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Entrevue
Abel Azcona

«Si en una performance estoy explorando el maltrato, está muy bien sufrirlo en uno mismo para que la gente lo vea y le remueva»


No suele haber puntos intermedios: se le ama –de lo que dan ejemplo sus numerosos seguidores en las redes sociales y su proyección internacional– o, directamente, se le odia. «Me suelen decir que ‘lo tuyo no es arte’. Me da exactamente igual: es mi mierda, llámalo mierda», responde. Con esa fiereza de las personas extremadamente tímidas, Abel Azcona (Iruñea, 1988) no duda en desnudarse por dentro y por fuera, se maltrata y se arrastra por el suelo, saca su sufrimiento y, pese a que es una persona escrupulosa, lo deglute lo más asquerosamente posible. Y en ese descarnado toma y daca, en el que todo, hasta el sexo, es llevado al límite, explora sus propios fantasmas para devolvérnoslos como si fuera un espejo.

A sus escasos 26 años, este artista multidisciplinar que ha hecho de su infancia traumática el campo de batalla de sus performances, en las distancias cortas parece extremadamente sincero y hasta delicado, sentado en medio de un torrente de palabras y de ideas. Está en ebullición constante, es obsesivo. En un momento de la entrevista, en su Iruñea natal –«la mejor ciudad del mundo»– una mujer, al pasar, le llama. «Hola David». Es el David que le puso su familia adoptiva, una familia conservadora de esas tan navarras; un nombre del que se despojó para recuperar el Abel original de niño abandonado.
 
Las performances de Abel Azcona, de un estilo muy personal, siempre parten de su atormentada biografía. Se dio a conocer internacionalmente en Berlín con “Eating a Coran” (2012), cuando durante nueve horas se comió un Corán, por lo que estuvo amenazado durante varios años. En “Dark Room: Confinement In Search Of Identity” (2013-2014), que realizó en distintas ciudades, se encerró desnudo en un container sin comer ni beber y tuvo que ser sacado al cabo de 42 días ante el temor de que peligrara su vida, con el revuelo mediático consiguiente. En Bogotá, Madrid y Houston realizó “Empaty and Prostitution” (2013): desnudo en una cama y durante tres minutos a merced de lo que hicieran los desconocidos. Ahora, entre los cientos de proyectos que le bullen, trabaja en “Vaginas anónimas” –10.000 voluntarias de todo el mundo fotografiarán sus vaginas para que él «renazca» de ellas; «el otro día en Gijón había en la cola para fotografiarse hasta una concejala»– y también en “Reminiscence (The art of memory)”. Con este último trabajo inaugurará el 7 de agosto, en el Kursaal, la primera edición de la feria de arte contemporáneo Donostiartean. Un estudio sobre la memoria en el que Azcona trabajará antes durante una semana con voluntarios que hayan sufrido maltrato... y en el que puede que haya sorpresas.

Con usted pasa que es muy conocido fuera, pero casi desconocido aquí.
Tenemos un Gobierno que no le interesa, no sé por qué –yo creo que porque el discurso de los artistas no es compatible con el del Gobierno o de quienes nos gobiernan–, pero ahora mismo reconocidos y con premios internacionales, que salimos en todas las listas de mejores artistas jóvenes, estamos tres de Iruñea: Miren Doiz, Carlos Irijalba y yo. Somos tres artistas que en Pamplona no los verás nunca: uno está en Ámsterdam, otro en EEUU y yo estoy en todos lados.

Hombre, que le vaya a apoyar el Gobierno de Barcina a usted, permítame que lo ponga en duda.
Realmente, mi arte está hecho en parte para remover, sin color político. Pero sí que tengo un discurso muy claro en ciertos aspectos. Por ejemplo, para mí el aborto es la mayor protección de la infancia que existe. Lo digo, lo pienso y lo siento en mis carnes. Entonces, obviamente, no es algo que interese. He estado en la Universidad de Navarra y me han preguntado: «siendo adoptado, ¿eres un superviviente al aborto?». ¿Superviviente a qué? Aquí cada uno le da la vuelta como quiere, pero vamos a lo práctico: tenemos una mujer que es prostituta y heroinómana, que vive en la calle. Va por Pamplona, intenta abortar pero no se le permite. ¿Qué creamos? La enfermedad mental no la podemos ver por una ecografía, pero claro y en botella...

Dice que trabaja las performances como una herramienta de catarsis. ¿Entonces, a fin de cuentas, lo que hace es terapia?
No creo mucho en la palabra terapia. Primero, porque suena muy feo y, segundo, porque la terapia implica cura, y a mí el arte no me cura: me sirve de herramienta de autorreconocimiento y de estabilidad. Yo he ido durante quince años a terapia y a mí ya no me hace nada. Tienes una serie de heridas marcadas en piel y, a través de la terapia, puedes lograr una estabilidad, pero a mí eso me pasa con el arte.

