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Entrevue
Claudia Samayoa
Defensora de los D.D.H.H. de Guatemala

«Una mayoría esta reclamando su derecho a vivir sin violencia»

Claudia Samayoa tiene una larga trayectoria en cuestiones de derechos humanos en Guatemala. Es directora de la Unidad de Defensores y Defensoras de los Derechos Humanos (UDEFEGUA). De la mano de Mugen Gainetik, visitó Euskal Herria para exponer la realidad de un país azotado por la violencia.


Lleva 14 años acompañando a defensores de derechos humanos. ¿Qué importancia tienen para el futuro de Guatemala?

Para poder generar cambios, todos debemos convertirnos en defensores de derechos humanos. Eso es algo que en Guatemala aprendemos cada vez más; los cambios se producen porque nosotros los construimos. Pero la defensa de los derechos humanos no es fácil porque siempre hay quien se resiste a los cambios. Y en países como los nuestros, esa defensa conlleva violencia. ¿Por parte de quién? Un actor fuerte que está ejerciendo la violencia es el crimen organizado, no solo porque se trata de una estructura o de un cártel sino porque está cooptando espacios gubernamentales como alcaldías, direcciones de hospitales... Otra fuente de violencia son las empresas de seguridad o las milicias privadas contratadas por grandes empresas transnacionales y hacendados. La violencia se ha generalizado tanto que las personas ya no dialogan; lo primero que hacen es sacar su arma para resolver cualquier problema.

En la construcción de ese futuro, ¿qué ha supuesto el juicio por genocidio contra el dictador Efraín Ríos Montt?

Fue un momento histórico en Guatemala porque generó un cambio de perspectiva en tanto que ahora reconocemos que somos racistas y la gente ya no niega que hubo masacres, torturas, desapariciones, esclavitud sexual... durante el conflicto.

Por primera vez, se expusieron públicamente temas como la violación y, aunque hayan anulado la sentencia, el proceso ha tenido efecto. Solo tres meses después, un grupo de médicos se atrevió a dar la voz de alarma por el alto índice de embarazos en menores. Cada año, más de 2.000 niñas menores de 14 años quedan embarazadas en Guatemala. Lo hicieron porque, gracias a este proceso, tenían un relato de cómo unir el pasado con el presente y comprenderlo. El hecho de que la sociedad empiece a tomar conciencia de que esta realidad representa una violación de los derechos humanos, nos genera la esperanza de que haya cambios generacionales. Claro, estos no se producen de la noche a la mañana; los más jóvenes deben empezar a plantearse que deben hacer algo distinto para que sus hijos puedan vivir en una sociedad mejor. Cuando firmamos la paz, no hubo una conciencia social de `no más'. Ese grito solo lo sentimos unos pocos; hoy, sin embargo, es mucho más fuerte y lo da gente que estuvo en todos los bandos en el conflicto. Una mayoría está gritando `tengo derecho a vivir sin violencia'.

¿Qué factores han impedido plasmar los acuerdos de paz?

La estrategia de quienes firmaron los acuerdos fue la de acordar los 128 compromisos pero dividir su implementación, de modo que perdimos la visión general. Yo fui parte de ese liderazgo por el proceso de paz y, de verdad, creímos, tal vez de forma ingenua, que habíamos firmado la paz. Cuando llegó el momento de abordar la reforma fiscal, ésta fue rechazada porque el empresariado se opuso. Nos percatamos de que hubo grupos que no firmaron la paz, que no asumieron los compromisos de paz. Nos dimos cuenta de que no se habían desarmado las estructuras paramilitares del Ejército. Era obvio que, tarde o temprano, íbamos a llegar al escenario actual con altísimos índices de homicidios. Hemos alcanzado los 6.150 asesinatos por año en un país de 13 millones de habitantes. Pero, pese a este escenario, te diría que no fue infructuosa toda la inversión del proceso de paz, porque hemos empezado a generar sujetos de derecho y a ser conscientes de que juntos podemos generar cambios. Desde la esperanza, se empieza a gestar la visión de `bueno, no solo soy yo la del problema'. Esto lo hemos visto, por ejemplo, en la lucha contra el feminicidio. Hubo una gran unión entre movimientos de mujeres para lograr la ley contra el feminicidio y el nombramiento de la actual fiscal general Claudia Paz y Paz, así como la regulación de los jueces, que nos ha permitido tener una Corte con dos mitades; una que quiere impunidad y otra que desea hacer su trabajo. Esto no solo favoreció el juicio contra Ríos Montt; Paz y Paz ha desestructurado bandas de abogados que robaban propiedades, ha capturado a grandes narcotraficantes. Son signos de esperanza.

Sobre el narcotráfico, ¿hasta dónde llegan los cárteles?

Guatemala era solo un país de paso desde la década de los 60. Esta situación no generaba un impacto social. A raíz de la guerra contra el narcotráfico del expresidente mexicano Felipe Calderón, los cárteles buscaron otros países, como Guatemala, para el almacenaje de la droga y la experimentación de drogas sintéticas. Esto provocó una lucha entre los cárteles locales y los mexicanos, por lo que se cambiaron las reglas de juego. Los cárteles ya no se contentan con ganarse el favor de la población, sino que quieren controlar el poder local para lo cual se infiltran en el Congreso y en el Gobierno. La mayor parte de los partidos políticos reciben fondos de los cárteles. La corrupción que han generado a nivel institucional ha acabado por rematar a los partidos políticos.

En la medida en que Paz y Paz ha tratado de abordar esa problemática capturando a ciertos grupos, éstos se han trasladado a Honduras y están empezando a controlar el norte de Nicaragua. Es como un cáncer, que deben combatirlo los países conjuntamente, porque cuando es solo un país quien lo hace, lo que acaba ocurriendo es que el problema se traslada a otro.

En ese contexto se enmarca el significativo aumento de la violencia sexual contra las mujeres. Una de las razones por las que no hemos logrado rebajar la violencia feminicida es porque no abordamos las causas del conflicto y, particularmente, las violaciones de derechos humanos. La Comisión de Esclarecimiento Histórico estableció que a los soldados se les enseñaba a violar; instructores militares les decían que una forma de someter al enemigo era violar a sus compañeras. El Ejército mantuvo esta doctrina hasta hace solo cuatro años.