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Soterrar las estaciones sin enterrar millones de euros


Suturar la herida abierta que suponen las vías del tren en las ciudades y recuperar para vivir (que no es lo mismo que para viviendas) las hectáreas de raíles y traviesas que ocupan los centros de algunas capitales, es una buena idea que no necesita que sea el TAV el que llegue a la estación subterránea. La cuestión es cómo se hace y, sobre todo, quién lo paga. Y da cierto miedo que se haga de la mano de la Alta Velocidad, porque todas sus obras tienden por definición al faraonismo, al exceso. Hay demasiado cuento de la lechera en torno al AVE. Recuerden la línea Toledo-Cuenca-Albacete, para la que se anunciaban 2.190 usuarios al día y la cerraron en seis meses llevando 16 viajeros diarios con un coste para el bolsillo público de 18.000 euros cada 24 horas.

Ahora se nos anuncian enormes espacios libres en Bilbo y Gasteiz que se costearán en parte con la construcción de viviendas y la venta de terrenos. Ojo con esas cuentas, que pueden estar más hechas para justificar la inversión prevista que identificando una demanda. En la actualidad, los planes de soterramiento de estaciones en Valladolid, Valencia, Zaragoza, Logroño, Alicante, Gijón y Barcelona acumulan ya una deuda de 1.600 millones de euros. La sociedad que gestionaba la obra de Valladolid –participada por Adif, Renfe, la Junta de Castilla y León y el Consistorio vallisoletano– se acaba de declarar en suspensión de pagos con un agujero de 404 millones de euros. Se corre el peligro, como está demostrado, que los soterramientos se conviertan en la tumba de millones de dinero público.