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Por encima del ADN, solidaridad y respeto


Unos amigos de un país guerrero como pocos me han llamado la atención sobre el argumento oficial de que «los catalanes llevan el pacifismo en el ADN». Ellos vienen de un pueblo brillante escribiendo, dotado para la música y la interpretación, apasionado en el amor y la amistad, excesivo en el beber y despiadado en la guerra. Son irlandeses, los cubanos del continente europeo, como suele decir mi hermano cuando cita la ristra de hazañas nacionales de nuestros amigos insulares.

La insistencia en el tema del ADN no les parece mal, sobre todo por el contraste con la postura bélica del Estado español estas semanas, pero ven cierto deseo no explícito de marcar la diferencia con, por ejemplo, los vascos. Tiene sentido, entre otras cosas porque aquí se van a aplicar políticas represivas que en Euskal Herria tenían como argumento la violencia. Y se va a demostrar de nuevo que el problema no era la violencia –lo que no quiere decir que la violencia no pueda ser un problema– sino el carácter antidemocrático y autoritario del Estado español.

A mis amigos no deja de sorprenderles que cuando los catalanes hablan sobre el estado de excepción que se ha impuesto aquí y ahora, cuentan como inauditas cosas que durante las últimas décadas han sido cotidianas en el conflicto vasco.

Es posible que hoy algunos crean que su vivencia no tiene precedentes. Pero si el destacamento de los barcos entra a sangre en Barcelona cabe recordar el movimiento por los derechos civiles de los irlandeses o que en España la ciudadanía que más veces ha estado a cuerpo descubierto sentada delante de una Policía que los estaba masacrando ha sido la vasca.

Casi todos los pueblos son capaces de lo peor y de lo mejor, por encima de su ADN y por debajo de la historia. Lo que no está a debate es que los catalanes han sacado lo mejor del suyo y hay que apoyarles, porque en su lucha se juega la de todos y todas.

Hay muchos vascos en Catalunya que han venido a compartir este día histórico, a mostrar su solidaridad. Eso implica dar un paso atrás, escuchar y acompañar. Diga lo que diga el ADN, en la vida lo que no se puede es hacer el ridículo como pueblo.