Un país avergonzado
La indignación de los autores por la transferencia de poder en las cajas vascas a un reducido grupo de personas se convierte en «vergüenza» al escuchar a los responsables políticos decir que «nada cambia», cuando a su juicio va a suponer «un desastre para nuestra economía y para nuestra sociedad». Lo que se está haciendo con las cajas es un desastre para la eficiencia de nuestro sistema financiero, un desastre para la capacidad de autogobierno de este país, un desastre para nuestro tejido productivo.
Vergüenza. Éste es el sentimiento que más claramente nos genera lo que estamos ahora leyendo y oyendo en ciertos medios de comunicación de algunos de los dirigentes políticos directamente responsables de lo que está sucediendo con las cajas vascas.
Los líderes políticos promotores del proyecto de transferencia del poder en las cajas vascas y en Kutxabank para dejarlo en manos de un núcleo de personas «de su confianza», blindadas precisamente frente a cualquier control público y social saben que no tienen ningún argumento para defender esta barbaridad.
Ante esta situación, se están ahora volcando en los medios de comunicación «afines» con el fin de lanzar argumentos destinados supuestamente a defender lo indefendible. En estas comparecencias se ataca a los que se oponen a este Proyecto, se lanzan proclamas increíbles prometiendo que «nada va a cambiar», sobre el «carácter vasco», el enraizamiento o la obra social que «Kutxabank va a mantener».
Todo menos argumentar sobre lo que está pasando. Todo menos explicar qué clase de argumentos pueden justificar este disparate. Porque es imposible justificar la decisión de dejar el sistema financiero vasco en manos de un grupo de quince personas que se autodesignará a través de cooptación, precisamente con el objetivo de asegurar la perpetuidad de ese círculo de confianza y, de forma ilegítima, blindarlas de cualquier control público y social.
Lo que se está haciendo es tan evidente que da vergüenza ajena escuchar a responsables políticos de primer nivel, directamente responsables de lo que está sucediendo, hablar sobre este tema en sus medios de comunicación.
Ahora ya no hay ninguna duda de que el objetivo pretendido es arrebatar a la sociedad vasca su sistema financiero para dejarlo en manos de un grupo de amigos, de un grupo de confianza de los partidos políticos promotores de este proyecto. Un desastre para la eficiencia de nuestro sistema financiero, un desastre para la capacidad de autogobierno de este país, un desastre para nuestro tejido productivo, para nuestra economía y para nuestra sociedad.
El que estas personas se atrevan a realizar afirmaciones como que «nada cambia», o que «se mantendrá la obra social», «se mantendrá el carácter vasco», «se mantendrá el compromiso con nuestras empresas», resulta a la vez ridículo e indignante.
Estos responsables políticos saben perfectamente que todo cambia. Que, a partir de la aprobación de este Proyecto en las Asambleas de BBK y Vital Kutxa se arrebata el poder a la sociedad vasca para entregarlo a un grupo de quince «personas de confianza», blindadas -salvo tres de ellas- de cualquier control público o social.
Estos responsables políticos saben que el origen de la obra social es precisamente el control público y social de las cajas y que, desaparecido este control, la obra social tenderá a desaparecer progresivamente.
Estos responsables políticos saben que «el carácter vasco» depende de que sea o no la sociedad vasca quien controla las cajas de ahorros y que ahora están dejando la decisión sobre ese futuro control en manos de ese grupito de personas «de confianza» de los líderes de los partidos políticos promotores de este proyecto.
Estos responsables políticos saben que el compromiso de las cajas con nuestras empresas desaparece una vez que desaparece el control político y social de las mismas.
Todo esto lo saben perfectamente, como también saben que solo la ambición personal y de un pequeño grupo de personas de la ejecutiva de estos partidos es lo que explica que, a pesar del desastre que este proyecto supone para nuestro país, se intente llevar adelante y se tenga la desfachatez de comparecer ante los medios para defenderlo. Aunque, más que defenderlo, estén utilizando la demagogia más fácil sin argumentar sobre lo importante, que es el propio contenido de lo que se quiere aprobar en las asambleas. Porque también saben que es indefendible.
Indignación y, ahora, vergüenza ajena. Una vergüenza ajena que nos empapa cuando les oímos en los medios de comunicación defendiendo ante nuestros ciudadanos esta barbaridad.
Una vergüenza y una indignación que van a ir creciendo de día en día. Y que nos llevarán a encontrarnos con un país, a la vez avergonzado de sus dirigentes políticos e indignado. Y con un sistema financiero desestructurado y a la deriva.