«No podemos aceptar que nuestros torturadores declaren contra nosotros»
Ambos fueron detenidos en noviembre de 2009, junto a otros 38 compañeros, durante la redada que la Policía española realizó contra el movimiento juvenil. Como relataron, fueron incomunicados y torturados. Estos días están siendo juzgados en la Audiencia Nacional española, y se enfrentan a una condena de seis años de prisión. Hoy tendrán en frente a los agentes que denunciaron por torturas.
El juicio contra 40 jóvenes independentistas entra hoy en su segunda fase, donde declararán, como testigos, los policías que han sido denunciados por torturar a Garazi Rodriguez y Haritz Petralanda, y a la mayoría de los encausados. Preven vivir un momento tenso, sobre todo cuando escuchen la voz de los agentes. Ambos tienen una pregunta rondando en su cabeza: ¿Por qué?
La semana pasada tuvieron la ocasión de relatar ante el juez las torturas que padecieron durante la incomunicación. ¿Cuáles fueron sus sensaciones al recordar aquel calvario?
Garazi Rodriguez: Antes de proceder a declarar ya estaba con ansiedad, bloqueada, en estado de shock. Una vez me senté, me resultó duro, pero tenía ganas, ganas de contar todo lo que me había pasado. Mi principal preocupación era encontrar la mejor manera de transmitir lo que habíamos padecido, porque no se trata solo del hecho de que te peguen o te desnuden, también son sensaciones muy difíciles de expresar con palabras. A mí, por ejemplo, se me hizo más duro escuchar a la gente, porque tú empatizas, porque sabes que detrás de esos golpes hay más, esas sensaciones, hay soledad, y no puedes hacer nada.
Haritz Petralanda: Una vez que los primeros empezaron a relatar las torturas padecidas, iba recordando cosas y se me hizo muy duro. En todo momento estuvimos todos con el pañuelo y con la lagrimilla. En el momento de declarar me derrumbé. Tenía claro que iba a ser así, que iba a llegar a tal extremo, pero quería seguir contando. La sensación era de querer narrarlo todo y dejar claro que sufrimos torturas, que en ningún momento hemos mentido.
¿El hecho de relatar las torturas, en cierta manera, les sirvió como terapia?
H.P.: La terapia ya la hice antes con mi sicólogo. A la hora de declarar ante el juez lo que haces es retrotraerte al momento de la tortura y, aunque resulte muy duro, es un ejercicio necesario que hay que hacer. No hay que tener miedo ni vergüenza para contarlo. Hay que aceptar la situación que has sufrido, tener capacidad para relatarlo y tirar para adelante.
G.R.: Yo tampoco lo viví como una terapia, pero sí me resultó valioso para quitarme un peso de encima, necesitaba contarlo. A día de hoy continúo en terapia con mi sicóloga, pero todavía no hemos llegado a abordar el tema de las torturas. Poco a poco…
¿Les han dejado los malos tratos sufridos alguna secuela física o sicológica?
H.P: En mi caso las secuelas han sido sobre todo síquicas, porque no llegaron a pegarme. Es al salir de la cárcel cuando te das cuenta de que algunas de tus reacciones no son normales. También eres más agresivo con tu gente y no toleras lo mismo que antes, pero, al final, aprendes a vivir con ello.
G.R.: La mayoría de las torturas que me practicaron tenían connotación sexista. Eran todo insultos, intentos de desmontarme como mujer, humillaciones e incluso vejaciones sexuales. He pasado dos años totalmente hundida, sin valorarme como persona. En estos momentos estoy trabajando para aumentar mi autoestima.
Además, al principio, cargaba con la responsabilidad de haber declarado contra otra gente. Es una gran carga. Considero que la aplicación de los malos tratos es una decisión política, no se trata solo de que tú mismo te autoinculpes, se trata de que inculpas a terceras personas. Debes cargar con ese peso e intentar deshacerte de ese miedo que tienes metido en el cuerpo.
También se dio la circunstancia de que, cuando salí de la cárcel, hubo una redada y los detenidos fueron incomunicados. Esa situación la vivía de otra manera, lo pasaba mal. Recordaba lo que me había pasado, o me imaginaba lo que les pudiera pasar.
