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Jon Rahm juega en casa

El joven golfista vizcaino regresa a su tierra tras un año de ensueño en que se ha aupado hasta el número 4 del circuito mundial.


En puertas de su debut en el circuito profesional de golf, Jon Rahm recibía de manos del mismísimo Jack Nicklaus el trofeo que lleva su propio nombre. Al ser presentados en la ceremonia de entrega del galardón y comentarle al mejor golpista de todos los tiempos que aquel chaval había batido su récord en el Campeonato del Mundo Amateur que el vizcaino levantó en 2014, el estadounidense de 77 años se giró hacia él y exclamó: «Whaaaaaaat?». En junio pasado, justo un año después de aquel reconocimiento a su enorme potencial, el de Barrika echaba la vista atrás, a aquel duro y centenario campo de Oakmont, en el US Open, donde fue el mejor amateur y comenzó su «alucinante viaje». Como confesaba él mismo entonces, «ni en mis mejores sueños habría imaginado estar entre los diez primeros del mundo a estas alturas». Estos días ha recibido el premio Sir Henry Cotton al mejor rookie del European Tour, lo que ponía el broche a su meteórica irrupción en el mundo de este, que diría el legendario Ben Hogan, «juego de fallos, porque el que mejor falle, gana».

Jon acaba de regresar a su tierra. A casa. Lleva prácticamente un año fuera, de aquí para allá, tratando de hacer bueno aquello de donde pone el ojo pone la pelotita. Tenía ganas. Ayer, en el Club de Golf de Getxo, protagonizó una concurrida convocatoria de prensa para atender a los numerosos medios de comunicación y seguidores presentes, y a partir de ya tomarse unas merecidas vacaciones, junto a la familia y los suyos, porque «volver a casa siempre es bueno». Llega nada menos que como número 4 del mundo. «Eso es irrelevante», desdramatiza, ahora que está aquí. Quiere desconectar tras tanto circuito y elogio en su primer año al máximo nivel y, de paso, volver a «conectar con mis valores y raíces».

Habla siempre agradecido. A quienes como su «aita y ama» le sostienen, a su equipo de trabajo, a su cadiee Adam Hayes, a la prensa que le da cobertura, a sus seguidores... «En un año no he cambiado, ¿eso creo? –lanza la pregunta a Edorta, su progenitor, a su diestra–. Sigo siendo un chico de Barrika, de aquí al lado, aunque viva en Arizona». De green en green, de circuito en circuito, necesita ese cordón umbilical que le una a lo suyo, ya sea creando un grupo de Spotify con canciones en euskera o con su «sagrada» bandera del Athletic entre trofeos. «De pequeño quería ser portero, pero a los doce o trece años el golf me enamoró», confesaba ayer.

Ser el número 1 del mundo

Una suerte, porque, reconoce, ni él mismo hubiera imaginado en sus mejores sueños llegar a donde está a sus 23 años. Todavía recuerda con cierta emoción cuando participó con apenas 14 años, representando a España, en un torneo en París. Era 2008 y un cartel ya anunciaba para 2018 que la Ciudad de la Luz albergaría la prestigiosa Ryder Cup. «Entonces dije a un compañero que yo estaría allí dentro de diez años», recordaba. Ahora, ese es su máximo objetivo para el nuevo curso, estar entre los elegidos del equipo europeo que se mida a los estadounidenses dentro de diez meses. «Sería especial. Espero que pase», se mostró esperanzado un novato que ha sorprendido a propios y extraños por un curso, reconoce, irrepetible. «Son tantas cosas... Complicado superarlo el año que viene», asiente.

Ha logrado mucho más de lo que pensaba. Doce meses atrás se conformaba con mucho menos, ganar algún trofeo, entrar en el European Golf Tour, circuito de torneos del continente por excelencia... pero «hasta yo me he sorprendido, porque no es normal hacer lo que yo he hecho». Fulgurante ascenso donde caben las alegrías, pero haciendo bueno el axioma de Hogan, «aquí pierdes más veces que ganas». Incluso los número 1 del mundo son grandes perdedores.

Estos días desconectará, antes de zambullirse de lleno en cuatro torneos en enero. Será como una reválida. Enfrentarse a su bunker más difícil, el de responder a las expectativas que se han creado con él. Enormes. Sin embargo, no hace planes. «Nunca será como el primero. Yo me lo tomo con calma. No sé cómo irá, porque nunca he llevado nada así encima», relativiza ese peso del favoritismo. Es más, cabría pensar que si encara ese vértigo de la misma manera que enfrenta los momentos decisivos en que la bolita debe entrar sí o sí, es para estar tranquilos.

Jon Rahm reconoce tener «la suerte de que soy alguien a quien le gusta estar en esos momentos, como tener que tirar un penalti a falta de diez minutos. Me gusta esa presión, siempre me ha motivado. Mi mente en esos instantes va directamente a lo que tengo que hacer. Sólo veo la pelota y el hoyo. Me motiva y me hace mi mejor golf. No sé si es un don». Si juega con la soltura con la que se explica...

Su trayectoria no ha hecho más que empezar. Ser el número uno es su meta. «Espero que un día llegue, pero por delante tengo a tres y por detrás a muchos más», confiesa. «Si hay expectativas en mí, por qué no voy a creer en mí mismo». No tiene prisa. Es tiempo de estar con los suyos. Y con su Athletic. «¿Con 1-0 ante el Madrid nos vale a todos? No pido más», se despide.