Por tierra, mar y aire
Por primera vez con la Generalitat, el Estado español desapareció de Cataluña durante unas horas. Fue el día de los atentados en Barcelona y Cambrils, y las funciones reales de Estado las asumieron, plenamente y con eficacia, el Govern y la policía catalana. Y desde la semana pasada, por vez primera en tres siglos, existen en Cataluña dos legalidades, la catalana y la española, ya que el Parlament de Catalunya aprobó la Ley del Referéndum y la de Transtoriedad Jurídica con una mayoría democrática incuestionable. La sesión parlamentaria ofreció escenas insólitas: por una parte, una diputada de Podemos retiraba banderas españolas de los escaños del PP, a la vez que el portavoz de su grupo tomaba posición contra el referéndum, siendo aplaudido por los diputados de la derecha anticatalana más reaccionaria de Europa, puestos en pie. Y un antiguo secretario general del PP catalán apoyaba la independencia por TV3. Todo sucede, ahora, a una velocidad de vértigo.
El españolismo activa todo su aparato administrativo, militar, policial, jurídico, fiscal y mediático contra el referéndum de autodeterminación. Lo hace con insultos, descalificaciones, mentiras, amenazas, prohibiciones y sanciones económicas contra todo el mundo: Govern, alcaldes, diputados, empresarios, funcionarios, medios de comunicación, ciudadanos... Una ofensiva contra todo un pueblo, con un modo peculiar de entender la democracia –prohibiendo las urnas– que recibe el apoyo de los partidos del régimen de todo el abanico ideológico, mientras parte de la izquierda revolucionaria es incapaz de darse cuenta de que tiene una revolución nacionalpopular ante sus narices. Cada vez es mayor el número de ciudadanos de todos los orígenes, lenguas y clases sociales que ya han desconectado de España. Y esto es irreversible. Vamos a ganar porque tenemos lo que no tienen ellos, el material humano que escribe la Historia en mayúscula, desde la ilusión por la difícil y merecida libertad.