¿No va buscando la cura a través del arte?
Sería buscar algo que no va a pasar. Lo que me ha pasado es que de los cero a los 7 años he tenido una vida, de los 7 a los 17 otra, y en esta segunda lo que he hecho es ocultar todas mis bases. Es decir, hasta los 7 es la época más importante de la vida porque fundamentas tus cimientos y, por contra, de los 7 a los 17 años he tapado esos cimientos todo lo que he podido. ¿Por qué? Por mi adopción por una familia de corte conservador. Lo que pasó es que esta gente, cuando te adopta, no lo hace por ayudarte sino por otros motivos. Yo digo que te adopta más por cristiandad, por evangelizar.

¿Hasta entonces estuvo en una casa de acogida?
Mira, te cuento mi vida claramente. Una prostituta que vive en Denia y viaja por toda España de autobús en autobús ejerciendo la prostitución donde puede. Son los años 80. También es heroinómana. Conoce en Pamplona a un hombre y bajan a Madrid por el tema de la droga. Está embarazada, no se sabe de quién, y me da a luz en Madrid en una clínica de monjas, abandonándome pocos días después. Deja como contacto el teléfono de su pareja, que va a buscarme y me sube a Pamplona. No sé cómo, las monjas me dejan ir con ese hombre y yo me crío en Pamplona con su familia: la típica familia desestructurada con los tres hermanos mayores entrando y saliendo de la cárcel. Yo me crié con la abuela y 17 niños que no se sabe de quién eran. Este señor se echa una pareja nueva, que también ejerce la prostitución, y empiezan los problemas, porque me maltrata físicamente. Hay tema de abusos, hay muchas cosas, hay retiradas de custodia, pisos de acogida… El típico circuito con familia desestructurada. La última familia de acogida donde estuve, de corte conservador, terminó adoptándome con 7 años. Y yo entonces paso de no tener nada a «tenerlo todo».

Al ser adoptado su vida mejoraría.
Creamos una fundación hace tiempo sobre adopción y problemas de empatía, porque para mí España tienen un gran problema de tabús en general, ya que no tenemos memoria. Se nos olvida todo al cabo de dos días, porque no nos interesa: tenemos miedo a explorar la memoria y tenemos fantasmas por todos lados, pero hacemos como si no estuvieran. Con la adopción pasa lo mismo. Joder, soy un niño, me abusan, me maltratan, vivo en la calle, sufro vejaciones… y, en vez de pasar un proceso de duelo, se me exige ser un niño feliz porque me ha adoptado una familia.

Supongo que todo dependerá de la familia en la que caiga uno.
Pero caigas donde caigas sigue habiendo la idea de que este niño es un afortunado. ¿Afortunado, de qué? Adoptar no es un derecho de los padres, es mi derecho a tener una familia. Pero no lo viví así. En el colegio todos los días me decían «reza por tu madre, que es un santa». Entonces, se crea un vínculo super raro, unas relaciones muy extrañas y todo ello unido a una educación muy restrictiva. Entiendo que en mi casa les avisaran de que «este niño va a salir delincuente», pero era un niño producto de una situación. La cuestión es que la adopción resultó supercomplicada y lo que más daño me ha hecho de todo esto ha sido ocultarme mi realidad: no he vivido un proceso de duelo, porque se consideraba una deslealtad hablar de mi historia en mi casa. ¿Qué pasa? Que entre los 13 y 15 años la situación explota porque eres un adolescente y te tienes que separar de la figura paterna y yo tenía figuras paternas por todos lados. Tenía un cacao mental tremendo. Esto me lleva a la enfermedad mental: trastorno límite de personalidad, problemas mentales e intentos de suicidio, ingresos en psiquiatría...

¿Cómo hizo para darle la vuelta a todo eso?
Primero, desvincularme de mi familia. Me han dado mucho, pero no era un vínculo real y los veía más como una familia de acogida. También tenía que ver el trato, porque si hubiéramos trabajado más hubiera sido de otra forma. No te puedes vincular con una familia que niega lo que eres. El problema fue ese, ahí exploté. A los 16-17 años, después de un ingreso en psiquiatría, hago mi primer performance en la calle: una acción en la que salgo con una silla y empiezo a gritar.


