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20 años de un lunes negro que condensó el dolor del conflicto

Fue uno de los últimos días terribles del conflicto armado, un lunes que llenó de lágrimas a todos. Acababa de morir en Alcalá el preso Joxe Mari Aranzamendi y le sucederían tres acciones mortales de ETA, el fallecimiento de un «mahaikide» en plena oleada de detenciones, el suicidio también de un insumiso preso...


Los inicios de los 80 han pasado a la historia del conflicto armado vasco como «los años de plomo», pero, casi dos décadas más tarde, un día del que justo ayer se cumplieron dos décadas queda grabado como una de las últimas fechas dramáticamente inolvidables. Ese 10F de 1997 y las jornadas anteriores y posteriores reflejaron además las múltiples caras del sufrimiento provocado por las violencias políticas: los atentados y los secuestros, la dispersión, las detenciones, las cargas...

Todo se alineó y sumó en un lunes funesto. Lo resumía así el editorial de ‘‘Egin’’: «El día de ayer fue tremendo y desgarrador, perdurará en la memoria colectiva de Euskal Herria y el Estado español (...) Aquilatar y ponderar con precisión y rigor la situación que se deduce es tarea harto difícil, pues se hace sobre cadáveres y el dolor lo invade todo. En un día, en una sola y horrible jornada, se comprimió de modo contundente ante los ojos de la sociedad la terrible tragedia que vivimos». Y concluía: «Hoy mejor que mañana hay que dejar de lado la teoría y práctica del empate infinito. Nadie quiere que se repita un 10F. Ni que ocurra en un año lo que ayer ocurrió en un solo día».

El fin de semana ya acababa cargado de luto, tras la aparición dos días antes, ahorcado en su celda de Alcalá-Meco, del cadáver del preso de Elorrio Joxe Mari Aranzamendi, Katxue. Era la tercera vez que pisaba la cárcel y, como escribía su excompañero de módulo Fernando Alonso (hoy aún preso), «en su cuerpo había secuelas de la represión española y francesa: tímpanos reventados, las cervicales machacadas, los riñones tocados...»

También se conocía que ese lunes continuarían las detenciones de miembros de la Mesa Nacional de HB por difundir la Alternativa Democrática. Y ETA tenía secuestrados al empresario Cosme Delclaux y al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Todo ello creaba un escenario de altísima tensión.

27 horas, cinco muertes

En este caldo de cultivo envenenado, a las 7.15 de la mañana un coche-bomba colocado por ETA explotaba al paso de un vehículo que acudía a la base militar de Armilla, en Granada. Un peluquero llamado Domingo Puente Marín, que iba al cuartel, fallecía en el acto y ocho personas más resultaban heridas. La noticia pillaba reunidos en La Moncloa al presidente español, José María Aznar, y el lehendakari de la CAV, José Antonio Ardanza.

La tragedia saltó de ahí a un pequeño caserío de Mallabia llamado Bengo, pasado el mediodía. Sus familiares encontraban en el camarote el cuerpo sin vida de Eugenio Aranburu, Txo, uno de los miembros de la Mesa Nacional que esperaban su turno en el lento goteo de detenciones e ingresos en prisión. La dirección de HB ligó el suicidio con la represión, que había asfixiado las ganas de vivir de un militante antes tremendamente animoso. La conmoción fue grande y Mallabia nombraría a Aranburu hijo predilecto. Pero nada de ello impidió que continuara la persecución a la Mesa: horas después sería arrestado el navarro Koldo Castañeda y le seguiría todo el resto del equipo.

Los informativos televisivos del mediodía volvieron a interrumpirse bruscamente. Esta vez la noticia llegaba desde el corazón de Madrid, junto al parque del Retiro, donde el juez del Tribunal Supremo Rafael Martínez Emperador era abatido de un tiro al salir de casa. El segundo atentado mortal de ETA en la jornada convulsionaba a la judicatura, afectada ya poco antes por la muerte del expresidente del Constitucional Francisco Tomás y Valiente o el paquete-bomba que hirió al presidente de lo Penal de la Audiencia Nacional, José Antonio Jiménez Alfaro. La magnitud de la víctima y el grado de la escalada violenta hicieron que en un gesto inhabitual el entonces rey, Juan Carlos de Borbón, saliera a la palestra para condenar el atentado.

Con las redacciones vascas cerrando ya unos ejemplares cargados de malas noticias, entrada la noche de Iruñea llegaría otra que enlutaba aún más la jornada. El joven txantrearra Unai Salanueva, uno de los insumisos presos en la cárcel de la capital navarra, se había arrojado por la ventana del domicilio familiar poco antes de la hora en que debía regresar a prisión para pernoctar. No sobrevivió a las heridas.

La sucesión de dramas no acabaría ahí. El martes 11 amanecía con otro más: el empresario Patxi Arratibel moría abatido a tiros por ETA cuando participaba en los carnavales de Tolosa, su pueblo. Con ello, en 27 horas cinco personas habían fallecido en una espiral desatada que parecía atraparlo todo.

La prensa madrileña destacaría que en las horas siguientes en Tolosa se mezclaban las fiestas con las muestras de pésame y protesta por Arratibel y con las dedicadas a Aranburu y a Aranzamendi. El 12F ‘‘Egin’’ titulaba que «la oleada de sabotajes supera todas las cotas». Y el sábado 15 la Ertzaintza disparaba fuego real contra una multitud que denunciaba en la calle Autonomía de Bilbo la persecución a la Mesa Nacional.

Hasta hoy

Los atentados mortales de ETA se prolongarían todavía doce años más, hasta los últimos de julio de 2009 en Mallorca (con los paréntesis de las treguas de 1998-99 y 2006-07), hasta llegar a la declaración definitiva de fin de la lucha armada en octubre de 2011. Y Delclaux y Ortega Lara, que estaban secuestrados aquel 10F, recuperarían la libertad en una misma madrugada del 1 de julio, el primero por decisión de ETA y el segundo en una operación policial.

La Mesa Nacional de HB sería juzgada en el Supremo en otoño y condenada a siete años de cárcel por cabeza, aunque luego el Constitucional anuló el castigo en 1999. No obstante, la senda abierta sería recorrida por el Estado con la ilegalización judicial de HB en 2002, la política en 2003, una nueva redada contra la dirección al completo en Segura en 2007 y las detenciones y encarcelamientos del grupo liderado por Arnaldo Otegi en 2009. Uno de los cinco sigue entre rejas: Rafa Díez Usabiaga.

En cuanto a los presos, Aranzamendi no sería el último vasco fallecido en prisión y lejos de su casa. Le seguirían Juan Carlos Hernando y Santi Díez Uriarte sin acabar aquel mismo 1997, Oihane Errazkin en 2002, Joxe Angel Altzuguren en 2005, Roberto Sainz e Igor Angulo en 2006, Xabier López Peña en 2013 y Arkaitz Bellón en 2014. En estos veinte años, además, ocho familiares han perdido la vida en accidentes camino de las prisiones; la última, Nati Junco en 2007.