Fillon entierra a De Gaulle en plena tormenta electoral perfecta
Corría agosto de 2016 y el enemigo a batir en la derecha francesa era el expresidente Nicolas Sarkozy. «Uno no puede hablar de autoridad cuando no es irreprochable. ¿Alguien puede imaginar al general De Gaulle imputado?», preguntaba entonces Fillon.
A día de hoy, y en espera de que tanto él como su compañera comparezcan a mediados de mes ante los tribunales por el escándalo de los empleos familiares ficticios (Penelopegate), son aún menos los que pueden imaginar que el tozudo candidato al Elíseo de Les Républicains no vaya a ser imputado.
Poco imaginaba Fillon cuando en las primarias de noviembre le hizo la tijera al candidato oficial Alain Juppé precisamente con el apoyo del aparato sarkozysta del partido que su apelación a la honradez le volvería como un boomerang.
Ni siquiera el emperador de Roma Cayo Julio César hubiera imaginado que, 2.000 años más tarde, habría alguien como Fillon cuya mujer no es solo que no fuera honrada sino que ni siquiera sabía que no lo era. ¿Como iba entonces a parecerlo?
En pleno desastre de la campaña de Fillon, lo que es cada vez más imaginable es una tormenta electoral perfecta. Con la derecha desmembrada y la izquierda desunida en su peor versión cainita, solo Macron y su versión electoral 4.0 (ni derecha ni izquierda sino todo lo contrario) emerge como la alternativa a la ultraderecha de Le Pen. ¿Por quién apostaría entonces el desnortado electorado de izquierdas? Se admiten apuestas. Pero recuerden la victoria de Trump.