Empezó en el teatro. No sería el primero al que el teatro le ha llevado a otras disciplinas.
Había hecho Escénicas. Algo que sí puedo alabar de mi familia adoptiva es que siempre me ha dejado hacer lo que he querido en cuanto a actividades extraescolares y he hecho de todo: teatro, pintura... Me refugiaba en el arte para olvidarme de lo demás. Fue otra aventura que me dejaran cambiarme del colegio religioso a la Escuela de Arte de Pamplona, que es todo lo contrario y, aunque ahora creo que es más conservadora, siempre ha sido una escuela muy cañera. Yo aquel día salí a la calle y no sabía qué estaba haciendo hasta que una profesora de historia del arte me lo explicó. Hay gente que dice «este ha copiado a no sé quién»... pues no, porque no sabía ni lo que hacía cuando empecé. Empecé a investigar y hasta hoy. Comencé a formarme en la performance, creé el primer colectivo de arte en acción de Pamplona, que todavía sigue en activo, y estuvimos trabajando dos años. Aquello implicó detenciones y demás al hacer performances de todo tipo con acciones sobre feminismo, libertad sexual, sobre cosas que en Navarra hacía falta hablar. Éramos un grupo de veinte y todos los días estábamos liándola. Luego, casi a los 18 años, me fui a vivir a Madrid.

Es impresionante la cantidad de seguidores que tiene en las redes sociales para ser un artista tan joven. ¿Cree que las redes sociales han tenido que ver en que se le haya dado a conocer tan pronto?
Sí, hay muchísima gente. Pasan varias cosas; una, que el arte contemporáneo y el arte conceptual no los entiende nadie, y lo mío sí se entiende.

Te puede gustar o no, pero entender sí que se entiende.
Es arte conceptual, pero si yo te cuento mi vida lo entiendes perfectamente y eso se agradece. En segundo lugar, somos tan ignorantes que, en cuanto nos cuentan una historia triste, nos toca enseguida la fibra sensible. Luego hay otra cosa que no se hace pero que se debiera de hacer, no solo en el arte, que es sacar toda la mierda fuera. Todos estamos llenos de mierda en todos los sentidos y entonces hay que sacarla. Lo que pasa es que lo que yo intento es no solo sacarla, sino que salpique (risas). Suelo decir que al principio era una catarsis egoísta y ahora es una catarsis colectiva.  En la Biennale de Lyon (“Confinement In Search Of Identity”, 2013) estuve metido en un contenedor de basura desnudo durante nueve días y todos los días una señora se desnudaba y se metía conmigo. Me contó que su hijo de 10 años murió días antes, y lloraba y me cantaba todos los días las nanas que le cantaba a su hijo. Con “Empathy and prostitution”, en Bélgica, un chaval que venía a tumbarse conmigo en la cama me contó que se quería suicidar. Tenía toda la columna torcida y estaba en silla de ruedas.

He mirado su cuenta en Twitter, @abelazcona, y  tiene 181.000 seguidores (para hacerse una idea, el lehendakari Urkullu tiene 10.500).
Cada minuto tengo un tweet de alguien. Lo que hace falta, y no solo en el arte, es gente que quiera hablar de verdad. Si todos habláramos, creo también que la política cambiaría. De hecho, estoy convencido de que el arte hoy en día es una de la mayores herramientas políticas que existen. Yo hago política todos los días, porque el arte contemporáneo tiene que ser crítico, social y político. Todos tenemos un gran equipaje que nunca exploramos y para mí el performance consiste en explorar ese equipaje y hacerlo, además, a la vista de la gente. Entonces la gente puede encontrar conmigo bolsillos dentro del equipaje, porque es un proceso participativo. Yo me pongo aquí a abrir una maleta mía y, de repente, tú ves que hay un bolsillo sin abrir. O vienes tú con tu maleta y la exploramos juntos.

Lo que pasa es que usted lleva las cosas al límite: en el caso del contenedor, encerrado desnudo día y noche, terminó en urgencias. Tiene otras, como la que hizo en Valencia, donde comió un montón de hamburguesas, las vomitó y las volvió a comer. Hay performances relacionadas con la sexualidad, como la de la prostitución, que son muy duras, pero que a mí se me hacen más llevaderas.
Para mí fue mucho más duro el performance de la prostitución. Soy una persona a quien le cuesta el contacto físico. En ese proyecto, por ejemplo, por mi cuerpo pasaron 160 personas que no conocía absolutamente de nada. Este proyecto se ha hecho tres veces muy diferentes, la primera de ellas en Bogotá, donde 39 personas se tumbaron pagando cien pesos colombianos (en Madrid era un euro; ese pago daba derecho sobre su cuerpo durante tres minutos ) y hubo de todo: desde felaciones hasta un intento de penetración un poco raro. Lo bonito del performance es que nunca sale mal, porque no sabes lo que va a pasar. El que yo esté tumbado en la cama solo durante dos horas ya tiene un significado muy fuerte, pero allí pasó de todo. De hecho, había cola y la gente se peleaba, diciendo «¡que ya han  pasado los tres minutos!».

