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Athletic-Barça, más que un partido, empatía y empate

El conocido arquitecto bilbaino, siempre con el lápiz bien afilado cuando opina y escribe, analiza la final de Copa de mañana en el Camp Nou desde una visión menos deportiva y más reivindicativa. Confeso poco o nada futbolero, no pierde, sin embargo, ocasión para arremeter contra aquello que rodea o, como ahora, deja de rodear, a este deporte.


El influjo social del fútbol es innegable incluso hasta para los que no nos interesa deportivamente, ya que tiene lamentable pero irremediablemente importantísimas influencias y consecuencias en demasiados aspectos desde el ocio y la economía al urbanismo, la convivencia o la política.

La celebración en Barcelona, lo mismo podía haber sido en Bilbao, un acierto total, al margen de lo deportivo, y de la usura mostrada por la hostelería al exagerar los precios por lo que el boicot a los hoteles Husa del presidente del Consorci Turisme de Barcelona Joan Gaspar debe ser radical. Resulta difícil de entender el entusiasmo colectivo de ir a Madrid, capital europea de la tortura, la intolerancia y el neofascismo, por su sublimación al españolismo y por beneficiar económicamente a la ciudad sede un país que nos oprime continuamente desde hace al menos 79 años.

La ocasión es extraordinariamente oportuna, ya que las diferentes acciones en torno a la Diada y la Vía Catalana y Euskal Bidea con el movimiento Gure Esku Dago tienen una ocasión excepcional de confluir en un mismo lugar. Los prolegómenos de este partido deberían ser una irrenunciable demostración de las imperiosas ansias de independencia de dos naciones sometidas con actos incluso comunes. Empatía popular.

Es sabido que a la Directiva del Athletic cuando disputa una final sólo se le ocurre, muestra de un talante bastante populista, montar carpas y txosnas, ‘Athletic Hiria’, para que sus aficionados a precios abusivos, beban y beban gritando sin cesar las consabidas letanías.

Hace unos años, creo en 2013, el Barça jugó un partido en Glasgow, Scotland, y se organizó simultáneamente una exposición sobre la realidad institucional, cultural y probablemente turística del país. Si Eusko Jaurlaritza tuviese un sentido de la oportunidad, una conciencia de autoestima y un concepto cultural identitario hace ya tiempo estaría preparando algo más que acudir al partido. Por ejemplo organizar una Euskal Astea con conciertos de las EOS o BOS, algún acreditado coro, difusión de otros museos vascos al margen del Guggenheim, un concierto popular en Montjuïc tal vez con Fermín Muguruza en reconocimiento por su indudable compromiso con Euskal Herria, demostraciones de etnografía vasca, partidos de pelota, aizkolariak, algo más que los dichosos pintxos y brebajes, populismo estomacal. En suma, un programa serio, representativo de un país en la nación que más nos aprecia.

Las peñas más activas y los aficionados podrían concertar una marcha conjunta con los homónimos catalanes hacia el Camp Nou, partiendo de Montjuïc pasando por la Plaça dels Països Catalans y transcurriendo por el carrer Sabino Arana, ya inmediato al campo, en la que se exijan todos los derechos nacionales desde las selecciones deportivas hasta una representación propia en Unesco.

Como ya ha ocurrido en dos recientes ocasiones la presencia del Rey de los españoles debe ser sometida a un cierto refrendo popular y de una forma sencilla, económica y ecológica, sin urnas ni papeles, con la voz y todas sus expresiones como rechazo a él, su institución, himno y bandera simbología de la opresión. Es sumamente importante observar la reacción de este sanedrín de políticos vascongados. El Lehendakari quizá finja atender una llamada previamente preparada desde muy cerca, o acaso en ese momento esté leyendo el ‘‘Marca’’, catecismo deportivo antivasco, o tal vez se pongan todos de pie para aplaudir fervorosamente al jefe de sus Fuerzas Armadas como vergonzosamente hizo el PNV en Gernika a su padre.

También habrá que ver sus rictus contradictorios cuando la palabra independencia atroné en el recinto, una efímera expresión que dicho partido sólo utiliza en dos momentos domingueros de éxtasis anual, Aberrri Eguna y Alderdi. Un mensaje social no apto para políticos sordos. Estando ausente al haber fallecido el alcalde Azkuna, su inquebrantable dosis de monarquía y españolidad la aportarán sus fieles compadres bizkaitarras Atutxa, Ortuzar, Bilbao, Aristondo, Madariaga, etc. El Lehendakari se precipita y doblega pidiendo «respeto institucional»... ¿a quién, a qué? ¡Si no nos respetan como nación! Sugiere que se grite «Aupa Athletic», ¡cuánta imaginación!

El catalán ya tiene un ritual reivindicativo, es el minuto 17:18, en alusión reivindicativa al año de la pérdida de sus derechos nacionales, un anhelo de libertad reclamando coralmente «I-inde-independència». Introito que debería ser completado a continuación por el grito masivo vasco «Independentzia».

El cuanto al partido, convendría que acabara en empate y así habría más tiempo para prolongar las exigencias políticas, entre las que debería figurar, sin titubeo alguno, Presoak Etxera, Amnistía Osoa y luego que gane el equipo de la afición que más pite a esta golpista, golfista y corrupta monarquía y sus figurantes. Si fuese el Athletic campeón y tiene el capitán que recoger el trofeo del monarca español, que actúe como vasco, obligado por el protocolo, con corrección pero sin entusiasmo ni pleitesía, que piense a quién se debe y de alguna manera representa. Su gesto le retratará.

En esta ocasión precisa debería ser como hace la afición catalana con su bandera, la ikurriña el símbolo predominante; se supone que sus portadores asumen la pasión por el Athletic, a pesar que hay muchos seguidores del club que se proclaman ser de Bilbao y sólo Bilbao, tetrabilbainos por los cuatro costados y que habitualmente esconden ser unos españolazos nacidos en territorio vasco. Incluso es deseable se compusiera un gigantesco mosaico, el enorme poder de la imagen.

Tanto si se gana como si se pierde, ¿hay algún millonario prematuro en la plantilla del Athletic capaz de dar la vuelta la campo con la senyera y la ikurriña, como hicieron años atrás en otras finales Puyol y Xavi, en un gesto de cordialidad apenas agradecido, como es habitual desde Euskal Herria, en esta asimétrica empatía que debería tender al empate?