H.P.: Lo que quieren conseguir con la tortura es infravalorarte como persona. Eso sí que repercute en tu autoestima y en la manera de interactuar con la gente. Lo que tienes que llegar a comprender es que ellos tienen estudiado y trabajado cómo pisotear psicológicamente una persona. Le tienes que dar la vuelta a eso, no echarte la culpa encima.
Sus presuntos torturadores declaran hoy contra ustedes por su militancia política. ¿Cómo esperan ese momento?
H.P.: Será un momento tenso, pero nos mantendremos firmes porque estaremos los 36 apoyándonos. La tensión aumentará cuando declaren, cuando las voces nos suenen… Lo pasaremos mal.
G.R.: No podemos aceptar que mientras nosotros estamos en el banquillo de los acusados, después de todo lo vivido la semana pasada, que fue muy duro, ellos tengan la poca vergüenza de mentir y ratificar nuestras acusaciones, cuando han sido los responsables de nuestras torturas. Tendremos que verlos, por duro que nos resulte.
Al fin y al cabo me he dado cuenta de que, aunque he vivido muchos años obsesionada con verlos, a nosotros no nos torturó uno de churros o uno gordo o uno de 1,80. A nosotros nos torturó el Estado. Porque ellos no son más que los perros que muerden para proteger a sus amos. Y con eso me quedo. Tenemos que seguir trabajando para que esa gente sea juzgada.
¿Qué les dirían si tuvieran la ocasión de tenerlos en frente?
G.R.: Llevo años pensando en ese momento. Simplemente les preguntaría: ¿por qué?, ¿cómo puedes ser capaz de hacer algo así y continuar con tu vida normal?. Durante la tortura está viendo sufrir a una persona, totalmente hundida. Y pienso en ello: ¿cómo puede ser una persona capaz de ver a otra sufrir? Y todo ello por conseguir una autoinculpación… Tenemos que pedir explicaciones a quienes decidieron usar los malos tratos para fines políticos.
H.P.: Nunca me he planteado esa cuestión. Quizá suene un poco extraño, pero puede que ellos vivan engañados. Yo también les preguntaría el por qué, que me explicaran qué razones tienen para habernos torturado, qué motivos les han dado para creerse que tienen total legitimidad para hacerlo.
G.R.: El momento clave a lo largo de mi incomunicación fue cuando me desnudaron y, justo cuando estaba solo con las bragas, entró un policía. Éste me empezó a abrazar, a darme besos, tocándome todo el cuerpo, diciéndome que me iba a violar… En ese momento, había una mujer en el interrogatorio, que estaba encapuchada, y me dirigí a ella y le dije: ¿Cómo eres capaz, como mujer, de aguantar esto?
¿Qué recorrido han tenido sus denuncias?
H.P.: Los abogados de Torturaren Aurkako Taldea (TAT) fueron quienes tramitaron mi denuncia, aunque el proceso se cerró hace poco. El Tribunal Supremo dictaminó que no había pruebas suficientes.
G.R.: Mi caso sirve para ver cómo el Estado español quiere tapar la realidad de los malos tratos. Hace poco me llamaron los abogados del TAT y me anunciaron que había habido un error con mi denuncia, ya que archivaron el caso sin notificación. Fueron los propios letrados quienes llamaron para saber en qué situación se encontraba mi denuncia. Fue entonces cuando fueron informados de que el caso había sido archivado. Ante ello, decidimos recurrir al Tribunal Constitucional y en esas estamos.
Mientras, el Estado español ha sido condenado varias veces desde instancias internacionales por no investigar los casos de torturas.
G.R.: Es evidente que tanto en Europa como en el Estado español se practica la tortura, y también es sabido que el Estado español pone todas las trabas posibles para que esas personas que han torturado sean juzgadas. Sin embargo, creo que se han dado pasos debido al trabajo de concienciación que se ha realizado. Por poner un ejemplo, considero que es un paso adelante que en la redada contra miembros de Herrira la detención fuera comunicada, algo que, en la mayoría de los casos, sirve para evitar su práctica.
H.P: También varía si las detenciones se practican en el Estado español o en el francés. En España parece que todo el mundo canta por divinidad de Dios y, en cambio, en Francia nadie se autoinculpa… Queda muy patente y claro dónde reside la diferencia.