¿En Madrid fue igual de fuerte?
Fue muy diferente, con mucha más gente. Era una feria de arte que se celebraba en la calle Montera, una calle de prostitución, y la feria también era muy prostituta, porque hacía vender arte joven por 30 euros. Pero resultó mucho más light: hubo masturbaciones, alguna felación, la gente se desnudaba antes de meterse a la cama, pero en general fue más lúdico. Pero en Bogotá sabían que la acción iba sobre la sexualidad, sobre mis propios abusos… Este proyecto surge de una búsqueda de mis orígenes: mi madre biológica me dice que no empatiza conmigo y yo decido empatizar con mi momento de gestación y con ella misma. La última vez lo hice en Houston y el vídeo ésta colgado en la red. ¿Lo has visto?: me quitan la ceja, me hacen de todo.

Me parece una reacción extremadamente cruel.
Es lo habitual. ¿Tú vas a un museo a ver a un artista y lo maltratas? Se crean peleas: unos me cuidan, otros no. Es muy interesante, porque si yo estoy explorando, criticando y mostrando el maltrato, está muy bien sufrirlo para que la gente lo vea y le remueva.

¿Consiguió empatizar con su madre?
Es muy complicado. Pero, desde luego, entendí que te sientes muy mal, que te utilicen sin poder decir nada es horrible y más a mí que me cuesta tanto. Yo no soy muy sexual, me cuesta mucho el tema de tener relaciones porque para mí es algo muy complicado.

Cualquiera lo diría viendo su trayectoria (en “Voyeur”, 2014, mantiene relaciones sexuales con actores porno en diferentes ciudades).
Por eso mismo, porque mis proyectos consisten en ir en contra de lo que yo soy, provocarme a mí mismo en lo que más me duele. Soy una persona escrupulosa, más tímida de lo que parezco. Por ejemplo, no puedo entrar en una tienda y salir sin comprar. Realmente, por mi trastorno de personalidad, los histrionismos de mi adolescencia los he ido acumulado en mi arte. Me lo hago pasar mal también para detonar cosas y ponerme al límite en todo y, si me cuesta la sexualidad, lo que hago es explorarla hasta el límite.

Una lectura que se puede hacer es que solo busque epatar, llamar la atención.
El arte contemporáneo es así. No es marketing, pero sí una búsqueda de la visibilidad y, si haces arte crítico, la crítica busca llegar al máximo número de gente.

Es difícil discernir entre lo que es bueno o lo que es malo en performance.
Pues claro. Yo digo que lo mío no es ni mejor ni peor; de hecho, me suelen decir que «lo tuyo no es arte». Es que me da exactamente igual, es mi mierda, llámalo mierda si quieres. Yo tengo la sana necesidad de explorar todos los días, de crear; además, me da respuestas, me sirve de catarsis, aprendo y encima llega a la sociedad como algo crítico y la sociedad aprende. El tema de meterlo en un museo, de que sea mejor o peor, no me interesa hoy en día.
 
Una de sus acciones más divertidas fue que «mató» a Emilio Botín, presidente del Grupo Santander, a través de un tweet que hizo correr Carmen Lomana.
Pero no era una performance. Estaba muy indignado por aquellas declaraciones incendiarias que hizo Botín. Hice el tweet «RIP Botín» y se lo mandé a tres o cuatro, y la Lomana también lo puso. Me tiene bloqueado en todas las redes, aunque creo que es un honor estar bloqueado por ella. Conseguimos tres TT: Carmen Lomana, mi nombre y RIP Botín.

Hoy en día podía haber terminado en la cárcel.
Es una pasada la ley mordaza, cuando yo recibo todos los días mensajes diciéndome de todo. Tengo uno que es Águila España o un fachoso del estilo que me manda tweets todos los días diciendo que me va a pegar un tiro en la nuca.

También estuvo amenazado por comerse el Corán.
Hice una residencia en Berlín, donde me comí un Corán durante nueve horas. Me falta un diente debido a aquello. Estuve un año con escolta, a la que renuncié porque era complicado y no me interesaba.

¿Terminará de quemar fantasmas?
Y cuando lo haga, descansaré. Cuando una persona tiene un trastorno de personalidad no descansa y yo soy obsesivo. O sea, que cuando termine de explorar, descansaré y habré terminado vida y obra.