández, que ha hablado con nosotros en varias ocasiones, y en todo momento nos ha atendido con respeto e interés. En previsión de que aita fuese trasladado al caserío familiar y dadas las circunstancias, habíamos intentado ponernos previamente en contacto con la Consejería de Seguridad a través de diferentes medios, para ofrecer nuestra disponibilidad para colaborar en evitar situaciones de tensión. Como no parecía que estas gestiones dieran su fruto porque nadie se ponía en contacto con nosotros, le pedimos a Jonan que nos ayudara en esta tarea y le informamos en todo momento de nuestras intenciones. Pero desgraciadamente parece que no le hicieron mucho caso y primaron las cuestiones de «seguridad», probablemente porque se puso en primer plano el concepto de autoridad mal entendida que impera en las diferentes policías, sean estas de donde sean.

Probablemente por eso, inicialmente tuvimos nuestros más y nuestros menos con el responsable del operativo policial, porque llegó al caserío familiar solo unos minutos antes de la hora prevista para que llegara aita, y la orden que él traía no coincidía con la que nosotros teníamos del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria. A pesar de que al final llegamos a un acuerdo, se echa en falta una nueva actitud por parte de la Ertzaintza, menos «securócrata» y más humana. Al parecer su mando insistía en impedir el acto de despedida y limitar el encuentro a una visita con la familia directa dentro de la casa. Finalmente se pudieron conciliar ambas cuestiones, pero con una fuerte carga de tensión inicial. En el futuro, para otros casos similares no estaría mal un poco más de flexibilidad y humanidad en esas circunstancias.

Lo cierto es que, una vez más, aita fue probablemente el más entero y el más sereno de los presentes. Su ánimo nos lo imbuyó a todos, y su participación en el modesto pero muy emotivo acto de plantar un nuevo roble que mira a la peña de Itxina, y que dará sombra a los juegos de nuestros nietos y de los nietos de nuestros nietos, ejerció de terapia tras una semana horrible.

Cuando en pleno acto de recuerdo a ama, al oír los primeros sollozos de sus nietos, les llamó, abrió sus brazos y los seis corrieron a protegerse a su alrededor, fue difícil contener las lágrimas, incluso para los propios ertzainas que le custodiaban.

Aita pudo abrazarnos luego a todos y reconfortarnos un poco. Los ertzainas se quejaban de que había «demasiada» familia... ¡pero es que es el aitite y tiene tres generaciones por debajo! Hermanos, hijos, nietos, sobrinos, sobrinos-nietos... Cuando, previamente a poder abrazarle, nos fueron identificando uno a uno, ya se dieron cuenta de que en realidad todos éramos familiares directos.

Todo salió de maravilla, tanto el clima como el acto y los besos de la gente que pudimos estar con él. Ama había llevado la enfermedad con muchísima entereza y nos había transmitido en todo momento una sensación de tranquilidad muy grande. Afortunadamente no ha tenido dolores ni sufrimiento, y eso, junto a su actitud ante la vida, nos ha ayudado muchísimo a todos, incluido a aita.

Fue una experiencia dura, porque en realidad estábamos dando el último adiós a ama, pero a la vez había en el ambiente una sensación de que algo nuevo nacía, que mirábamos hacia el futuro y que ella nos estaba animando y empujando a ello. Fue como una especie de ensayo de ese día de la libertad que tanto anhelamos todos, para aita y para el conjunto de nuestro pueblo.

En estos seis años de encierro, todos habíamos soñado siempre con que aita saliese antes de que la naturaleza se llevase a mi amama Mari Cruz, que falleció en junio a los 94 años, y que además de quererle con locura era la «animadora» familiar. Pero no solo eso no ha podido ser, sino que en estos últimos meses la enfermedad se ha llevado también a su hermano Jose Mari y a mi ama. Siempre pensamos que aita y otros muchos presos y presas vascas no cumplirían la totalidad de la condena, y que este año sería el último, pero cada día nos damos más cuenta de que probablemente lo harán hasta el último minuto. Porque se les llena la boca con la palabra justicia y democracia, pero en su cabeza solo aparece la palabra venganza.

Bajo la mirada del Gorbeia, en un paraje maravilloso, donde aita y ama han ido construyendo cada uno de ellos nuevas vidas más acordes con sus ilusiones y sus ideas (él con la ganadería, y ella con un pequeño agroturismo al que dedicó buena parte de sus últimos años de vida), tuvimos una cierta impresión de que se daba un «relevo», de que quienes vienen por detrás nuestro se encargarán de hacer realidad los sueños que los anteriores no pudieron alcanzar. Fue desde luego un día que toda su familia recordaremos mientras vivamos.

Gente de diferentes ideologías ha estado muy pendiente de lo que ocurría con su padre. ¿Qué pulso han percibido en la calle ante todo esto?

La gente está muy indignada. No lo entienden, no les cabe en la cabeza cómo alguien ha podido pasar por alto una situación de semejante crudeza sin tomar cartas en el asunto. Todo el mundo daba por sentado que le habrían traído. Cuando se enteran de que no ha sido así, no se lo pueden creer.

No es una cuestión política, es un asunto prepolítico. No lo entienden ni los propios votantes del PP. El Gobierno es incapaz de realizar el más mínimo gesto, ni siquiera humanitario, y llevan hasta tal punto sus paranoias que no se mueven ni un solo milímetro de lo que marca su ley. Hasta el límite de que si esa ley les deja algún margen para la crueldad lo aprovechan sin piedad. No se puede entender tanta inhumanidad.

Para colmo, todo esto en una persona que reúne en sí buena parte de las injusticias que este Estado comete contra los prisioneros vascos: fue condenado en un juicio de marcado impulso político, tiene 71 años, ha cumplido ya las tres cuartas partes de la condena, se encuentra dispersado a 600 kilómetros. Alguien a quien, por otra parte, podría pensarse que se le puede aplicar cierta flexibilidad en función de sus circunstancias, y que sin embargo sigue en primer grado, en aislamiento y catalogado como «muy peligroso», como la mayor parte de los presos y presas vascos.

Dicen que es porque no se arrepienten ni piden perdón, pero como suele decir aita: «¿A quién tengo que pedir yo perdón por haber impulsado un periódico? ¿No serán ellos los que me tienen que pedir perdón a mí por haberlo cerrado y haberme metido a la cárcel?».